Capítulo I
Lágrimas de Canto
En una noche oscura, iluminada por el despertar de los rayos abrazados al cielo cargado de su llanto, se estremecieron sin piedad el corazón de los moradores de un lejano pueblo en lo alto de las montañas Andinas; donde el sonido de la brisa y el rugir del río embravecido, confundió las oraciones de los devotos de un pueblo impregnado de tradiciones, con la música vestida de risa de la casa conocida como la “Media Luna”; un bar y aparente posada de viajeros.
A este lugar llegó un extraño hombre de gran estatura, abriéndose paso en la tempestad. Iba acompañado de un enorme pájaro posado en su hombro, un Cóndor con los ojos de fuego. Junto a ellos, una jovencita de tez morena y pelo negro lacio que le caía en cascada hasta sus caderas.
Aquel misterioso ser, inmutable ante la lluvia inclemente de esa fatídica noche, tocó a la puerta de la casa de la “Media Luna”. Al abrirse se escuchó con mayor intensidad la música y las risas. Entre el humo de tabaco y cigarro, apareció un hombre tosco, como salido del infierno. Era un sujeto de mal aspecto, que destilaba alcohol a través de su aliento. Pero sediento de sangre fresca. Tal carroña se quedó mirando fijamente a la joven, quién intimidada por aquella mirada, se asió al brazo fuerte de su acompañantes. Sin embargo, él escondiendo su rostro con su larga cabellera y su sombrero de gran ala, se limitó a extender su mano al encargado para entregarle una paca de dinero, lo que parecía ser, el cierre de un gran negocio; aparentemente relacionado con ella.
Venancio era el nombre de aquél sujeto de mal aspecto, dueño del lugar donde ella debía permanecer por un corto tiempo bajo su protección, hasta que él regresaran pasada varias lunas llenas. Sin embargo, una vez acordado su cuidado, el ambicioso hombre sólo pensó en guardar el dinero y tomar a la muchacha con violencia. La joven comenzó a llorar, aferrándose a su acompañante con más fuerza; pero él, colocando sus manos sobre sus hombros, y con mucha autoridad, visiblemente afectado le dijo:
–¡Te tienes que quedar! Yo tengo que ir a un lugar donde no me puedes acompañar. Aquí no te encontraran, es por tu seguridad.
–¡No!, yo no me quiero quedar aquí. Prometo que no le molestaré. Caminaré rápido y en silencio ¡No me dejes aquí! ¡No me gusta este lugar! ¡Tengo miedo! ¡Mucho miedo! –gritaba con esperanza de que cambiara su decisión.
–¡Entiéndelo! ¡Regresaré pronto! Debo solucionar algunas cosas y sólo aquí te puedo ocultar.
El hombre, molesto por la actitud de Venancio que asustó mucho más a la joven, lo alzó sujetándolo por la camisa. Al mismo tiempo, el gran pájaro se posó sobre su cabeza, mirándolo con ojos de fuego y rozándolo con su pico con malicia, mientras él le recordaba con firmeza, lo que habían acordado:
–¡Tú¡ ¡Trátala bien! ¡Es una niña! Tiene tan sólo 16 años, su nombre es Eleonor, y te expliqué que creció en un convento, y si la dejo es porque creo que aquí no la encontrarán. Solo por eso, pero si le pasa algo… Te juro, Venancio que pagarás con tu vida ¡No lo olvides!
Venancio se impresionó ante la fuerza de aquel hombre, el roce del pico del Cóndor le hizo estremecerse. Con ojos desorbitados, se limitó a guardar silencio. Asintió a todo lo que le decía. Luego lo soltó con fuerza, golpeándolo con la pared. Miró a la joven que temblaba de frío y miedo, pero él se inclinó a sus pies para tranquilizarla y recordarle que regresaría por ella, por lo que debería ser muy fuerte y resguardarse en la habitación que le darían. Sin embargo su voz se ahogó en un llanto entrecortado. Inmediatamente la soltó y se la entregó a Venancio, quien permanecía inmóvil con el gran pájaro aun aleteando sobre su cabeza.
El hombre misterioso apretó los puños con fuerza, silbó al Cóndor que regresó a su hombro. Luego corrió hacia el bosque y se perdió en la la noche, donde se escuchó al mismo tiempo, lo que parecían los gritos de dolor de un animal, que se confundieron con los sonidos del viento. Las ramas de los árboles bañadas por la tempestad se estremecieron con más furia
Venancio y Eleonor se impresionaron por lo que habían visto y escuchado. Sintieron erizar su piel de terror. Sin embargo, no trataron de averiguar el origen de aquel gemido indescriptible, por lo que entraron a la casa con premura, y completamente mojados. Allí, muchas mujeres se encontraban acompañadas de hombres ebrios, en su mayoría de muy mal aspecto. La joven los miraba a todos con su rostro bañado en lágrimas. Su ropa humedecida hacía que se revelara su silueta de mujer a pesar de ser tan niña. Así caminó lentamente frente a todos, sintiendo sus miradas quemando su cuerpo. Después de todo, la casa de la “Media Luna” era un prostíbulo disfrazado de pensión, pero también con un bar para atender a los viajeros del camino.
Eleonor sobrevivió de una gran tragedia: estuvo escondida en un convento desde los cuatro años. Donde comenzó a cantar y su hermosa voz la llevó a ser parte del coro de la iglesia. Así la descubrieron, y al peligrar de nuevo su vida, aquel extraño hombre acompañado del Cóndor la buscó para protegerla. Pero de forma incompresible, después de estar amparada por un templo de devoción a Dios, ahora se encontraba en las puertas del infierno.
Fue así, como en una sola noche su vida cambió. Confundida, sin saber qué hacer, caminó entre aquellos seres cargados de deseos. A su paso, trató de evitar sus manoseos, lo que la hizo tropezar con todo a su paso, provocando las risas de los que allí se encontraban. Una mujer la tomó de las manos y la protegió con su cuerpo, apartando a quienes querían tocarla, reclamándole a la vez a Venancio por su comportamiento.
–¡No la toquen! ¿No ven que es una niña? ¿Qué has hecho Venancio? ¿No tienes suficientes mujeres aquí? Ella no vino para eso…
–¡Cálmate mujer! ¿No ves su belleza? ¡Imagínate si la arreglas! Y para colmo viene de un convento. Mínimo es virgen, y por si fuera poco, canta… Hasta prestigio le puede dar al lugar. ¡Creo que he cerrado el negocio de mi vida! –respondió Venancio soltando una fuerte carcajada que contagió a muchos, mientras contaba el dinero que le habían entregado.
–¡Eres un desgraciado Venancio!
–Si tanta lástima te da, encárgate de la princesa, pero sólo hasta que reciba mi paga, porque si no regresan por ella en el tiempo acordado, ya sabes lo que le espera ¿Te quedó claro mujer? – Le gritó Venancio mientras la sujetaba fuertemente por la mandíbula.
Madame, como la llamaban todos, sin dejar de mirar a Venancio que recogía su dinero, respiró profundo y guardó silencio; tomó a la joven y se la llevó a una habitación. Era una mujer mayor con mucho donaire, encargada de cuidar a las mujeres de la casa de la “Media Luna”. Sólo ella, después de Venancio, podía tomar algunas decisiones allí. En algún momento fue su mujer, así llegó a ese lugar, pero al pasar el tiempo, terminó vendiendo su cuerpo para poder sobrevivir. Por tanto, nadie mejor que ella para comprender el futuro que le esperaba a la joven cargada de tanta inocencia.
Madame la ubicó en una habitación de los pisos superiores, muy cerca de la ella. Habló con la joven tratando de tranquilizarla, explicándole que si era buena nadie la maltrataría. Pero Eleonor no tenía claras muchas cosas, especialmente lo que significaba “ser buena”. Después de todo, ella sabía cantar bien, le gustaba hacerlo, pero era obvio, que otras eran las intenciones de aquel hombre que la recibió, y otras muy distintas las del hombre misterioso que la dejó allí. Agotada por el largo viaje, terminó vencida por el sueño, pese al bullicio del lugar.
Así pasaron las semanas, envuelta en una aparente calma. Las mujeres del burdel se fueron encariñando con ella, la asumieron como su hermana más pequeña. Tal vez su candidez, les hizo recordar lo que algún día fueron. Aunque todas temían por su futuro y se dedicaron a enseñarles canciones románticas, que Eleonor por su crianza no conocía. Los empleados estaban sorprendidos por su hermosa voz y su talento natural. Pensaron que una forma de protegerla era garantizar su trabajo amenizando las noches. Después de todo, ya había pasado un ciclo de luna llena y no habían regresado por ella.
Presionadas por Venancio, que se rehusaba a seguirla ocultando, llegó la noche de su presentación. Madame se encargó de prepararla, le dio un glamoroso vestido y la maquilló. Al entrar al salón, nadie la reconocía, parecía de mayor edad y la presentaron como una gran estrella. Eleonor no se sentía lista, no obstante, necesitaba ganar tiempo, y esa era la única forma que encontró. Así que cantó, una y otra vez, cautivando a todos con su belleza y su voz.
A partir de esa noche, para sobrevivir en cuerpo y alma, la casi niña se fue haciendo mujer, con lágrimas de canto que se llenaban de esperanza con cada nuevo amanecer. Y sólo una pequeña ventana fue cómplice de su dolor, su único contacto con el mundo exterior, que la ayudó a hilvanar sueños mirando las grandes siembras de cafetales vistiendo la montaña, que junto con cada flor y fruto se convirtieron en el más grato aroma, que la brisa con su caricia sus más gratos recuerdos evocó.
Mientras, a lo lejos, en lo alto de las cumbres, se comenzó a ver un hermoso Cóndor con los ojos de fuego, dibujando con sus grandes alas los hilos que poco a poco moverían las almas de un pueblo tapizado de misterios.
Sinopsis
En lo alto de una montaña, a una altitud aproximada entre los 1.000 y 2.200 metros sobre el nivel del mar, se encontraba una zona agrícola que emerge de los páramos de la cordillera de los Andes. Allí, en una explanada, se levantó el pueblo de Palmira, rodeado de cafetales, cacao, platanales, cañas de azúcar, cascadas y flores de múltiples colores.
Pueblo de calles largas y casas antiguas; la pequeña iglesia que cuenta su propia historia de construcción y reconstrucción a lo largo del tiempo; el colegio que educa pero también cómplice de tantos sueño; el consultorio médico compitiendo con la yerbatera del pueblo; el abasto del portugués que era botica y mercería; el viejo café para compartir con los abuelos sus remembranzas; la plaza Bolívar con su pequeño mirador, fiel cómplice de amores y desamores.
Sin embargo, al otro extremo del pueblo, casi oculto de esa pequeña parroquia de devotos, también existió una casa de dos plantas con fachada de posada y bar, pero con una realidad distinta, velada por la sombra de la noche y las candilejas de la falsa risa. Es allí, en ese lugar, en épocas de dictaduras, en la mayor crisis del café vivida en Latinoamérica, que emergió una historia llena de misterio, muerte, lágrimas y esperanzas; dónde un hombre con un gran cóndor, llegó acompañado de una hermosa joven, quién tenía el sueño de ser cantante, pero que por oscuras circunstancias, terminó atrapada en un mundo de prostitución, donde el pasado y el presente se mezclan, para dar paso al nacimiento del más hermoso ser; Getsemaní, una niña con sordera parcial, que al crecer, sería la única capa de develar los secretos dormidos de una montaña, que mantuvo a un pueblo sumergido en la miseria de sus más oscuras pasiones.
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