hojas de té, hojas de té, wë wë wë…

hojas de té, hojas de té, wë wë wë…

Júlio Campello

15/03/2021

Le salieron unas palabras, tal como se asa un pavo. No las alcanzó, le devolvían el golpe. Desde el balcón, se podía escuchar la animación de los niños por la llegada de un viejito vestido de mujer. «¡Ya no es más carnaval, Santi!», le decía el mayor del grupo. Mientras tanto, los dos hablaban. Alguien los escuchaba con una copita vieja de salsa de tomate, la adicción de la vecina italiana. Un otro programaba unas canciones en su computadora y bailaba solo, tomando pausas solo cuando le daba sed. Las luces principales de la habitación no estaban prendidas; «mejor así», le decía el flaquito. Bueno, fue una larga charla, la flaquita bajó del edificio alrededor de las nueve de la noche (una peli estaba en su lista de tareas para hoy lo que significaba que se iban a «mimir» tarde) para coger la lasañúla justo cuando estaba por llegar el repartidor de la fornería. Los dos se veían desde distintos ángulos en momentos de distracción. Una cumbia sonaba en el fondo y se mezclava con un «techno» muy distorsionado que hacía temblar los platillos. La verdad que no querían hablar ni hoy, ni mañana, ni después de mañana, solo querían quedarse acurrucados, como una parejita de conejos bajo la manta. Aún no habían comido toda la lasaña y la pobrecita, solita, ya se enfriaba, apartada junto a los lápices de dibujo en un rincón de la mesa blanca de estudios. Una mano delicada tocaba la puerta de la habitación. Venía a traer unas galletitas caseras. Serían para el desayuno de mañana. En la cama los dos veían el cielo, luces de neón parpadeantes, un efecto «glitch» que les cegaba a veces. Las boquitas mojadas ensayaban algo, pero eran demasiado temerosas. La computadora ahora reproducía un desmontaje de piezas, un tintineo de chucherías metálicas. Un caldo morado con notas anaranjadas chorreaba de alguna parte de la habitación. Rezumaba de unas cartas y bocetos. A canela olían. Se podía oír un reguetón bien lentito, arreglado con «airy pads» de un sintetizador analógico, la caja y el bombo generados de forma modular. Se escuchaba una risa, seguida de un gruñido nostálgico. ¿Por dónde van las pompas de jabón? Una niña, toda sonrojada, se reía y me decía que no eran burbujas de jabón, sino hojitas de cilantro que caían del cielo.

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