La ladrona de besos

La ladrona de besos

Mon Galb

04/03/2021

Estaba enfadada, no entendía por qué ella no podía tener uno de esos besos y decidió robarlos. Aun siendo tan pequeña trazó un plan para esconderse en un lugar que le permitiera conseguir su objetivo. El primer beso decidió robárselo a Marcela, que era su compañera de pupitre. Marcela era una niña simpática que se portaba muy bien con ella y siempre estaba feliz. Desde bien temprano se agazapó en su escondite, con amplias vistas a la entrada del colegio donde, uno a uno, se iban reuniendo todos los padres o familiares que llevaban a sus pequeños. Buscó un poco entre el bullicio y las encontró. Marcela agarraba la mano de su madre que, por cierto, era guapísima, y todos los días la despedía con un beso muy cortito pero adornado de ternura y amor. ¿A qué sabría ese beso? ¿Qué sentiría ella?, estaba un poco nerviosa pero impaciente por recibirlo. Cerró los ojos y soñó. Era un beso fresco, con olor a mar y sabor salado al que le acompañaba el murmullo de las caracolas bailando bajo un inmenso arcoíris. Chisporroteaba mucho amor y dejaba una sensación de alegría y felicidad, pero se desvanecía tan rápido como una estrella fugaz.

Abrió los ojos y esbozó una sonrisa que quedó dibujada en su cara durante toda la mañana. Ahora entendía por qué Marcela era una compañera tan buena y por qué estaba siempre tan alegre. Le puso un nombre al beso de aquel día, sería “El beso feliz”.

Al día siguiente, dispuesta a seguir con sus robos, se fijó en otra niña de su clase. Martina venía todas las mañanas acompañada por su abuela, y eso a ella le llamaba la atención. Cuando las veía llegar observaba que su abuela, siempre, siempre, hacía el mismo gesto: cogía la carita de Martina con mucho cariño y luego le daba un beso en la frente. Ese sería el beso de aquella mañana. Desde su escondite miró la escena, cerro los ojos y se dejó llevar. Aquel beso era tierno y calentito, al igual que las manos de la abuela que ahora sentía en su cara. Olía de maravilla y sabía mucho mejor, a pan recién horneado. Era un beso de color amarillo y venía adornado con corazones de purpurina dorada. Lo percibió lleno de cariño, pero con un leve toque de melancolía, la misma que ella apreciaba en los ojos tanto de Martina como de su abuela cada mañana.

Pasó el día sin parar de tocarse la cara cada vez que recordaba “el beso de la abuela” como ella lo bautizó, hasta que, antes de cerrar los ojos para dormir, terminó de concentrarse en quién sería su siguiente objetivo. Pensó en Miguel, el chico que se sentaba solo en la última fila. A Miguel todas las mañanas le acompañaban sus padres, ¿por qué le parecía que se sentía tan triste? él recibía dos besos cada mañana de los dos hombres más guapos del barrio. Quizás mañana lo descubriría.

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