Existe una tribu nómada que viaja a diario en tren. Condenados sin remedio, al confinamiento social y familiar con toda clase de inventos tecnológicos, viven conectados y online a hipnóticas hojas Excell a fin de alcanzar sus objetivos empresariales, obviando así, otras dimensiones de su vida; al menos en ese momento, al menos en ese tren.

Directores, subdirectores, jefes de sección, responsables de departamento yauditores, todos ellos son expertos y pseudoexpertosen explicar con gráficos y ratios,lo inexplicable.Fauna y flora del mundo empresarial, adiestrados en pensar únicamente en valores absolutos y que rinden servidumbre y pleitesía a empresas que los vigilan con mirada miope y desenfocada.

En ese momento, en ese tren, la tribu vive una vida basada en la ciencia probabilística de cálculos del rendimiento, sin saber, o sin querer calcular las horas, los días, los años… el tiempo de sus vidas que dedican, a esos cálculos con fecha de caducidad.

De lunes a viernes, orientan sus esfuerzos y energías a un éxito comercial y profesional; el exiguo fin de semana les llega cansados y con la ingente tarea de refundar su éxito vital.

Yo pertenecía hace tiempo a ese colectivo, yo era uno de ellos, yo; es por eso he desarrollado ésta ineficaz capacidad de identificar a los de mi misma especie. Ahora ya no pertenezco a ese mundo. Ahora no. Ya no. Ahora creo que soy un animal en peligro de extinción.

Superabundancia visual en formato Excell que no les deja mirar lo que hay al otro lado del cristal…… Hay un edificio a la entrada de Madrid singular. Su singularidad estriba en su fealdad. Es un edificio horrendo y gris de puertas verdes, construido justo al lado de otro más horrendo y más gris que él. Juntos forman una extraña pareja.

Son dos edificios siameses. Entes diferentes, construidos juntos e invisibles para los ojos que perdieron la capacidad de mirar y admirar. No hay tiempo para nada más. No se puede mirar o pensar en otras cosas.

Pues bien, en esa amalgama de cemento gris, ventanas pequeñas y puertas verdes, hay un balcón cubierto totalmente de flores. Un vergel en medio del cemento. A veces la vida aparece en los lugares más insospechados. La vida siempre se pone de parte de la vida. Las personas somos como las plantas, crecemos buscando la luz.

El hipotecado propietario, ha preferido mirar una pared tupida de flores y hojas verdes, que la vista gris y triste de las vías del tren que transporta a diario a personas tan grises y tan tristes, como esas vías a las que prefiere no mirar. Hay otro balcón, que también empieza tímidamente a llenarse de flores. Quizás, es probable que en unos pocos meses, en un par de años, el edificio entero quede oculto por una tupida y esplendida capa de hojas y flores que cubran el edificio entero. Quizá tengan una oportunidad de ser otra cosa, y dejar de ser un edificio de cemento gris.Quizás, es probable que algún viajero deje de pensar un instante en sus trabajosas y trabajadas hojas excell y pueda admirar un paisaje diferente.

Yo así lo espero. Yo así lo hice. Un día levanté los ojos y descubrí que el horizonte siempre es la promesa de algo mejor que está por llegar.

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