Los amantes de René Magritte

Los amantes de René Magritte

Hay quiénes se aman y no son nada y hay quienes tienen pareja y aman a otra. Hay besos que lo significan todo y otros que se enconden bajo la palabra amor para expresar lo peor de nosotros mismos.
Los amantes de René Magritte llevaban años viéndose a escondidas y sin embargo eran completos desconocidos el uno para el otro. El beso de los amantes nunca simbolizó amor. Cada beso era fruto de la soledad, la frustración y la pena. No importaba quién fuera la otra persona, tan solo necesitaban sentir “eso” para al menos poder sentir algo. No hablaban. Solo se reunían en aquella casa que desde luego no incitaba al amor, y descargaban toda la rabia que sentían por todo lo que la vida les había arrebatado.
Pero se tenían el uno el otro. Y aquellos besos cálidos traían de vuelta el verano en un invierno frío de Bruselas. Solo durante ese instante, aún quedaba un reflejo de esperanza en medio de la oscuridad. Aún había algo que hacía que mereciese la pena vivir aquella vida mezquina una y otra vez solo para repetir en bucle ese instante. Cada beso inspiraba el alma de los amantes, les calmaba las ganas de rendirse hasta llegar a un punto en el que sus velos se desprendían y de repente parecían conocerse, parecía que se amaban de verdad.
Pero ese instante no duraba mucho. Y entonces, esa chispa de esperanza desaparecía para sumirse en una oscuridad penetrante. Los besos se volvían fríos y agrios y el invierno se sentía más frío que nunca. El velo volvía a cubrir el rostro de los amantes mientras ellos se convertían en dos extraños intentando darse un amor que nunca tuvieron.

Y entonces salían de aquella casa en el fin del mundo justo antes del amanecer mientras cada uno seguía su camino por una vida repleta de óbices en la que solo volverían a ver aquel ápice de esperanza a la semana siguiente; solo durante aquel instante en el que comenzaba ese beso fingido pero esperanzador.

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