Ella se suicido, empecemos por el final.

Sintió el calor subiendo desde las pantorrillas, se agudizo por un momento en su estómago, y termino en la cabeza a modo de explosión, se saciaron las dudas. Se le calentó el cráneo completo. Como cables, las venas distribuían vapor por todos sus rincones, transpiraba. Con un ligero temblor, la ira de la incertidumbre termino.

Él vivía inmerso en su frustración, había días que no le valía ni dormir, ni comer su plato favorito, ni la autocomplacencia sexual. Las horas se colmaban de deporte oxigenador, música fuerte y grandes dosis de café. Las reuniones de trabajo se le hacían un circo de payasos fumados y con poca gracia, los viajes en autobús de regreso eran monótonos e insulsos, aunque lo peor era llegar a casa. Sin motivaciones, ni hobbies, ni un perro que le ladre, otra vez se ponía la gorra de ser miserable.

El verano lo ponía especialmente nervioso, y esas ideas que siempre se juraba escribir volvían a la retina: sus entrañas en una olla hirviendo, con papas y zanahorias en un guiso infernal. Las sensaciones y pensamientos desafortunados se esfumaban en cuestión de minutos, pero… ¿esos minutos que? además, sabía que en pocos meses vendría el invierno… y aunque llevaba mejor lo de abrigarse que lo de sudar, las historias de cocción de partes se su cuerpo no se irían con el cambio de estación.

Se obligó a abrir la heladera aun sabiendo que adentro no había nada, ese absurdo acto reflejo que denota aburrimiento, insatisfacción y que nos decanta a creer que una necesidad básica nos sacara de ahí. Saco voluntad de sus huesos y se acerco al mercado. Deambulando entre los estantes, mirando los paquetes, botellas y latas infinitas. Conservantes, colorantes, aditivos, todo lo que mantenía la mercadería en buen estado. Se pregunto: ¿no venderán de eso para las personas?, una vos en off le respondió: -si, se llaman antidepresivos, se llaman resignación, se llaman conformismo. La cesta se iba llenando: pan integral, aceitunas, queso, dulce de batata, algunos tomates y orégano. Ya en la fila para pagar se escaqueo de su vecina de al lado, siempre le charlaba. La señora fingía amabilidad pero en realidad se pasaba las tardes observando a los vecinos por la mirilla de su puerta, para después cuchichear sobre sus movimientos y criticarlos. Ademas, su persona le producía mucho asco independientemente de su actitud. Por las mañanas la escuchaba a través de la pared, desde su baño. No tenia claro si le lavaba los dientes, las encías o los postizos. Se recrea en la rutina mañanera de la vecina, la imagina del otro lado del espejo, símil guanaco, haciendo gárgaras. Piensa en vomitar y se aguanta. Es lo que tiene el cemento sin jungla, la intimidad y la dignidad desaparecen. Ella igualmente fuerza el saludo y lo obliga a desperdiciar energía en palabras que en dos minutos serán obsoletas para su pasado:

-¡Que calor joven!

-Ajam. (mirando para arriba, como quien no quiere la cosa)

-Usted siempre tan simpático, tan hablador

-No señora, esa es usted. Y si, ¡Que calor! (en sus interacciones sociales siempre contestaba con las mismas palabras de su interlocutor, era una especie de tic, o de toc que había adquirido para demostrar que algo le importaba poco y nada).

-¡Que tipo más raro usted!

-¿Que tipo mas raro yo?

-No, no… digo que está lleno de gente rara, vio…

-…Si, suelo ver.

-¡No sé qué vamos a hacer con ellos!, miedo me da que se organicen y hagan desastres…

-Otros con menos organización ya nos están llevando a la ruina, no debería usted preocuparse.

-Y entonces, ¿Qué hacemos con los raros?

-En general creo que es mejor dejar a la gente en paz, ¿no le parece?… al fin de cuentas, todos somos raros y normales desde una perspectiva muy personal de “normalidad”

-Visto así…

No había nada que lo desesperara más que tener que dar lecciones banales a gente que no tenia mas que aire en la sesera. ¿Por que tenía que explicar a esa señora que no había “raros” y “no raros”? Quería evitarlo, quería no defenderse de ese agravio no tan encubierto, pero no podía.

Pago a la cajera y camino lo más rápido posible para perderla de vista. Unos tomates cortados sobre una tostada con queso, algo de condimentos y “vualá”. La cena, la botella de vino y la soledad estaban servidas.

En los momentos de sentarse a la mesa le venia un aire de dejavu, de la época en que comía acompañado. Lis siempre había sido una valiente, pero por una vez ademas fue dura. Felipe, aun no había sido capaz de confesarse a sí mismo que todavía le dolía. Habían pasado tantos baches y momentos difíciles cuando él sintió saturados los sentidos y no pudo ofrecerle más. Estaba viviendo una vida para la que no estaba preparado; normal, rígida e predecible. Esas pautas para la eternidad que jamas había jurado respetar. La puñetera monotonía de los últimos meses juntos le generaba miedo escénico. No era capaz de salir al escenario y hacer ese papel sin creérselo del todo, no sabia ser un mal actor, ni tampoco estaba dispuesto a fingir que era bueno. En ese momento, justo ahí, ella esperaba que la entienda sin hablar.

Ya perdida la batalla, sin la mirada demandante y los lloriqueos de Lis, decidió asumirse así. Dejo de luchar para superar esa desazón del desapego, y se acepto como un ser vivía en la atemporalidad de forma intensa y mañana ya veremos. Penso que aunque algunas personas cambian, otras jamas lo hacen. Los camaleones, por ejemplo, cambiaban por cuestiones de supervivencia. Los hombres en cambio, lo hacen por motivos mucho menos nobles: avaricia; comodidad; egoísmo. Que difícil ser empático y altruista, ser justo. Pensaba en la justicia por obligación que nos inculcaban desde pequeños, y en lo mal aprendidos que eramos ya que si por nosotros fuera, el mundo terminaría poco después de nuestras narices.

Mientras él enfrentaba su guerra civil, no fue capaz de percatarse de que del otro lado de la cama se trabajaba minuciosamente la persuasión de la Guerra Fria. Ella no se proclamo durante y claramente no dijo nada después. El no mostró compasión con la familia, ni tampoco se despidió. Lo que si hizo fue indagar en sus recuerdos y quedarse en un presente apolillado, como único consuelo. Sus últimos meses juntos habían sido lo mas malo que algo puede ser y con los años, adquirió la capacidad de bloquear rápidamente algunos hechos, a base de hurgar en su memoria con fuerza, potenciando todo lo que movilizo su actitud hacia ella, su ira.

Recordó, la tarde en que comenzó a molestarle la forma en que sorbía el té. Después comenzó a inquietarle esa histeria con la que se movía por la casa, recogiendolo todo y «escondiendo» las cosas. Al poco tiempo, le incordiaba su respiración y sentía un rechazo físico irreversible. Como remate, dejo de soportar su presencia, no la aguantaba en la misma habitación. Lis percibía su distancia. Sus miradas de arriba abajo y su expresión de «hueles mal”, pero ¿qué podía hacer?. Solo hay un enemigo mas duro que la indiferencia y es el rechazo. Aun así, con los recuerdos feos, la extrañaba todos los días durante un rato y se sentía un poco más cretino a medida que se hacía de noche.

Dormir solía ser una buena solución. El problema era la peliculita gratuita y personalizada que lo acompañaba al apagar la luz. La última vez se vió sumergido en una piscina de dimensiones infinitas, con agua verdosa y algas podridas. Nadando suavemente se acercaba su hígado, a pesar de estar flotando en una solución acuosa se lo veía seco y achicharrado. Le hablaba, le pedía que pare, le decía que ya no podía soportarlo más. Intentaba sujetarlo pero se le escurría entre las manos como una bolsa de gelatina mórbida. Finalmente conseguía atrapalo con las dos manos juntas, pero con tanta fuerza que lo reventaba. Por fin, el hígado se quedaba callado.

Tres de la madrugada. Se dio vuelta conciliando rápidamente el sueño y con la esperanza de no estar en una lista de espera para un trasplante por la mañana.

A las 7 sonó el despertador, entre las gárgaras de su vecina y demás sonidos infames empezaba la jornada.

En la oficina hoy el ambiente se percibía especialmente aspero, aunque no se sorprendía, la hostilidad era su pan de cada día. Cuando llega a su escritorio lo esperan como cada mañana: la prensa del día, el correo y la taza de café sucia. Por algún motivo la señora de la limpieza lavaba las tazas de todos sus compañeros, pero la suya no, ¡la muy zorra!, el problema, es que tras toda la noche en reposo y al intentar lavarla, los restos se quedaban plastificados. Tenia así la excusa perfecta para bajar al bar en un intento de socializar, se obligaba a degustar un café y dar acto de presencia en el reino de las pirañas. En su empresa, así como en otras, era importante que no se olviden de su cara. Sabia que no caía bien, la gente lo “agarraba con pinzas”, pero, sus editoriales eran bastante buenos y profesionalmente era respetado. Las conversaciones con sus colegas le aportaban muy poco y eran superficiales, su perfil no era de estar subido a su ego, sino mas bien el de «calladito que algo se trae entre manos». Ya en el ascensor iba pensando en el café solo que se iba a tomar. Se puso la careta. Al pasar la puerta vislumbro al editor jefe, estaba justo en la barra cuando se acercó a pedir. Este, lo saludo de una palmada en la espalda y entusiasmado:

– ¡¿Cómo le va a mi redactor favorito?!

-Acá vamos, maldormido… tengo el hígado a la miseria, a punto de explotar literalmente!… -ríe, con falsedad

-No me extraña ¡Mientras sea consecuencia de una buena juerga! -ríe, con aire de pena

-Cambiando y no de tema, no voy a tener listo hasta el jueves el editorial de esta semana, tengo que documentarme… con eso de dormir mal, digo…

-¿Vas a escribir entonces sobre cambio climático?, que calor anoche, increíble. Hay días que sueño que en la pensión ofrecen servicio de sauna gratis. Volviendo a lo que nos concierne, deberías escribir más sobre medio ambiente, es un tema algo controvertido, que no se percibe agresivo y ademas, es actual… hace poco ruido pero sirve para llenar espacios importantes. Acordate que no estoy en un momento propicio para discutir con los de arriba por tus opiniones prepotentes, ya sabes donde trabajas…

-Si, podría ser para la próxima semana, esta quería escribir sobre Abjasia, quiero ponerla de moda.

-Como siempre, vas por libre. Hace tres semanas que me caminas.

-Es mi mejor virtud

-Bueno… ya me pasaras el borrador. Y con cuidado, que no te salga la vena roja.

-Si, sera políticamente correcto. Que no panda el cunico.

Con un guiño de aprobación a modo de saludo breve, Seul salió por la puerta pisándose el dobladillo del pantalón.

Tenía un aspecto descuidado desde que su mujer lo había dejado por un fulano 15 años menor y había tenido que marcharse de casa. Aunque era un hombre con presencia y personalidad, el golpe bajo lo había tomado por sorpresa y ahora se arrastraba por la vida igual que su dobladillo. De golpe, le vino a la mente la vena roja de su frente, esta noche soñaría con ella. Dio un ultimo trago al café hirviendo y observo el panorama, el bar estaba mas tranquilo que de costumbre, Fermin, del otro lado de la barra gesticulo como si escuchara su pensamiento «no hay ni Dios». En una de las pocas mesas ocupadas, estaba Penelope, demasiado concentrada escribiendo a toda velocidad como enajenada en una buena idea. Como de costumbre, desayunaba café con coñac. Ella ni se percato de su presencia, o al menos, no levanto la mirada para observarlo. El salió del bar algo indignado de pasar inadvertido, aun sabiendo que ningún acontecimiento con la trastornada y tétrica señorita podía llegar a buen puerto, dada su actitud constante de autosabotaje y que ella era media pirada. Se encendió un cigarro que se consumió en tan solo tres grandes caladas. No era un fumador empedernido, sino que disfrutaba del ritual místico de quemar algo… la desintegración física de la materia, lenta… que se deshace de modo tan efímero mimetizándose con el aire, fundiéndose. Vio pasar a algunos de los entes que tenía como compañeros, iban con su bolso del gimnasio y un gesto bacán. Él solo pensaba en gente vacía que estaba hasta arriba de nada, no contemplaba la posibilidad de disfrute con la socialización y la actividad recreativa. Gente vacía, pero llena de vísceras. Gente llena de sangre, con la agenda llena. Subió solo para apagar el ordenador y emprendió la retirada, su horario flexibles lo era cada vez más. Hoy volvería a casa caminando, no veía la hora de emprender un paso a paso que nunca se convertiría en una agradable caminata, no en su mundo. Tenía ganas de pensar, la introspección era su terapia. Tras atravesar varias bocacalles y con la cabeza ardiendo por el sol, vino a su retina Penelope. Si, era la otra ella. Esta otra, siempre llevaba gorro en verano, era muy astuta. ¿Qué hará de sus días y de su tiempo?, ella sí que tenía adentro algo más que vísceras. Pensó en subir a la tercera planta, un día de esos, cualquiera, para preguntarle como estaba. Pensó en interesarse por otro ser humano al menos por una vez. Bloqueo la idea antes de que se asentara y se convirtiera en voluntad. Volvió a sus pensamientos productivos a paso más acelerado, transpirando sal. Aunque intentaba darle una vuelta al conflicto de Abjasia con Georgia, para cerrar su editorial de manera poco agresiva, le volvía Penelope a la cabeza… una y otra vez. Decidió que pensaría en ella durante el resto del trayecto, pero ni un minuto más. La capacidad de autolimitación de su mente era brutal, aun sin amenazas o vallas electrificadas. Ya doblando la esquina y llegando a su edificio se acabaron las emociones y se incorporo Rusia al conflicto, cuantos mas actores y bandos, menos tenia que posicionarse.

Como quien no quiere la cosa, cuando llego a casa se recostó en el sillón y dormito. El laberinto del terror abría sus puertas una vez más, repetitivo y tortuoso. En él, se veía sentado frente a la televisión que no tenía, comiendo uno a uno de un frasco aceitoso: ojos. Los había verdes, marrones, los negros eran los que más le gustaban, estaban gomosos y había que masticarlos fuerte, hasta que con un estruendo el jugo se desparramaba por toda la boca. Volvía la vista a la televisión, estaban pasando una película de zombies, pero no de los típicos que muerden humanos sanos para transformarlos y que pasen a su bando. Eran muertos de verdad. Aparecía su tía abuela, que había tenido un desafortunado accidente con un hacha desviado, de hecho se le veía la cicatriz en la pierna. Se desangró en el fondo del jardín sin que nadie la escucharla, y su marido dentro de la casa mirando el Barsa-Madrid cerveza en mano, ¡Pobre mujer! la herramienta pesaba mas que ella. También aparecía su primo Esteban que se había accidentado con la moto, su cuerpo termino retorcido abajo de un autobús. Lo que recordaba con mayor nitidez era la cara de su prima Loreto en el entierro, lejana y con una especie de pesar a cuestas por el sufrimiento que no sentía, al contrario, estaba feliz. Y por supuesto, aparecía Lis. Aun con la soga prendida del cuello. Todos los muertos contaban su sensación ante la muerte a modo de parodia y hablaban acera de su destino tras el limbo, sin saber aun si su suerte era el cielo o el infierno. Se supone que después de la pausa publicitaria se iban a revelar los destino de cada participante, y de golpe muerde un ojo podrido. Se despierta por el sabor a vinagre. Una pena, se quedó con la duda de si la tía Norma se había ido al infierno después de haber sido tan hija de puta. Mientras pensaba en eso, cayó en la cuenta de que ya estaba despierto y con los ojos abiertos, pero no podía ver… ¿había masticado en el sueño alguno de sus ojos?, ¿por qué no estaba intranquilo?, la paz colmo la habitación y su espíritu, durmió otra siesta despierto pero ciego durante otro rato.

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