El Caballero de Verum

El Caballero de Verum

Era complicado entender a Ruben. El tiempo se había ido de largo. Los años pasaban cual sábanas de esperanza. La inspiración se veía plasmada en el resplandor del sol. Las nubes eran mágicas esporas o dientes de león. Sin voltear a ver a los alrededores. Absorto entre sus sentidos, Ruben, trataba de comprender una sola pregunta. ¿Dónde estoy? Las respuestas saltaban sustraídas por el determinante paso de la objetividad.

Las flores observaban el paso lento de aquel viejo que buscaba su lugar. Entre celosos murmullos se detenía el marchito camino que ensombrecía su rostro. Poco a poco iba cayendo aquel torrente de palabras de cónicos personajes. En matices de poca cordura expresaba:

– Soy el valiente caballero de las cunas del templo «Verum». Pies de bronce, manos de plata y lengua de oro. Venid a vuestro encuentro espectro detestable de oscuras túnicas. Vos lo enfrentaréis. ¡Cobarde! –

Las puertas del cielo se abrieron prontamente al ver caer a Ruben.

Al llegar al cielo, sujetó fuertemente su espada. Su armadura brillaba al regreso de su juventud. Su mentón se alzaba con valeroso orgullo puesto en las filas del ejército del cielo. Dispuesto a luchar por la verdad, recorría poco a poco el horizonte: La claridad de las praderas, la esencia de los pastos, la frescura y hermosura de los lagos. El fresco del viento al segundo del tiempo. Sin mucha prisa, observaba la magnitud de la vida cuando alzaba la vista.

A lo lejos, se acercaba un nubarrón destruyendo todo a su paso. Las pequeñas colonias de las ardillas corrían sin rumbo. Los venados buscaban rápidamente un lugar seguro. El horizonte se veía contrastado por la tormenta de espectros que se avecinaban: Era un ataque de las fuerzas del mal. Poco a poco avanzaban al frente, propiciando al ejército del cielo un contra ataque.

– Espectros de las tinieblas ¡Vos seréis el alimento de su propio desastre! ¡¡Atacaaaaad!! –

Los caballeros del cielo avanzaron seguido de un destello de luz… Todo quedó borrado en la memoria de Ruben, que se despertaba poco después de la caída.

DOCTOR: Usted ha sufrido de un infarto micro cardio. Una enfermedad por el deterioro y la obstrucción de las arterias (Arteriosclerosis coronaria). Le recomiendo reposo, vamos a tener que adaptar su dieta para controlar el colesterol.

PACIENTE: Persona de poca estatura. ¿Vos habéis enfrentado a los ejércitos de la muerte? -¿Daréis cuenta corta a los valerosos caballeros que enfrentan la oscuridad?

DOCTOR: Veo que los trastornos de la personalidad están incrementando. El progreso de su demencia ha ido aumentando. Tendremos que seguir con el tratamiento experimental. Haremos lo posible por frenar la esquizofrenia.

Los días pasaban al trote del segundero. Al ritmo del minutero abandonaba su alma aquel viejo descarrilado por la naturaleza. Le habían prohibido su virtud. Las palabras de los doctores le hacían pie a cada momento en donde la lucidez sonrojaba sus mejillas. Al mismo tiempo su intuición le advertía nuevas contiendas a las cuales tristemente renunciaba por los diagnósticos. La cordura lo había llevado a mantenerse en aquella camilla envuelto en el blanco de la habitación.

Las horas pasaban, los días transcurrían en una serie de protocolos: Alimentos a las horas estipuladas, aseo y otros por demás que incluían las actividades de su día. También hacia algunos ejercicios para mantener su motricidad en forma, al igual que las lecturas para fomentar la cordura.

– Volved caballero de la armadura de «Verum». ¿A dónde te habéis ido?-

Olvidando su historia se iba sometiendo poco a poco a los tratamientos. Los doctores hacían sus visitas esporádicas para darle seguimiento de la salud de aquel viejo llamado Ruben. Pero bien habría de suceder algo que llamaría la atención de la enfermera. Su mano empuñaba una cadena de oro que mantenía apretada en su pecho. Las siglas que marcaban aquel «Dije de oro» mencionaban la palabra «Verum». La enfermera se sentó pacientemente a la escucha de aquel viejo que se encontraba consternado.

ENFERMERA: Señor Ruben. Dígame que le está sucediendo. ¿Llamo al doctor? ¿Se encuentra usted bien?

Ruben estaba dudoso de responder. Bien ahí, decidió platicarle una pequeña anécdota:

Sabes. Mi vida empezó hace muchos años. Desde chico siempre me agradó la poesía; Encontrar la voz para expresar los silencios del alma. Mis padres me enseñaron a escribir a muy temprana edad. Fue ahí en donde siempre encontré mis palabras. Era realmente fácil desplegar la imaginación en dibujos de papel y lápiz. Siempre imaginé una época por la que había que defender el honor: Un prestigioso reconocimiento de la nobleza.

Cuando era chico, solía jugar en el patio del frente. En veces, llegaban los vecinos corriendo con algún chisme de vecindario: En ese entonces mencionaban la llegada de Estela; Una niña con cabellos castaños, ojos de miel y piel de aceituna. Sin dudarlo ni un segundo me acerqué a ella diciéndole al oído: Eres la niña más bonita de todo el vecindario.

ENFERMERA: Veo que tienes un bonito recuerdo. No sabía de tus conquistas Ruben.

Sonriendo continuó…

Al ir creciendo, fuimos fortaleciendo una gran amistad. Los días parecían irse al lado de los años. Era maravilloso correr a su lado: Escalábamos árboles, corríamos entre el zacate, paseábamos cerca de los matorrales. Jugábamos carreras, tirábamos piedras, brincábamos mucho sin pensar en las consecuencias. Perseguíamos caracoles, jugábamos en las calles, subíamos y bajábamos rápidamente a los barandales…

Un buen día llegó su padre muy preocupado. Estela había desaparecido. Juntamos linternas para buscarla por todas las banquetas. La noche se la había llevado. No había señal de ella. El pueblo completo corría por las veredas. A pesar de los rastros, los esfuerzos parecían en vano.

Al ir bajando la colina el alguacil la encontró. Estela estaba golpeada en todo el cuerpo. Había caído de un pequeño risco. Todos esperamos noticias de ella. No había esperanza para mantenerla. En la sala, salió el doctor diciendo que no volveríamos a verla. Ella no pudo sobrevivir la noche debido a todos los golpes. Fue ahí donde perdí la noción de amarla aun sin poder abrazarla.

ENFERMERA: Cruz bendita del perpetuo socorro. No me esperaba este desenlace.

Ruben continuó…

Con los años fui aprendiendo la fragilidad de la vida. Aunque no hay mayor debilidad que la falta de valor para vivirla. A pesar de los riesgos que uno decida correr, es necesario el valor para enfrentar las adversidades que están por suceder. Estela me enseñó eso.

Antes de su partida. Me había regalado este pequeño «Dije de oro». Con la palabra «Verum». Que en latín significa –Verdad–. Habíamos prometido hablar siempre con entereza. No existía engaño en nuestros ojos. No había historias cortas entre nosotros. La vida misma nos había concedido el valioso lugar de encontrarnos en el parque. Había jurado responder a los espectros que se la llevasen.

Hoy en día, me acechan como fantasmas. Buscando el momento oportuno de arrebatarme su alma. Los hombres no están hechos para morir en la tristeza. Debo ir a encontrarla. ¡Estela! ¿Dónde estás?… ¡Voy en camino!! ¡Estela!!

– ¡Vuestros fantasmas perecerán al filo de mi espada! –

ENFERMERA: ¡Doctor!! ¡Doctor!! Su ritmo cardíaco está aumentado. Hay que inyectarle un calmante. Prepárense todos.

Prontamente Ruben caía en un sueño. Todo iba quedando en el olvido. No existían teorías ni complejidades. La vida misma era vivir sin preguntarse. Aquel viejo se desvanecía entre las sábanas de la camilla. No existían contrariedades. El mundo había pasado entre los ojos de los hombres que hablan con verdades. El dolor se había tornado en un pacífico lugar. La aflicción ya no era el motivo de su andar. Las emociones se desplomaban en un flote de algodón. El momento había pasado de su complicada situación a un espacio de paz y de amor.

A medida que el tiempo pasaba, aquel viejo se veía en el descanso de sus dificultades. Era complejo para los doctores entender de pie la enfermedad. Con el tiempo encima, la vida misma se iba apagando, llegando a un sueño de esperanzas fallidas. Melancólicos momentos se fueron al minuto en que la carroza de la funeraria se llevó su cuerpo.

Su espíritu se elevó a las alturas para formarse en las filas del ejército de los cielos. Su alma valerosa se desplegó entre su armadura, llevando el destello a los lugares más recónditos de la tierra. Después de tantos años de angustia por fin llegaría el momento en que encontraría a Estela. Aquella niña que le había prometido protegerla en todo momento. En el baúl del tiempo, se fue renovando la ausencia que había crecido en el interior de Ruben. En un pestañeo, los dos estaban sentados en una nube. Recordando aquellos tiempos de antaño en donde compartían sus sueños y sus costumbres.

La enfermera recordó el «Dije de oro» de Ruben. Le pareció apropiado entregárselo al hijo. Arturo escuchó atentamente las últimas horas de Ruben en voz de la enfermera y su búsqueda incansable de Estela. Aquel recuerdo pasaría a los ojos de sus hermanos. Así en el funeral, rezaron todos en tono de alabanza por el señor. Todos se despidieron con lágrimas en los ojos, recordando las valerosas palabras de aquel viejo que había caído en el mundo para seguir el camino de la vida eterna. En generaciones quedó marcado ese relicario que pasó a las enseñanzas de la familia.

Su hijo, enseñó a sus hijos a hablar con la verdad a pesar de las dificultades a las que se pudieran enfrentar. Que siempre tendrían a un caballero en las filas del ejército de los cielos para defender cualquier desenlace que tuvieran por concreto. Que siempre tendrían a un padre que apoyaría los caminos que andasen, y que encenderían las linternas de la esperanza para encontrar a ese ser único que había enseñado la importancia de la honestidad. La importancia de hablar siempre con la verdad.

Así fueron las últimas horas de Ruben, abatido por la realidad, buscando su lugar. Entre frases cortas se fueron disolviendo las notas de su verdad, esas notas que todo hombre tendrá al momento de su final…

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