Unidos por la esperanza

Unidos por la esperanza

Mara

22/03/2021

UNIDOS POR LA ESPERANZA

Fermín con la mochila cargada sobre su diminuta espalda, venía de la escuela preocupado por ese cuatro en la prueba de matemáticas.

Cabizbajo y pensativo transitaba por su recorrido habitual y ni siquiera advirtió que cruzaba el semáforo en forma incorrecta, el bocinazo del colectivo lo llamó al orden y se quedó paralizado durante eternos segundos.

Como decirle a mamá que había fallado; bueno tal vez ella lo entendería, – pero papá, pobre papá–pensó Fermín, él que se la pasa trabajando de la mañana a la noche…no…papá tampoco se merece el cuatro en matemáticas.

Cruzó por la placita y se sentó en un banco raído por el paso y las inclemencias del tiempo, raro en él que siempre tenía apuro por llegar a su casa, pero esta vez debía pensar la manera de decirle a su mamá de la mala nota en la escuela,

Estaba tan recluido en sus pensamientos que no advirtió que un señor mayor con aspecto desalineado le estaba dando migas de pan a decenas de palomas.

-¿Qué te anda pasando muchachito?-preguntó con ternura el viejo con cierto aspecto de vagabundo, a Fermín esa pregunta lo tomó por sorpresa, sus ojos enrojecidos rompieron en llanto y las palomas se asustaron, luego de varios aletazos ganaron altura, todas menos una, la más pequeña y desplumada que de un saltito trepó hasta el banco.

Fermín se sentó al lado del abuelo, corrió la mochila para no incomodar, y la intrépida palomita se subió en su regazo, el niño dejó de llorar y con el dedito índice de la mano derecha le acarició la cabecita.

-Esta es mi gran compañera, le puse de nombre Esperanza, todos los días come aquí junto a mí –explicaba el viejo.

Fermín secó sus lágrimas con el revés de su mano y comenzó a desnudar su pena y contarle que ese cuatro en matemáticas era el motivo de su llanto.

-¿Cómo se llama usted señor? –preguntó el niño.

-Me llamo Vicente, pero acá todos me conocen como el viejo de las palomas.

-Mi abuelo se llamaba así–dijo el niño y volvió a recordar ese cuatro – ¿cómo le digo a mis padres?

–Con valentía, con actitud, la vida siempre da revanchas, un cuatro en matemáticas no es tan dramático, drama es estar enfermo, estar sin trabajo, sentirse excluido, discriminado, drama es la guerra, el odio, el desamor, dile a tus padres que en la próxima te sacarás un diez y listo –lo alentó el abuelo.

–Gracias señor–dijo Fermín y por primera vez en la tarde de su carita fresca brotó una sonrisa limpia.

– Decime Vicente, vivo en esta plaza, cuido los autos que estacionan en la avenida, le doy de comer a las palomas y a veces cuando tengo comida la comparto con gente en situación de calle como yo, a los perros callejeros que se me acercan, siempre hay quienes necesitan más que uno mismo.

El niño se despidió un poco más reconfortado porque sentía en la mirada del abuelo mucha paz y solidaridad a pesar de la pobreza aparente, su interior parecía enriquecido. Y se marchó con una inmensa tranquilidad y un enorme deseo de revancha en la prueba de matemáticas.

A partir de ese día, Fermín pasaba todas las tardes por la placita y se encontraba con su amigo Vicente; que feliz se sintió cuando se sacó un diez en el recuperatorio de matemáticas.

-Vicente, aprobé matemáticas.

–Viste que la vida da oportunidades Fermín, vas por el camino correcto, que nada detenga tus ganas de progresar, de superarte.

Fermín miró en derredor y observó a los vagabundos, a los perros callejeros, algún chico de la calle y no dudó en preguntarle al Viejito.

– ¿Y ellos, qué será de sus futuros, de sus ilusiones, a ellos también les hablas?

–Cada uno elige su destino, a veces la marginación es cruel, llegará el día en que ellos también lo encuentren, yo quizás no consiga ayudarlos pero vos algún día podrás hacer algo, aunque ayudes a un solo necesitado ya habrás justificado tu paso por la vida –contestó Vicente.

El tiempo fue pasando, al terminar la escuela primaria Fermín fue abanderado y en la misma plaza a diario se seguía encontrando con el viejo de las palomas y siempre sobre el banco de la plaza esa pequeña ave desplumada; la amiga Esperanza comiendo las miguitas de pan que con amor el viejito le daba.

Fermín pasaba aunque sean diez minutitos a escuchar las historias del abuelo, la tristeza con que se refería a aquella guerra; nostalgia por su tierra del otro lado del océano. Allí habían quedado sus afectos y sueños de juventud, hacía muchos años desde su llegada a Argentina en un barco de carga, el Kryptias, un barco griego, nunca regresó a su amada patria, para él lejana y amada tierra europea.

El tiempo prosiguió su marcha y Fermín tuvo las mejores notas en el secundario, le contó al viejito de su primera novia, de las cosquillitas en la panza al dar su primer beso enamorado, cada paso dado por Fermín era paso contado al viejo de las palomas, es que confiaba tanto en su amigo.

Pero un día la realidad golpeó fuerte en su vida adolecente, su padre preso de una cruenta enfermedad había caído en cama.

Fermín desesperado buscó consuelo en Vicente que siempre tenía la palabra justa.

–Mi padre se está muriendo –dijo acongojado Fermín.

El viejo con voz dubitativa le dio su aliento, pero como si presintiera un desenlace fatal.

–Tienes que ser fuerte Fermín, la vida no siempre se presenta como uno quisiera.

–Pero él se salvará, tiene que curarse-suplicó el joven.

El viejo no contestó.

– ¡Júrame que se salvará…! –exclamó con desesperación Fermín.

El abuelo volvió a callar.

–Claro. Ya me parecía, ahora sé porque cada vez hay más vagabundos, perros callejeros y chicos en las calles, ni una palabra de esperanza me das y pensar que necesitaba ese mensaje de aliento, aléjate de mi vida, quédate con tus amigas plumíferas, –dijo con ira Fermín mientras por primera vez Esperanza, la palomita desplumada ganó altura muy asustada buscando refugio en un frondoso eucaliptus.

Fermín se alejó insultando con palabras irreproducibles, quizás no contra Vicente, sino por la situación que estaba atravesando y canalizó su vehemencia en el pobre abuelo.

Desde aquel penoso día Fermín nunca más cruzó por la placita.

Un tiempo después.

–Apúrate que llegamos tarde –dijo la mamá mientras le acomodaba el nudo de la corbata a Fermín; había llegado el momento de su graduación, Fermín se recibía con uno de los mejores puntajes en la secundaria.

Ya en la fiesta de graduación la madre emocionada se aferró fuerte del brazo de su hijo; el rector lo invitó al palco por ser el mejor promedio para que diga unas palabras.

–Hoy es uno de los días más importantes de mi vida, quiero compartirlo con mi madre, sin su esfuerzo esto no hubiera sido posible y por supuesto con mi viejo que desde el cielo me da la fuerza necesaria para apostar a la vida y para creer en los sueños… ¡papá te quiero y te extraño! –un emocionado aplauso de los presentes cerró la velada.

Al volver a la casa junto a su madre, Fermín decidió pasar por la placita, se sentó en el mismo banco como en la infancia, varias palomitas se le acercaron, pero faltaba una, Esperanza no estaba con el resto de la bandada, y tampoco estaba el viejito Vicente.

Su madre lo abrazó fuerte y trató de estimular a Fermín.

-Tal vez mañana el señor regrese a la plaza y lo podemos invitar a que comparta la noche buena en casa con nosotros.

-Presiento que ya no lo volveré a ver, que ingrato fui –contestó con congoja el joven.

Al día siguiente Fermín volvió a visitar la plaza, se sentó en el banco donde siempre charlaba con el viejo de las palomas, su amigo Vicente, y por largo rato quedó absorto en sus pensamientos tratando recordar cada charla con ese señor que conoció el día del cuatro en matemáticas, ese recuerdo le dio ternura y esbozó una sonrisa –Tengo que encontrarlo.

Fermín se acercó a un señor que estaba ayudando a estacionar los automóviles en la avenida frente a la plaza y le preguntó por el abuelo Vicente.

-Ahhh el viejo de las palomas –contestó el acomodador de autos,-está internado en el Hospital Municipal es lo que sé, tuvo una descompensación.

A paso rápido Fermín fue rumbo al hospital Municipal y como casualidad o paradoja del destino ahí había sido internado su padre, y en ese lugar falleció.

Con cierto temor el joven preguntó a una enfermera por el viejito Vicente ya que ni siquiera sabía su apellido.

–El viejo de las palomas está internado en la habitación 436 –dijo con una amplia sonrisa la enfermera para luego agregar –anda mejor, estuvo muy delicado, desnutrición, vejez y los típicos problemas de un hombre que vive en la calle, yo lo atiendo y es un hombre muy bueno, siempre habla de su patria natal.

Lentamente y nervioso Fermín ingresó a la habitación 436 y en la cama próxima a la ventana estaba el viejito Vicente con el suero pendiendo de su brazo flaquito, dormía profundamente.

Fermín se acercó a la cama y con mucho cuidado le tomo la mano –viejo de las palomas que bah, para mi sos mi otro abuelo Vicente.

Estuvo por un largo rato contemplándolo en silencio, viendo su cara arrugada como si fuera un mapa de toda una vida vivida como pudo, lo besó en la frente y se dispuso a marcharse.

-Heyyy muchachito que tal matemática –el abuelo se había despertado,

-venga… dele un abrazo a este viejo que seguirá dando batalla.

Y se fundieron en un interminable y afectuoso abrazo.

Mirá Fermín quien está del lado de afuera de la ventana junto al marco –agregó Vicente.

-¡Esperanza, la palomita, no lo puedo creer! –fue la exclamación del joven.

La mamá de Fermín eligió el mantel más bonito que tenía para celebrar la noche buena, puso los platos más finos y como en cada ocasión festiva, colocó tres copas de cristal, desde la muerte de su esposo siempre había dos platos y dos vasos pero en la noche previa a la navidad había un invitado especial…Vicente.

Prolijamente alineado, afeitado y con ropa nueva que le habían dado en el Hospital Municipal, muy puntualmente el viejo de las palomas, es decir el abuelo Vicente llegaba a la casa de Fermín.

Tocó el timbre y al abrirse la puerta Fermín lo recibió feliz.

-Hola Fermín, me tomé el atrevimiento de traer un invitado –dijo el viejito y sostenía en la palma de la mano a Esperanza, la palomita desplumada.

Desde ese día y por el resto de su vida Vicente vivió en la casa con Fermín y su madre, otra vez el joven volvía a tener un abuelo Vicente.

Y disfrutando de los árboles del patio, las migas de pan y las semillitas se encontraba Esperanza, sí, como la vida misma, siempre habrá esperanzas si existen muchos abuelos Vicente y muchos Fermín.

Feliz navidad!!!

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