Llegó a la chabola y se sentó nervioso en el colchón que estaba tirado en el suelo. Había sido un día difícil y no consiguió dinero para comida, aunque eso no le importaba demasiado. Hacía tiempo que comer ya no era una de sus necesidades primordiales, no sabía exactamente desde cuando, pero así era; como si el cuerpo hubiera olvidado su manera de funcionar previamente para comenzar a hacerlo de otra forma, otra necesidad se había colocado como la primera de todas, en ocasiones podía olvidar incluso ir al baño y se lo hacía encima, pero eso no, jamás. A pesar de ello, el cuerpo no olvida, quizá la mente nos engaña, pero el sabe perfectamente lo que necesita, por eso mismo cada día que pasaba estaba más moribundo y esquelético, más parecido a un muerto que a un vivo. Llevaba sin comer más de una jornada, quizá dos, pues los días de lluvia eran los peores, apenas había gente por la calle a la que pedir monedas, pero gracias a Dios ambos días había llegado a su chabola con una dosis de felicidad artificial y momentánea.
Sacó de su bolsillo la bolsa, alcanzó la cuchara y el agua con sus manos temblorosas, derramó en la primera unas gotas de la segunda, cayó más fuera que dentro, después cogió la bolsa y con sumo cuidado vertió la sustancia. Dejó la cuchara bien colocada sobre el colchón y buscó por el suelo una jeringuilla, la cual usó para diluir la dosis, extrajo de su otro bolsillo un mechero y con la llama comenzó a calentar la parte inferior de la cuchara observándola como un niño chico que mira emocionado por la ventana esperando que papá llegue de trabajar. Entonces empezó a burbujear y él emitió un breve gemido. Dejó la cuchara de nuevo sobre la cama, cogió la jeringuilla y succionó la dosis. Se colocó en el bíceps una goma elástica y comenzó a darse golpes en el antebrazo, desesperado por que la vena se marcara lo suficiente como para no fallar. Ésta se marcó gratamente, entonces agarró la jeringuilla y, a pesar de los temblores que tenía, se la inyectó con precisión de cirujano, sin sentir ni una pizca de dolor, pues había perdido la sensibilidad en esta parte de su cuerpo. Podía clavarse un cuchillo que seguro apenas sentía nada.
Suspiró profundamente mientras sonreía y se tumbaba en el colchón. En unos instantes estaría volando.
Y así fue, apenas habían pasado quince segundos cuando su cara empezó a sonrojarse y su boca a secarse, comenzó a sentir como pesaban sus extremidades y justo entonces una intensa sensación de euforia recorrió todo su cuerpo. Se mantuvo así un periodo de tiempo que no sabría decir cuánto fue, quizás unos minutos, quizás unas horas… después un ligero adormecimiento se apoderó de su ser.
Allí solo, tirado en aquella sucia cama y con la heroína aún recorriendo sus venas comenzó a pensar en su familia, en su madre en la cocina haciéndole una tarta para su cumpleaños cuando aún era un crío, en su padre dándole lecciones de vida y contándole historias de cuando era joven. También pensó en su esposa, bueno, ex esposa, con la que había pasado más de quince años de su vida, la misma que ahora se cruzaba por la calle y siquiera le miraba. Pensó en su sonrisa, en la primera vez que bailaron sin música en la playa a la luz de la luna, en el primer beso. Después empezó a pensar en su hijo, ese hijo que jamás había tenido porque prefirió recorrer otro camino de soledad y penumbra. Entonces se empezó a sentir sucio, comenzó a sentir asco de la sustancia que recorría su cuerpo, asco de sí mismo y unas inmensas ganas de quitarse la vida se apoderaron de él.
Trató de levantarse pero apenas podía mantenerse en pie y calló, los párpados le pesaban, no le quedaban fuerzas. De repente notó que salía de su cuerpo, jamás había sentido algo parecido, quizás estaba muriendo y no quería que fuera así, no solo y en esta mierda de casucha. Entonces lo que antes habían sido unas inmensas ganas de quitarse la vida se convirtieron en ganas de sobrevivir. Pero quizá ya era demasiado tarde, había dejado su cuerpo por completo y se veía desde el techo de su chabola. Ahí estaba él, podía verse perfectamente tirado en esa sucia cama y hasta el culo de heroína, ¿se habría pasado con la dosis? Entonces observó como el colchón lo empezaba a absorber, trataba de moverse pero su cuerpo no respondía, se estaba hundiendo poco a poco en él. Y justo cuando casi todo su cuerpo había desaparecido y apenas podía únicamente ver su cara, advirtió que decía:
—La última.
El día siguiente no salió de la chabola, lo pasó dormido, tratando de olvidar aquella pesadilla y luchando contra las ansias de inyectarse. Finalmente consiguió irse a dormir y no se había metido nada en toda la jornada, todo un logro para él desde hacía varios meses. Quizá años.
Se despertó cansado, como si no hubiera dormido nada. La mañana la paso pidiendo por los supermercados, donde consiguió unas pocas monedas. Después fue a la calle principal de la ciudad, una zona muy extremista, podía tener suerte y llevarse un billete de algún ricachón que le da lo primero que saca con tal de que no se acerque, o quizás llevarse un escupitajo de algún trabajador frustrado. Esta vez no se llevó ni lo uno ni lo otro. A la hora de comer se pasó por un colegio para pedir en la salida, aunque realmente no sabía si era fin de semana o no. No hubo suerte. Quizás era sábado, eso explicaría porque no se había llevado nada en la calle principal.
Hizo un parón y pasó por una tienda de alimentación, el dinero que no se iba a gastar hoy en esa mierda se lo gastaría en comida, ya era hora de meterle a su cuerpo algo más que un chute de heroína. Apenas le dio para una barra de pan y una botella de agua.
Se sentía muy cansado y se tumbó en un banco, cerró los ojos y para cuando los abrió el sol ya no pegaba tan fuerte como antes. Tenía que aprovechar las pocas horas de luz que quedaban para conseguir algo más, puesto que no le gustaba pedir por las noches; solo había niñatos y borrachos, por lo que solo lo hacía si era por extrema urgencia, es decir, si no había conseguido su dosis mínima diaria.
Decidió ir a la salida del parque, donde consiguió solo algo de calderilla y alguna que otra mirada de miedo de los niños. Seguro que iban a sus padres corriendo diciéndole que habían visto un zombie.
Cayó el sol, y con él, la ilusión de no meterse nunca más en su vida. Este era un momento difícil siempre que había decidido dejarlo, pues era cuando debía de ir a pillar pero no podía hacerlo, si es que quería dejarlo, claro. Pero, ¿quería dejarlo de verdad? ¿Que iba a hacer un pobre desalmado al que solo le quedaba la droga si no tenía a esta? Claro que quiero dejarlo, se dijo a sí mismo, se como funciona esto y esta vez voy a resistir.
La ansiedad empezó a hacerse notar y con ella llegaron los primeros dolores, al principio por las piernas, después por los brazos y así hasta extenderse por todo su cuerpo. Caminaba medio encorvado pues así parecía que el dolor menguaba, cuando de repente vio algo por el rabillo del ojo, en un callejón, que le pareció fuera de lo normal. Miró pero no había nada. Continuó, cada vez con más dificultad para andar, y cuando levanto un poco la cabeza volvió a ver algo extraño: en lo alto de un edificio había alguien subido en la cornisa. Al principio pensó que quizás era un suicida, que iba a saltar, pero de repente la silueta levantó su brazo y lo señaló. Se sobresaltó un poco e intento averiguar de quién se trataba pero no logró distinguir nada, tan solo veía una sombra.
Se encaminó a su chabola a paso ligero.
Llegó y se tiró al colchón. Comenzó a sentir calambres por el abdomen mientras se estiraba para buscar por el suelo cualquier cosa que calmara al menos un poco su ansiedad. Encontró un cigarro a casi acabar, lo encendió y se lo fumó en un par de caladas pensando que ojalá este fuera su único vicio.
Volvió a pensar en la sombra y empezó a sentirse observado, llegó a sentir un ligero temor, pero no le disgustaba, pues hacía que la mente se le distrajera un poco y no pensara solo en perforar sus venas.
Tras unas horas de dolores y paranoias consiguió quedarse dormido.
Pasó todo el día con fuertes dolores, se notaba que llevaba ya dos jornadas sin meterse nada y su cuerpo lo pedía a gritos, apenas había conseguido dinero para comprar otra barra de pan y una Coca Cola. La gente lo miraba con más miedo que de costumbre y era normal, debía parecer un monstruo en plena transformación y, en parte, no se equivocaban, él no era un monstruo pero sí que estaba en una transformación; estaba tratando de volver a ser quien un día fue.
El sol ya se había marchado, por lo que ya era hora de irse a casa. Comenzó a pensar que quizás debería pasarse por su camello, meterse algo y mañana ir a algún centro para que lo ayudaran, si no esto iba a ser muy difícil.
—¡No, no y no, mañana buscaré ayuda, pero hoy no voy a meterme nada.
Le surgieron unas fuertes náuseas, se apartó a un lado de la calle y empezó a vomitar lo poco que había comido en una esquina. Limpió su boca con la manga y se puso de camino a casa, pero las náuseas volvieron; se dio la vuelta y continuó vomitando en la misma esquina. Apenas tenía nada que vomitar, lo único que estaba expulsando era bilis. Entonces sintió una presencia a su lado, levantó la cabeza y lo vio.
Esta vez la tenía justo a unos metros y podía verla mejor, aun así seguía sin ver su rostro, ni su cuerpo, era totalmente oscura, solo era sombra. Se echó hacia atrás y tropezó con una piedra que había en el suelo cayendo al suelo. Las náusea le desaparecieron del susto y dijo:
—¿Quién coño eres?
La sombra no contestó, se limitó a hacer el mismo gesto que el día anterior, levantó la mano y le señaló.
Se levantó y echó a correr, pero el dolor muscular apenas se lo permitía. Giro la siguiente calle a la derecha y allí volvía a estar, justo enfrente suya.
—¡Déjeme en paz!
Dio media vuelta a la velocidad que pudo y continuó corriendo hacia su chabola pensando en esconderse allí, pero justo entonces se percató de que no era un buen sitio para esconderse ya que cualquiera podía entrar. Pero el pensamiento se le esfumó rápidamente pues de todos modos no tenía a donde ir, por lo que siguió con el plan. Entonces se noto los pantalones mojados, se había meado, se sintió asqueroso y comenzó a llorar.
Miró hacia atrás y ahí seguía la sombra corriendo tras él.
—¡Ayuda! Por favor, que alguien me ayude.
Un hombre apareció por la esquina de enfrente.
—¿Estas bien? ¿Qué pasa?
—Esa cosa cosa —Dijo señalando hacia atrás.
Se sorprendió al ver que había desaparecido, ¿dónde se ha metido?, pensó.
—No puede ser —dijo atónito— estaba justo ahí, se lo juro.
Al mirar al hombre apreció que este ya se estaba marchando por donde había venido. No lo juzgaba, con las pintas que llevaba quién lo iba a creer…
Llegó a la chabola y agarró su linterna de manivela; la única luz que tenía en ella, de todos modos solo la necesitaba para pincharse, el resto del tiempo lo pasaba durmiendo o colocado y para eso no necesitaba ver. Se sentó al borde del colchón apuntando con ella hacia la puerta, o mejor dicho la no puerta, porque siquiera había.
Sudaba ríos y sentía el corazón golpeando su pecho, como si estuviera harto de vivir en este sucio y destrozado cuerpo y quisiera salir de él.
La linterna empezó a perder intensidad por lo que comenzó a girar la manivela con fuerza para recargarla. Al volver a apuntar a la entrada, allí estaba. El sudor se torno gélido provocándole escalofríos por todo el cuerpo.
—¡Fuera! —gritó— ¡Vete de mi casa!
La sombra se acercó lentamente y volvió a realizar el mismo gesto, levantó el brazo y le señaló.
—¿Qué quieres? —preguntó entre sollozos— haré lo que sea, pero déjeme en paz por favor.
Estaba casi encima de él cuando ella levantó también la otra mano, se abalanzó sobre su cuello y comenzó a estrangularlo.
Pataleaba para intentar quitársela de encima pero todo esfuerzo era inútil, o esa cosa era demasiado fuerte o él estaba demasiado débil. Sentía que el corazón le iba a explotar, su visión se empezó a llenar de puntos negros, ya no le quedaba aire en los pulmones. Entonces dejó de sentir las manos de la sombra sobre su garganta, dejó de escuchar sus propios gritos, de oler sus heces, dejó de percibir todo lo que le rodeaba, ahora si que estaba seguro de que este era el final.
Dedicó sus últimos instantes de vida a recordar todo aquello que le había quitado la droga, mejor dicho, que él había perdido por elegir la droga: las caricias de su madre, la sonrisa de su padre, los besos de su mujer y la vida del hijo que podría haber tenido. Entonces lo entendió, detrás de esos pequeños detalles se escondía la vida, pero él nunca supo apreciarlo y trató de buscarla en otros lugares o sustancias. Comprendió que el sentido de la existencia no era más que eso, aprender a disfrutar de esas pequeñas cosas, porque eso era la verdadera felicidad. Pero para él ya era demasiado tarde.
Un cuerpo inerte yace sobre una mesa de autopsia tapado por una sábana, mientras, a su lado alguien con bata blanca toma apuntes justo cuando el capitán entra a la sala.
—¿Este es el de la chabola?
—Así es —contesta el forense.
El recién llegado levanta la sábana a la altura de la cabeza, después pregunta:
—¿Causa de la muerte?
—Ataque al corazón.
El agente se queda mirando al hombre sin vida, suspira y comenta:
—Otro que sucumbe ante las garras del mono.
—La sombra del adicto —añade el forense.
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