Ya se estaba tornando densa la conversación; Emma insistía en que los años dan experiencias o achaques, según cómo se vivan.

—La vejez es una cuestión de mentalidad; la suma de años cronológicos puede deteriorar, tal vez, el cuerpo, pero no envejecer la mente ─le escribía ella muy convencida.

—No, flaca, después de los sesenta años ya son unos viejos esclerosados; siempre pensando y hablando del pasado con amigos del colegio para recordar su juventud. ¡Creen que se la saben todas! Aunque no pueden manejar bien un celular ni un ordenador. ¡Ahí necesitan del conocimiento de los jóvenes! Y lo que les enseñas una vez, se lo olvidan en una semana, ya no pueden aprender más nada; y ese dicho de “Todo tiempo pasado fue mejor” no se les cae de la boca. ─Tecleaba Noah con énfasis. — No soporto a los viejos; por mi trabajo me relaciono seguido con ellos; y siempre están hablando de política, de enfermedades; de que se murió tal vecino o tal actor; ¡del famoso virus!… bueno, en realidad todos hablamos de esta situación de mierda, pero los jóvenes lo encaramos de otra manera, no sé, sin tanto miedo a la muerte; parecería ser que a medida que envejecen comienzan a anticiparse y se van muriendo de a poco, en lugar de vivir a pleno lo que les queda. Si no te hubiese contactado a vos, estos 6 meses de encierro hubiesen sido un infierno…

Emma y Noah se conocieron por una de esas causalidades: un número mal puesto, días de aislamiento, aburrimiento y confusión, una voz desconocida al responder.

—Hola ─dijo ella con su acostumbrada dulzura.

—Hola, ¿Juan? ─preguntó sorprendido.

— ¡Oh, no! ¿Tengo voz de Juan? ─Dijo entre risas.

— Jajajaja, ¡no! Tenés una voz hermosa y muy femenina. Disculpa. ¿Cómo te llamás?

Ella dudo un segundo, — Emma ─respondió.

No estaba segura si seguir la conversación, pero él la envolvía con simpáticas ocurrencias y se dejó llevar.

Noah arremetía en su mente como un viento fresco, casi olvidado por los años de silencio e introspección. Él no paraba de hablar y hacía preguntas como si ella fuese a sacar un préstamo hipotecario: — ¿Cuántos años tenés? ¿Día y mes de nacimiento? ¿Sos casada? ¿Tenés hijos? ¿Dónde vivís? ¿A qué te dedicás?

Todas las preguntas juntas, no esperaba respuesta. Emma se reía a carcajadas. —Treinta y dos. 12 de marzo. No casada. No hijos. Uhmmmm aún no importa donde vivo. Interpreto el violín en la Sinfónica.

Noah se quedó callado; y ella quedó sorprendida.

—Seguro está tomando aire para arremeter de nuevo, ─pensó.

Luego de esa pausa, él expresó su amor a la música y más aún a la interpretación del violín. Manifestó que admiraba profundamente a una concertista que había escuchado desde pequeño, que se llamaba Norma Bietrich Arévalo.

— ¿En serio? ─ ¡Yo también! ─dijo Emma con entusiasmo.

—No sé si aún vive, ─continuó, —Seguí sus conciertos hasta hace 10 años, cuando desapareció de los medios; se comenta que luego de ese terrible  accidente donde murieron su marido y su hija, tuvo una depresión importante que le produjo una enfermedad que le deformó los dedos de las manos y debió abandonar el violín; si está viva debe tener como ochenta años.

—Ochenta y cinco, ─acotó Emma. — Sí, fue muy difícil para ella afrontar la muerte de su familia, perdió el rumbo y la alegría de vivir. Estuvo varios años abandonada en una institución psiquiátrica, allí le apareció una artritis deformante. Además los pocos verdaderos amigos que tenía se fueron muriendo, y los otros, los que decían serlo, huyeron frente a la desgracia ajena, no sea  que vaya a ser contagiosa. —decía con tristeza.— Como verás, la conozco a Norma, aunque, no sé si se puede conocer a alguien, ni aún conviviendo con una persona lo podría asegurar; pienso que lo que vemos o creemos conocer de los demás son nuestras propias proyecciones, lo bueno y lo malo que debemos  perfeccionar  o mejorar  en nosotros mismos.

—Uauuu… Que interesante y profunda eres, amiga. Es un placer, realmente, conocerte…

Luego de ese encuentro continuaron contactando todos los días por email y whatsapp,  por largos seis meses; él planeando y esperando el momento del reencuentro, pero a ella no le interesaba demasiado el mañana; disfrutaba  y saboreaba cada momento y cada palabra.

Él ponía vida y alegría a sus días y ella calma y sosiego a la mente de él; que con treinta  y ocho años había hecho una carrera industrial exitosa, pero siempre abocado a lo material; era muy inteligente y selectivo con las personas; tal vez por eso es que no había encontrado una mujer afín, hasta que conoció a Emma.

Se enamoró desde el primer momento que habló con ella. Jamás la había visto en persona, ni tocado, pero sentía su presencia a cada instante y su voz lo envolvía, llenando de tranquilidad su alma.

Emma le había mandado un par de fotos; una de ellas tocando el violín en la sinfónica, otra donde estaba en la playa y varias más; todas en blanco y negro; ella decía entre risas, que en ese tono se veía más linda; aunque para él, con o sin color, era la mujer más hermosa del mundo. 

—Así es, mi bella amiga, para mí los viejos son imbancables, yo no puedo hablar más de dos minutos con ellos, y lo hago sólo por mi trabajo; pero bueno; basta de hablar de otros. ¿Cuándo nos vemos, mi amor? Sueño con abrazarte, mirarte a los ojos; materializar este sentimiento tan profundo que me está asfixiando.

—Pronto, mi noble caballero, muy pronto ─dijo ella con cierta tristeza.

Al día siguiente Emma no contestaba los mensajes ni atendía a sus llamadas.

Comenzó a preocuparse y fantasear mil historias nefastas. No sabía qué hacer ni a quién acudir y se maldecía una y otra vez por no haber obtenido su dirección en estos meses y no haber investigado más sobre ella. Le resultaba imposible creer lo que estaba viviendo. —¿Porqué ese silencio de parte de mi niña genio, mi alma gemela? ─como le decía siempre.

Tenían una conexión afectiva muy fuerte; estaba seguro que algo grave le debía haber pasado.

Esa noche no pudo dormir. Muy temprano llamó a la compañía de teléfono para obtener información sin éxito. Buscó en internet, en esa página para encontrar personas y nada; había como diez Emma Person, pero ninguna se ajustaba a las fotos que él tenía.

Envuelto en sus pensamientos, y con el estómago revuelto, puso el noticiero del medio día, a ver si reportaban alguna noticia de algún accidente que involucrara a su amada. Y entre que el virus de acá y el virus de allá; anunciaron un homenaje a la eximia violinista Norma Bietrich Arévalo fallecida el día de hoy, a los ochenta y cinco años de edad. Sus restos fueron cremados, decía el locutor, pero las cenizas estarán presentes en el teatro Rivera Indarte de 16  a 20 hs; para los que quieran honrarla y despedirla; luego de esa hora serán llevados a la funeraria.

Se entristeció por la muerte de su admirada violinista pero atisbó la idea de que Emma, como decía conocerla, tal vez la asistió en su último momento. Por eso no le respondía los mensajes —Pero, ¿por qué no me dijo? Yo la hubiese acompañado.

No le convencía mucho la idea, pero estaba seguro de que ella iría al homenaje.

Se bañó, se cambió, se perfumó, con la idea de encontrarla y por fin poder abrazarla. Salió de su departamento, sacó el auto: volvió de nuevo a buscar el “trapo” tapaboca que había olvidado; y esta vez sí fue directo al teatro.

Había muy pocas personas, guardando distancia entre ellas, y de más de setenta años todas; salvo una joven, sólo una; — ¿Será ella? ─pensaba mientras se arrimaba presuroso.

A medida que se acercaba notó que la chica tenía un estuche para violín.

— ¡Dios mío es ella!─pensó, mientras se sacaba con el dorso de la mano la inoportuna transpiración de la frente.

Escuchó que entraba un mensaje en su celular pero no podía detenerse a ver quién era.

Se colocó junto a la joven.

—Una lamentable pérdida, ─dijo con voz entrecortada. — Pero las artistas de alma, como Norma, vivirán por siempre en los corazones de la gente. ─Sentía lo que decía, pero más que nada quería impresionar a la chica.

Ella guardó su celular en el bolso y mirándolo a los ojos contestó:

—Muy cierto lo que decís, Norma era mi profesora de violín, y la persona más maravillosa que conocí.

Él buscaba en su rostro algún rasgo de su amada, y no lo hallaba.

—Hola, soy Noah, ─balbuceó, mientras miraba las fotos de la trayectoria de la concertista exhibidas entre las flores y la urna.

—Emma es mi nombre; encantada de conocerte.

Ni siquiera escuchó su nombre, estaba perplejo; le pareció ver entre las fotografías la foto que le había enviado Emma tocando con la sinfónica. Se arrimó más, para apreciarla mejor… y sí, era ella. Sintió que las piernas se le aflojaban y un sudor frío le corría por todo el cuerpo. Su mente elucubraba mil ideas, conjeturas, quería huir de ese lugar, de esa realidad que le cayó encima como un bloque de traición; se sintió estafado y burlado en su buena fe. Con lágrimas en los ojos se retiró sin mirar a nadie.

Su mente repetía como en una película todas las conversaciones que había tenido con Emma, la comprensión y sabias respuestas ante problemas que él planteaba. Su visión del mundo y loable generosidad; viendo siempre en las cosas simples la grandeza del universo. Jamás hubiese sospechado que había hablado seis meses con una anciana; y menos aún que se había enamorado de ella.

Todavía abstraído miró los waps del celular, Había uno de un número no agendado, pensó que era un cliente nuevo y lo dejó para el último. Recién por la noche lo leyó:

«—Mi amado y noble caballero. No te sientas ofendido o traicionado, debes saber que tu sentimiento, tu frescura y ternura, dieron vida al último tramo de mi vida,

—El amor es la energía más poderosa del universo, es la energía que gobierna este mundo. Demostrado está, que más allá de las formas y edades físicas las almas se unen y comunican embelleciendo y armonizando todo a su paso.

—Le dicté y pedí a una alumna que te envíe este mensaje; de ella tomé prestado su nombre y edad. Fue lo único en lo que mentí, ya que el amor que me inspiraste lo guardaré como el mejor tesoro por toda la eternidad.

—Gracias de corazón.

—Norma Bietrich Arévalo «

Un viento cálido entró por la ventana acariciando y aliviando el dolor de su alma.

Emma se secaba las lágrimas, mientras respondía los mensajes de consuelo que le enviaran por el fallecimiento de la profesora de violín y su gran amiga, a pesar de la diferencia de edad;  vio el  contacto de Noah. — ¿Y si lo llamo? —pensó.

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