Los de fuera miran y dan tabaco

Los de fuera miran y dan tabaco

Parece que le estoy viendo, sentado en esa extraña sala de espera, debe de ser la primera vez que le veo desubicado, dándole vueltas a la boina y preguntándose qué cojones hace ahí. Hace ademán de mirar la hora, siempre queda a las cinco para echar la partida, después de la siesta, pero no tiene reloj, tampoco recuerda haber comido, ni echado la siesta.

El anciano de la mesa, ya libre, le hace un gesto con la mano.

– El siguiente.

Mira alrededor, nadie se mueve, así que se levanta y se acerca.

– Buenos días.

Detrás de la mesa el anciano le mira por encima de los lentes.

– Nombre y apellidos.

– ¿Quién eres tú? ¿Qué es este sitio? ¿Qué hago yo aquí?

– Mal empezamos si no sabe usted quien soy, soy San Pedro. A ver, ha fallecido usted y nos encontramos en el Centro de Evaluación de Destino, aquí se valoran los expedientes personales antes de tomar una decisión sobre donde va a ser ubicada su alma.

– Hombre, tocayo, Pedro, como yo. ¿Así que es aquí donde venimos a parar? Curioso.

Dijo, avanzando la mano con la intención de estrecharla.

– Para usted San Pedro, si no es mucha molestia. Tome asiento. Nombre y apellidos.

– Mal empezamos – dijo, sonriendo mientras se sentaba, lo cierto es que sonríe mucho, siempre lo ha hecho –. Me llamo Pedro Cuesta Valdés.

El anciano se levantó y entró en un cuarto del que salió con una gruesa carpeta.

– Bueno, pues aquí tenemos su expediente, una vida intensa, por lo que veo – dijo, sopesando el aparentemente pesado archivador –. A ver, empecemos: Padre, Ramón Cuesta, comunista y ateo – miró por encima de sus lentes e hizo una mueca de desagrado –, madre, Carmen Valdés, por lo menos ella era creyente, aunque por lo que veo no es que fuera muy devota, pisaba poco la iglesia, rezaba bastante, eso sí, e iba mucho al cementerio.

Nacido en Turón en 1938, su padre falleció en 1939.

– Disculpa, pero es posible que decir “falleció”, así, sin más, no indique realmente lo que sucedió, le asesinaron los hijos de puta de los fascistas…

San Pedro le mostró la palma de la mano indicándole que se callara, alzó la cabeza de los papeles y con gesto serio dijo:

– Haga usted el favor de abstenerse de realizar comentarios de ese tipo, aquí los juicios de valor los hago yo.

– Mal empezamos y peor continuamos, mecagondios – aunque esto se abstuvo de decirlo en voz alta –.

– Prosigamos, fue usted a la escuela, aunque abandonó los estudios sin llegar a finalizarlos – volvió a mirarle por encima de los lentes – empezó a trabajar en la mina, donde desarrolló toda su vida laboral, en el momento del óbito, jubilado.

Militante del partido comunista, afiliado a comisiones obreras, manifestaciones, visitas a las fuerzas de orden público. Varias veces en prisión, por posesión de libros prohibidos, asociación ilegal, huelgas.

Relaciones con la iglesia prácticamente inexistentes, solo bodas, bautizos, comuniones y entierros. Meramente presencial, sin haberse percibido nunca fe verdadera. Blasfemo, más por costumbre que por creencia.

Vicios: tabaco y alcohol. Algo de juego

Resumiendo, comunista y ateo, con vicios menores.

– Pues mira, sobre lo de rojo y ateo, nada que objetar – dijo mientras volvía a sonreír y levantaba el puño derecho cerrado a la altura de su hombro –.

A San Pedro no le gustó demasiado ese tuteo, ni lo del puño, ni lo de la sonrisa.

– A ver, en su expediente consta que, a pesar de sus creencias, ha sido usted una buena persona y ha ayudado a mucha gente en momentos de dificultad. Por las noticias que recibimos del plano terrenal su defunción ha reunido un número considerable de reacciones de pesar, así que, a pesar de mi oposición inicial, la junta de ingreso considera que reúne usted los requisitos mínimos para acceder al cielo, eso sí, después de pasar una temporada en el purgatorio penando sus errores.

– Oye tú, antes, cuando estabas leyendo mi expediente no dije nada por no molestar, pero me gustaría matizar alguna de las cosas que has dicho.

San Pedro se reclinó en su sillón, dejó las gafas encima de la mesa, se presionó el entrecejo y se dispuso a escuchar al enésimo “cliente” que se quiere justificar para hacer más corta su estancia en el purgatorio, adelante pues, a ver por dónde sale este:

– Usted dirá señor Pedro Cuesta Valdés. Aunque le advierto que nuestros servicios de inteligencia no suelen equivocarse en sus evaluaciones.

– Pues mira, tocayo – con un soniquete que sonaba bastante a cachondeo – a mi padre sí que le asesinaron unos hijos de la gran puta, estaba preso, por el único delito de haber estado en el bando perdedor, le sacaron una noche de la cárcel y le fusilaron sin juicio en la pared del cementerio, a él y a otros cinco camaradas del pueblo. Eso sí, antes de fusilarlos el cura les dio la extremaunción, a pesar de haberla rechazado, así que no me pidas que me caiga bien la iglesia.

Luego los arrojaron en una fosa común y nunca nos dijeron dónde. Así que mi madre siguió llevando flores todos los años a la pared del cementerio donde lo ejecutaron porque nunca llegamos a saber dónde estaba el cuerpo, por eso iba tanto. Aún seguimos sin saber dónde está.

Dejé de estudiar porque a mi madre nadie le daba trabajo por haber sido esposa de un rojo y malvivíamos de la solidaridad de nuestros amigos, de los pocos que quedaban vivos después de la puta guerra y se lo podían permitir, y de que ella se despellejara las manos lavando la ropa de otros.

Empecé a trabajar de guaje en la mina con trece años, mintiendo sobre mi edad, para llevar algo de comida a casa. Allí fue donde realmente aprendí a leer y a escribir, un militante del partido comunista que era maestro, y al que habían trasladado como castigo con su familia desde su pueblo en Jaén a Asturias, decía que era imprescindible que todos supiéramos leer y escribir, que la revolución no se podía hacer siendo analfabeto, así que nos enseñó a todos los guajes del pozo.

Acabé siendo comunista, pues claro, me cago en mi madre, fueron los que se preocuparon por nosotros.

Estuve preso, varias veces, por defender mis derechos, los de mis compañeros, los de todos. Me dieron varias palizas los guardias civiles del cuartelillo del pueblo, supongo que a eso te refieres cuando habla de “visitas a las fuerzas de orden público”, tócate los cojones con los eufemismos.

También lo estuve por ayudar a fundar las comisiones obreras en el pozo donde trabajaba, en la cárcel conocí gente, encerrada solo por sus ideas, que me hicieron creer más todavía que tenía razón y que había que seguir luchando.

No sé si fui bueno, intenté serlo, pero te aseguro que no lo hice por satisfacer a ningún dios, sino porque creo que es lo que tiene que hacer cualquier paisano que se vista por los pies y porque no es justo que nadie pase hambre.

Solo me he alegrado una vez de la muerte de una persona y fue cuando la palmó Franco, lo que vino después no era lo que a mí me hubiera gustado, pero tampoco se está tan mal, con sus virtudes y defectos este país que se quiere tan poco a si mismo está mejor ahora, digan lo que digan, de lo que ha estado nunca.

Sobre lo de los vicios, después de una vida trabajando en las entrañas de la tierra arrancándole el carbón a la puta mina solo me he llevado una buena pensión y una enfermedad de los pulmones, así que no me jodas si me tomo alguna copa de vez en cuando y fumo, total, peor no voy a estar.

Además, ¿sabes una cosa? Sabía que este día tenía que llegar, más tarde o más temprano, así que me ha pillado preparado, he intentado vivir como he querido, aunque a veces no me lo hayan puesto fácil. He tenido una compañera estupenda a mi lado, con nuestros altos y bajos, que también hemos pasado lo nuestro, he tenido tres hijos y tengo cinco nietos. Para ser sincero ahora que te he escuchado estoy muy satisfecho de cómo me ha ido. Mira, me has alegrado el día.

Me he pasado la vida luchando y peleando por mí y por los demás, no necesito que ningún santo de pacotilla me venga ahora a leer mi expediente. Se perfectamente que hice mal y que hice bien, así que no me jodas.

Además, ¿Quién mecagoendios te ha dicho a ti que yo quiera ir al cielo?

¿Ahí que hay? ¿Qué se hace?

San Pedro resopló, cruzó las manos sobre la mesa, y respondió.

– En el cielo nos dedicamos a la vida contemplativa, a meditar y a alabar a dios nuestro señor.

– No me jodas, ¿así toda la puta eternidad?

– Pues claro, ¿qué hay más satisfactorio que la mera contemplación eterna de dios nuestro señor?

– ¿Sabes que te digo? Que te den por culo, ¿por dónde se baja al infierno?

Por malo que sea, será más divertido por cojones. Además, supongo que todos mis amigos están allí, no creo que ninguno haya aceptado el aburrimiento eterno. Estoy convencido de que tengo un sitio reservado en una mesa con una baraja y tres buenos compañeros, así sí puedo estar una eternidad.

El santo volvió a resoplar, cerró el expediente, lo metió en el epígrafe “Causas perdidas” y señaló hacia su siniestra – por supuesto –.

– Es por allí, si estás realmente convencido, mira que no hay marcha atrás.

– Adiós

Se levantó y echo a andar. San Pedro le vio alejarse e hizo un gesto al siguiente para que se acercara, esperando, en su fuero interno, que este no fuera tan problemático.

– Jajajajajaja

Levanté la cabeza y vi que todos me estaban mirando, mi madre, que estaba sentada a mi lado, con un pañuelo arrugado entre las manos, me dio un codazo y me dijo enfadada:

– ¿De qué te ríes? ten un poco de respeto, tu abuelo está de cuerpo presente.

– Lo siento, me estaba acordando de las cosas que me contaba y no pude evitarlo, le voy a echar mucho de menos.

Ella sonrió mientras dos lagrimas enormes brotaban de sus ojos, me acarició la mejilla y volvió a bajar el rostro, enfrascada ella también, supongo, en sus propios recuerdos.

Miré a mi alrededor, odio los tanatorios. Estábamos toda la familia, hijos, nietos, algunos compañeros de la mina, del partido, del sindicato, todos mirándome como si me hubiera vuelto loco, solo Juan, el mejor amigo del abuelo me miró, sonrió, me guiñó un ojo y me hizo un gesto para salir a la calle. Curiosamente, era el único que no parecía triste.

– ¿De qué te reías?

Le conté todo lo que había imaginado. Me miró, me dio un abrazo y se alejó colocándose la boina y sacando del bolso una cajetilla de tabaco, cuando estaba a cuatro o cinco metros se dio la vuelta, me miró y me dijo:

– ¿Sabes guaje? Yo también me lo imagino así.

Se puso a reír, a carcajada limpia, encendió el cigarrillo y siguió caminando.

Estoy seguro de que él también mandará a tomar por culo a San Pedro cuando le toque y que tendrá una silla reservada en el infierno en la partida de mi abuelo.

Me los puedo imaginar, discutiendo sobre cómo tenían que haber jugado, blasfemando y diciéndole al diablo:

– Los de fuera miran y dan tabaco.

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