¿RUT? (cédula de identidad)

¿RUT? (cédula de identidad)

  • ¡¿RUT?! -vuelve a preguntarme el oficinista un poco exaltado y notoriamente amargado, sin siquiera mirarme.
  • No tengo -le respondo y le alcanzo con respeto mi DNI, pero él continúa sin mirarme.

Recuerdo que tanto esperé cumplir los dieciocho años para saborear el ser “libre de la autoridad de los padres” (aunque yo ya era igualmente libre, algo que le agradecí siempre a mi querida madre), que no me di cuenta que de pronto me convertiría en un ridículo número de conventillo, 09248905 (¿por qué diría yo: “conventillo”?)… Así que amig@, no es necesario que tengas curiosidad por saber mi nombre de pila, que te baste ese número… descifrable, creo yo, en internet… o tal vez prefieras llamarme Ñatita… cómo me llamaba mi extrañada madre con su dulce y cariñoso acento norteño, ¿di?… Ñatita… solía decirme mientras caminábamos del brazo por la calle Mercaderes, refrescándonos con ese delicioso queso helado al pie del Misti, en la blanca ciudad de Arequipa, Perú.

  • Firme aquí -me dice el oficinista, siempre sin mirarme, como haciéndome sentir que no merezco su mirada sino su desprecio… ¿Estaré exagerando? Pero, ¿por qué está tan enfurruñado este bello joven? ¿No será que también es otro de esos psicóticos misóginos racistas? Jijijijiji…

Recojo el resultado de la resonancia magnética de mi hermana y salgo como los pájaros de ese encierro voluntario, al que los hombres, creyéndose muy listos, cultos e inteligentes, le han puesto el pesado nombre de “trabajo”… consolidando así sus propias jaulas y olvidándose de crear… como las magas o las hadas… o las brujas…

  • ¿Qué culpa tengo yo de que usted se eche a morir allí, así? -alcancé a decirle al oficinista, haciéndole un gesto de adiós desde la puerta de salida y todos me miraron con ganas de llevarme al manicomio…

Jajajaja, salí riéndome a mis anchas para mis adentros, directo al cerro Santa Lucía, en pleno centro de Santiago de Chile… pensando que es muy raro y una verdadera lástima que ese peculiar oasis forestal sea obra de aquel hombre que le puso mala cara a la inolvidable Quintrala, doña Catalina de los Ríos, el tal Vicuña Mackenna, escritor y político chileno.

  • Catrala -le digo a mi querida hermana cuando, después de almorzar e ir a la Biblioteca Nacional y al GAM (Centro Cultural Gabriela Mistral), llegué a su cama en la habitación 854 de la clínica Cristhus, y ella me sonríe… seguro que recordando el por qué le digo Catrala… o por qué también le decía Margarita… Y mientras me sonríe le da una leve crisis convulsiva en el hemicara izquierdo que estruja mi corazón adolorido…
  • Ya me estoy acostumbrando a estos altos y bajos -me dice ella en medio de su disartria, como si no hubiera sentido la clonía… ¡Oh hermana mía! ¡Oh Radha! ¡Ohh Diosa Suprema, por favor sé misericordiosa con ella!

Ahora la veo desde el sillón donde estoy sentada (escribiendo este relato en mi IPhone) frente a su cama que está rodeada de cables, tomacorrientes, monitores, pantallas y demás aparatos modernos… Y recuerdos añejos vienen a refrescarme la memoria sin necesidad de invocarlos… Recuerdos de cuando éramos niñas, adolescentes, jóvenes, adultas… ya corriendo por los campos, ríos y cerros de Huamachuco; ya en su fiesta de cumpleaños que mis padres le regalaron cuando ella cumplió quince años en Santiago de Chuco (la tierra del inmortal César Vallejo); ya estudiando en la UNSA (Universidad Nacional de San Agustín de Arequipa) cuando éramos universitarias, y nuestras primeras aulas eran los famosos claustros del convento de San Agustín (“conventillo” viene de “convento”)… y cuando después, nos separamos… Hasta ese tiempo que vivimos juntas, junto a mi madre y demás herman@s, fuimos más que hermanas, fuimos amigas, compañeras, camaradas (aunque no confidentes, esto sí que se nos pasó, nos lo perdimos, no sé qué nos pasó, no nos comentábamos nuestros secretos…)… Nos gustaban las fiestas con nuestros diferentes grupos de amigas y amigos… En ese entonces éramos jóvenes, sanas, obviamente, mucho más fuertes; ella, bella, enamorándose de los muchachos con mucha más facilidad que yo… Pero ambas ya vivíamos en siglos futuros donde nadie le ponía mala cara a la Quintrala o Catrala, o a Carmen, o a Margarita, o a Lucrecia, o a Mesalina,… ¿Quién iba a imaginar en ese tiempo que hoy nos encontraríamos confidenciándonos en un lugar como éste?… Estamos en una de las “mejores” clínicas de Santiago, donde todos los departamentos tienen muy bien ordenadas sus jerarquías visiblemente profundizadas en sendos uniformes; donde la sopa, los postres, los jugos y el yogurt son de sobres y cajitas; con saborizantes, colorantes, endulzantes y preservantes (que muy probadamente arruinan la salud); donde a uno le sacan un ojo de la cara y le exprimen hasta el último huesillo; y diciéndole más encima, que “allí fuimos por voluntad propia, que ellos nada tienen que ver, que mi hermana pudo haberse atendido por Fonasa B como le corresponde”. Pero, ¿qué hubiéramos hecho en el hospital público del Salvador?, ¿esperar tres meses para que la atiendan a mi hermana? Las citas estaban todas copadas y todas eran de urgencia, ¡pareciera que toda la población civilizada está enferma!… Si no, ven a ver por ti mism@ mi amig@ ¡cómo están todos los hospitales del mundo!… es como para quedarse locos…

Estamos doble, triple, cuádruplemente atrapadas. Atrapadas en este mundo mortal, atrapadas en este cuerpo material, atrapadas en esta enfermedad que los médicos no pueden diagnosticar, atrapadas en este absurdo y cruel sistema patriarcal creado por hombres psicópatas, misóginos, racistas, ateos… que lo único que han hecho es coartar la libertad del individuo y de todas las especies de la tierra; imponiéndoles su demoníaca cosmovisión androcéntrica de la realidad, por encima de la Divinidad Suprema; dando lugar a su fallido conocimiento racional, material, relativo, profano, frío, calculador… por tanto, defectuoso, tan defectuoso como sus mismas obras: los “ismos” que nada tienen que ver con el corazón (como el capitalismo, el comunismo, el consumismo y otros), las grandes ciudades, las cárceles, los hospitales, los casinos, etc. “Pero”, me dirás tú, “¿y la creación del internet y del móvil?”… Cierto, cierto, te contesto, en medio de su gran locura, estos tales han creado el arma perfecta con la que por fin, hombres y mujeres de todo el mundo estamos despertándonos un@s a otr@s, saliendo de su abominable yugo.

Esta es la tercera hospitalización de mi hermana, aquí; y hasta ahora los médicos no encuentran la causa de la lesión que ella tiene en el cerebro, no encuentran la dosis adecuada que controle sus clonías… lo único que han hecho es declarar que su patología es GES y no descartan que sea ocupacional; sin embargo, el Cristhus le exige a mi hermana que le pague todo de lo que no tiene, no comprende que ella es GES y una simple jubilada, que ya se hizo un préstamo y le pagó todo lo que el banco pudo prestarle; más, el banco ya no quiere prestarle más por su edad… Entonces, ¿de dónde, po?… Ahora confiamos en que la instancia superior de la salud le condone esta deuda, no sólo porque es GES o por humanidad, sino sobre todo porque ella, como enfermera jubilada que es, se lo merece… porque ayudó a salvar muchas vidas cuando trabajó duro en la UCI del hospital público Sótero del Río; lo que también le sirvió para pagar los estudios de su hija, mi sobrina, y comprarse lo mucho o poco que tiene… Y ahora que ella se ha jubilado (no hace mucho) le viene a pasar esto… como si se tratara “del mal de todos los jubilados”… (aunque ella está completamente “sana”, si no fuera por esta extraña lesión que tiene en el cerebro). Pero, ¿cuál es el mal de los jubilados? Es el que ellos entregan su vida entera para que funcione la gran máquina estatal que beneficia a unos cuantos grupos de poder; y cuando éstos, los jubilados, se retiran a descansar, se dan cuenta de que es su propia máquina la que se les ha desgastado o se ha echado a perder; y la gran máquina estatal no puede hacer nada por ellos, en realidad nunca hizo nada por ellos, sino tan sólo esperar a cambiarlos por otros números, tan luego llega el momento de desecharlos para seguir exprimiéndolos afuera, codiciosos, hasta su último aliento.

  • Lo único que puedo decir en este momento -me dice ella-, es agradecer al universo por estos sesenta y siete años de vida que me ha regalado, que después de todo, han sido bien vividos…
  • Hermana, has hablado con sabiduría -le digo con el mismo amor que ella me inspiró desde siempre-. Durmamos ahora, que ya son las dos de la mañana…
  • Que la vida me regale muchos años más… no importa si son con anticonvulsivantes… porque todavía quiero jugar con mis principitos…
  • ¡Gourapremanandiii! -exclamo yo con efusividad para animarnos…

Cierro los ojos y quiero soñar que estamos frente al mar del Caribe o de la pintoresca Taíba en el Ceará del Brasil… Cierro los ojos y quiero terminar este relato pidiéndole a la Pareja Divina o Amor Divino, que tengan piedad de mi hermana, que tengan piedad de mí, piedad del mundo todo… para que el representar estos papeles que Ellos mismos nos han asignado no sean una agonía sino un divertimento… tal como lo fue en algún momento, en la historia de nuestras vidas… Y de repente, nada más que de repente, una conmovedora corazonada me dice que ella, mi hermana mayor, obtendrá la gracia de la renovación suprema…

  • Más tarde -me dice mi querida hermana-, me pasas mis cosméticos porque no quiero perder el glamur… -y me sonríe con un par de clonías que le contraen bruscamente su bello rostro medio gitano…
  • Claro que sí -le contesto también sonriéndole, mientras que ella con su típica vanidad, me guiña los ojos… y le cuento que en algún momento yo volveré a la Biblioteca Nacional para terminar de leer esa increíble novela de Mercedes Valdivieso que no sale a domicilio, que no sé porque ha sido editado una sola vez en Chile, “Maldita yo entre las mujeres”…

En tanto, reflexiono que sí estuvo bien decir “conventillo”, porque para la élite de poder, eso es lo que somos todos nosotros… sólo míseros números hacinados en el conventillo disparatado de la gran ciudad.

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