Ha pasado tanto tiempo, que apenas recuerdo las cosas que he vivido, pero esta historia la tengo tan presente que me parece haberla vivido ayer mismo.

Tenía catorce años y pasaba mis vacaciones de verano en el pueblo, era feliz con mis padres y hermanos. Inés era la chica que ayudaba a mi madre en casa.

Una mañana entré en la cocina y la vi llorando, mientras guardaba una carta en el bolsillo de su delantal, enseguida le pregunté que le pasaba, aunque se veía apurada e indecisa me lo conto, era una carta de su novio que estaba cumpliendo el servicio militar, era la primera que recibía y al no saber leer lloraba desconsolada. Me conmovió tanto que en seguida me ofrecí para leérselas y contestarlas, aquella y cuantas recibiera, también me ofrecí a darle clases mientras duraran mis vacaciones, cosas que agradeció efusivamente. Aquella carta respiraba amor por todas partes, le decía cuando la quería y lo triste que estaba lejos de ella.

En una de esas cartas mandaba una foto, que Inés me mostró orgullosa, era un joven moreno de rostro sonriente y unos ojos preciosos, se cubría la cabeza con su gorrito militar para ocultar el poco pelo que le habían dejado, me pareció guapísimo, tanto que sentí algo nuevo en mi corazón de adolescente.

Él se deshacía en cariños y elogios, pero ella se limitaba a contar cosas cotidianas de su vida, pero nunca contestaba aquellos mensajes de amor y esperanza posiblemente por mi presencia.

Un día me atreví a suplantar a Inés, aquel muchacho se merecía todo el cariño y en cierto modo me sentía unida a él por un vínculo inexistente que me salía del alma, así que sin pensarlos dos veces abrí mi corazón escribiendo todo lo que le diría ella libremente: le mandé besos y abrazos y frases tan hermosas como “te quiero mi vida” y muchas cosas más. Confieso que sentía ciertos remordimientos, pero pensaba lo feliz que él se sentiría. Hice como si cerrara el sobre y le dije que yo misma llevaría la carta a correo.

Había oído decir a mi abuela que cuando mi abuelo era soldado ella le mandaba un beso de carmín en cada carta; busqué las pinturas de mi madre me impregné los labios generosamente y besé la carta, me sorprendió lo real que quedó

aquel beso.

Esperé con ilusión la respuesta, que no tardó en llegar, me contaba que había puesto sus labios sobre aquel beso y lloró de emoción. Por supuesto que Inés no supo nunca esta confesión pues omití este párrafo.

Paso el verano y volví al internado, confieso que me sentí triste, era el fin de mi aventura. Al tiempo supe que Inés se casaba y era feliz.

He tenido una vida llena de amor y de besos, con un esposo maravilloso por lo que doy gracias a Dios, pero el beso de aquel soldado se quedó en mi alma para siempre, “mi beso de papel”

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