CRÓNICA DE UN AMOR Y SUS OLVIDOS
El teléfono sonó en plena madrugada. Susto, ansiedad, incertidumbre. ¿Qué había pasado? ¿Quién llamó? ¿Las “nenas”? (siempre seguirán siendo nenas para mí) ¿Mamá? Nos sentamos en la cama, aturdidos, vos al teléfono, yo tratando de escuchar. Solo entiendo que algo pasó, presto atención, no dijiste hija, por lo tanto, no es ninguna de ellas, solo queda mamá…te toco el hombro, quiero saber. Me hacés un gesto nervioso de que espere. Espero. Espero y escucho, voy entendiendo, mamá se cayó… ¡Mamá se quebró! No somos conscientes de que una nueva historia acaba de empezar.
DÍA 1
Aún no me acomodo a la idea. ¡La casa es un desastre! Polvo de ladrillo por todos lados, extraños entrando y saliendo, invadiendo mi privacidad. Hoy, es uno de esos días en los que quisiera no existir. Pablo me dice que no olvide el objetivo, pero aunque lo tengo claro, el martilleo constante, la mugre, los gastos, todo me desgasta.
DIA 32
Hace casi un mes que los albañiles van y vienen, vienen y van. Ya ni los veo, sigo como si nada, en mi rutina y a mi ritmo. He decidido enfocarme en el PARA QUÉ más que en el MIENTRAS TANTO. Resultó ser una buena decisión. Ya la veo, yo apoyada en su ventana y ella saludándome, feliz. Esa sola idea me ha dado las fuerzas necesarias para soportar el MIENTRAS TANTO.
DIA 38
¡Por fin! Todo terminó, aunque en realidad recién empieza. Ha costado trabajo traerla, aunque no por ella. La ambulancia ha llegado a tiempo y todo ha sido una fiesta. Sacarla de aquella casa enorme y vacía – la casa que me vio reír, llorar, jugar, enamorarme, gritar, en fin, ser – de allí para acá, para mi propia casa, la construida entre dos para muchos, incluso ella: mi madre. Y llegó con una sonrisa dibujada en su rostro, con ojos de niña grande que se asombra de la vida. Empujé su silla de ruedas como si fuera una guía turística y su felicidad justificó todas las incomodidades.
DIA 45
“¿Qué hace, vecina?” Saludo a través de la ventana. Ella se sorprende, me mira y se nota el esfuerzo que hace por recordar quién es aquella que la saluda. Y, entonces, se da el milagro, me descubre y sus ojos brillan y su rostro se ilumina. “¡Eh, Moni! ¡Hola!”. Levanta una mano temblorosa, con una piel tan fina que puedo ver los trazos azules debajo. Me trago las lágrimas y las cambio por una sonrisa grandota, que me sale del alma y nos quedamos charlando, yo colgada de la ventana, ella en su nueva cama.
DIA 53
Pasé a saludarte, como todos los días. Hoy, me llamaste Elba y tu cuidadora no entendió nada. Yo sonreí, un poco triste, un poco resignada. “Elba era mi tía, la hermana mayor de mamá” Y jugamos a ser hermanas y me preguntás “¿Te acordás de la cimarrona, la yegüita de papá, con la que íbamos a la lagunita acá cerca y nos llenábamos de sanguijuelas?” Y tu risa suena con un tintinear de cucharitas de plata cuando te miento que sí, que me acuerdo. Mi corazón se conforma con que me veas “hermana” antes que “extraña”.
DÍA 68
Hoy, te visitó el doctor (Todavía me violenta el trajinar de extraños por el pasillo de casa). Me siento un poco portera cada vez que un profesional viene a verte. Los acompaño a TU casa, que queda en MI casa. Los acompaño tipo custodio de mi ser amado, que les quede claro que conmigo no se juega, que si le hacés algo a mi mamá… ¿En qué momento se invirtieron los roles?
DÍA 73
Hoy, es el primer día de un nuevo comienzo: ¡TE PARASTE! Después de tres largos y solitarios meses, te paraste. Y tuve el honor de ser testigo de tu felicidad, tu expresión de triunfo. El esfuerzo enorme que hiciste para ayudar al kinesiólogo a pararte. Tu rostro, apoyado en su hombro, un guiño cómplice y yo que me río y aplaudo y lloro. Te miré, de pie, apenas, y te imaginé festejando mis primeros pasos.
DÍA 80
Acá estamos, sentadas, juntas tomando mate. Mirando fotos viejas, tan viejas que casi perdieron el brillo. Pero vos las tomás con ternura, para vos están igual, intactas. Una joven mujer, de negros cabellos y sonrisa hermosa, vistiendo un delantal de cocina- de esos que vienen con pechera incluida- sobre ropas sencillas. Sentada sobre una pila de ladrillos con tal elegancia que bien podría ser algún trono del Versalles y, a su lado, una regordeta niña de ceño fruncido por culpa de los rayos del sol. Detrás, la vastedad del desierto. Esa fotografía te tiene atrapada, somos vos y yo, en los comienzos, muchos, muchos años atrás. “¡Qué linda era mi mamá! ¿No?”. Comentás y la sorpresa me descoloca, me saca de contexto, pero enseguida me compongo y retruco “¿Y quién es la nena?” “¡Y Laura!”, contestás con un dejo de reto porque no la reconocí. Hoy, soy Laura, tu hermana menor. Está bien, lo acepto, porque vos seguís siendo mi mamá, todos y cada uno de los días. Seco la lágrima, no quiero que la veas, no quiero que te confundas, así está bien, seré quien vos digas… mientras sea alguien.
DÍA 87
Día de reyes.
Siempre dije que lloraría el día que ya no me conocieras, que ese día un puñal me atravesaría de lado a lado, sin embargo, hace tiempo ya que deambulo entre Laura, Olga y Elba, tus hermanas, tus compinches. Hace mucho que no escucho el eco de mi nombre en tus labios. Y duele, sí, pero no como lo había imaginado. Supongo que porque el tenerte a mi lado alcanza.
Hoy, cuando fui a saludarte, como todas las mañanas, tu cuidadora te preguntó: “Mirá ¿Quién vino a verte?”. Dejaste tu desayuno de lado, con dificultad me miraste y me miraste como si hace mucho no me vieras, porque abriste los ojos como platos y escuché la melodía más hermosa en un largo, largo tiempo “¡La Moni!”. Y sí, lloré, me tapé la cara para no asustarte y lloré ¡Qué ironía! Lloré cuando me nombraste.
DIA 94
Un día a pleno sol, el cielo limpio como una sábana recién lavada, me llama, me pide que salga, que lo acompañe porque las nubes se fueron y los pájaros aún no llegan. Así es que acá estoy, en un patio que quedó pequeño, pero suficiente, acogedor. Desde mi silleta te espío por el gran ventanal- que también es puerta- y espero a que me mires. Entonces, nos saludamos como dos viejas conventilleras y te tiro un beso y me tirás dos. Esto de estar aquí afuera, sola, ya no resulta divertido, así es que voy en tu búsqueda. Estás tomando mate, como todas las tardes después de la merienda, le hago una seña a tu cuidadora, pero a escondidas tuya, como cuando de pequeña quería complicidad con mis hermanos sin que te dieras cuenta. Hay cosas que nunca cambian. Ella entendió y te invitamos a tomar aire fresco en el patio. Amo tu esfuerzo por ayudar, te pasan la bolsa –esa odiosa bolsa, recordatorio constante de que ya no tenés control de tu cuerpo – y la tomás gustosa, feliz de emprender una nueva aventura. ¡Salir al patio bajo un cielo azul celeste que parece más azul desde que nos vio llegar!
Y así pasamos el rato, vos en tu silla de ruedas, yo en mi silleta, vos con tu mate, yo con el mío, vos con tus recuerdos y yo… yo ansiando permanecer en ellos.
DÍA 101
Domingo, día de almorzar en familia. Un ritual que habíamos perdido desde que te quebraste y quedaste postrada, aislada en esa enorme y hermosa casa, pero sola.
Hemos decidido reavivar los rituales, quizás en un esfuerzo por ganarle al tiempo, pero sobre todo, en un esfuerzo por disfrutarte más.
“Poner la mesa”, otra vez la mesa grande, la mesa pensada para la familia, toda, completa. Hoy, somos solo cinco, la familia “grande” se quedó en las fotos. Hay asientos vacíos que ya no duelen, aunque sus ausencias siguen pesando. La cabecera, antes de papá, ahora es tuya. Te otorgamos el lugar de la autoridad, aunque vos no te des cuenta. Y, de pronto, me descubro ayudándote a comer porque tus manos ya no te responden y nos imagino: yo en mi sillita y vos ayudándome a comer porque aún no controlo mis manos. Y somos felices, te digo que te amo y vos… hoy, solo sonreís porque sabes que dije algo lindo, pero no entendés muy bien qué.
DÍA 108
Hoy, no es un buen día. Ya noté que tenés días buenos y días no tan buenos. Hoy, es uno de esos días en los que vagás por un mundo que es solo tuyo y de nadie más. Nos cerrás las puertas y ventanas y te vas a pasear por los caminos de ayer con los amigos que ya no están. Y preguntás por gente que partió antes que vos. Hoy, es un hermoso día en tu mundo, porque sos niña y jugás y corrés y hacés travesuras montás en una yegua cimarrona. Pero en mi mundo es un día sin sol, es un día frío y gris, es un día sin mamá.
DÍA 115
“¡Buenas! ¿Cómo dice que le va?”, un saludo que ya se hizo habitual y vos, con esa sonrisa que me llena de mariposas la panza, me contestás: “Pero ¡muy bien!”. Y así inicia nuestra conversación, podemos hablar de tu pierna, si te duele la cirugía o de si querés la cortina abierta o cerrada. A veces, hablamos del tiempo, de tus cuidadoras y vos me hacés gestos de que no son tan buenas como ellas dicen. Otras veces, me reclamás que no te dan los medicamentos, que es mentira que te controlan la presión. Le gritas a tu enfermera y te enojas con todos, con ella, conmigo ¡hasta con la colcha! Esos días hago «mutis por el foro» y te dejo tranquila. Hoy, fue un día de “esos”.
DÍA 122
Es tu cumpleaños. Belén, tu primera nieta, y yo nos pasamos la mañana adornando el comedor de tu departamento. Vos, ajena a todo, dormiste tu siesta matutina.
Una lluvia de globos de colores cuelgan del techo, sobre la pared – que oficiaría de fondo para las fotos- pegamos una tela negra y con unas grandes letras doradas escribimos un FELIZ CUMPLEAÑOS DELIA, igual a las fotos que mirábamos la semana pasada, esas en las que vos, con toda tu juventud a cuesta, me tenés a upa, en un denodado esfuerzo por evitar que me quitara el largo bonete de cumpleañera. Hoy, la cumpleañera sos vos.
Llegaron los tíos con pasos lentos y mucho esfuerzo, ellos también están cansados, ellos también arrastran los años. Compartir el almuerzo, cantarte el feliz cumpleaños, las fotos, ayudarte a soplar las velitas me dejó un resabio a nostalgia de tiempos pasados, de tortas hechas con tus propias manos, las mismas que ahora me acarician apenas porque tiemblan demasiado y, quizás, tengas miedo a lastimarme.
Festejar un año más de vida junto a quienes te amamos fue algo maravilloso, no conociste a nadie, pero no importó porque nosotros sabemos muy bien quién sos vos y por eso agradecemos a la vida por tenerte, por poder devolverte un poquito de lo mucho que nos diste. Antes de partir, el tío se volvió hacia mí y me dijo que se iba contento porque te vio muy bien, con buen semblante y me felicitó por todo lo que hice y hago por vos. Y le dije lo mismo que a Sergio, mi hermano menor: “No hay nada que agradecer, es mamá”.
Ha llegado el tiempo, vieja querida en que sean mis manos las que te ayuden a caminar, sea mi mente la que recuerde por ti, sea mi brazo tu apoyo y mi fuerza tu sostén.
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