Rojo pasión

Rojo pasión

Patricia

02/03/2021

Tú. En aquel vestido rojo. Rojo pasión, como la que despertabas en todas las personas con las que te cruzabas. Eras magnética. Hipnotizabas. Y rojo como tu pelo. Ay, ese mechón que siempre te recogías. Elegancia. Una distinción tan tuya, solo propia de mujeres inalcanzables, inconquistables, imposibles.

Y yo. Ridículo. A tu lado un estúpido ingenuo. Enamorado de la vida como estaba, y de la belleza. Fiel creyente del amor. Fui a toparme con las tres cosas en las que más creía en el mundo. Todo en una sola figura. Aquellos bobos bohemios me habían hecho llevar aquel estúpido traje, directamente proporcional con la estupidez de aquel plan que habíamos tramado.

Esa noche descubrí mi fortuna. No vamos a engañarnos, yo era un simple desgraciado. Tú eras la estrella, y fuiste todo el firmamento para mí. Aquella noche en que te dije, te grité, te susurré y te canté, que éramos el amor de nuestras vidas. Y tú, mirándome, como quien mira a un loco de atar cuando desata su locura. Pero lo sentiste, lo sentiste igual que yo lo sentí.

El Duque. Pobre desdichado. Mi presencia, una casualidad. Un misterio de la vida que cambia el rumbo de las cosas. Aquella noche, tú la estrella, el firmamento. Que estaba reservado para él. Pero tú… Nadie habría creído que tú, Satine, te enamoraras de mí. Pero lo hiciste.

Aún recuerdo cuando te vi por primera vez. Lo pienso e imagino un instante sostenido en el tiempo. Una décima de segundo en que mi mirada se paró en tu cuerpo, tus piernas, tu torso, tus senos, tu cuello, y luego, tu boca. Un infinito. Enmudecimiento. La mente nublada. Nadie a mi alrededor, y el teatro abarrotado. Un recuerdo que luchará para siempre con el intrínseco e inevitable deterioro de mi mente. De la mente humana.

Para mí solo estabas tú, Satine. Solo tú y tú. Tú fuiste luz y sombras, mucho calor y mucho frío a la vez, tormentas seguidas de tempestades. El mundo entero estaba a tus pies y, sin embargo, tú, eras tan pequeña, tan delicada, tan frágil. Qué ironía. Otra vez el destino se reía de nosotros. Podíamos ver su garganta. Y ninguno podíamos imaginar cuán realmente frágil eras.

También recuerdo cuando tu mirada se posó en la mía. Satine. Solo tú. Y solo yo. Mi mirada paseó por tus labios hasta tus ojos. Esos serenos, impenetrables ojos. Porque esos ojos no miran, Satine, tus ojos se clavan. Y pienso que solo me mirabas por un triste malentendido. Y el más afortunado malentendido. No tendrías por qué haberme mirado. Pero lo hiciste. Te confundiste. Bendita confusión.

Satine. Solo a mí. Me besaste aquella noche. Esa noche, y todas las noches que vinieron después. Hasta que el destino. Otra vez el destino. Rastrero, grosero, mezquino. Decidió que te fueses para no volver. Para siempre. De mi cama. De mi vida. De mis labios. Aunque nunca. Jamás de mis pensamientos.

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