Meditaciones de una madre y el retumbar de las campanas

Meditaciones de una madre y el retumbar de las campanas

EL RETUMBAR SILENCIOSO DE CAMPANAS.

Era una hermosa mañana, en toda la región se escuchaba un retumbar silencioso de campanas, las cuales emitían múltiples frecuencias sonoras, ese sonido se movilizaba y penetraba por todos los lugares, llevando en el aire un enigmático mensaje.

Que mágica coincidencia, en ese mismo instante saliste a la vida, arrastrada a través de un túnel húmedo e impulsada por una misteriosa corriente deslizante, los dolores me agobiaban mucho, pero deseaba ver quien saldría de esa bolsita mágica, quién había estado dentro de mí por unas cuarenta semanas.

Escuché a alguien que decía, puja fuerte que ¡ya viene saliendo!, era una voz masculina, fuerte; yo sentí un último, pero delicioso e intenso dolor dentro de mí, cuando observo a esa figurita que asomaba tímidamente su cabecita húmeda, saliendo del canal y con sus ojitos aún cerrados trataba de observar lo no observado; ella al estar completamente fuera del túnel húmedo, aspiraba con ansias la primera bocanada del aire de vida, acompañándose de un agudo chillido que retumbó igual que la frecuencia de sonidos que estaban emitiendo las campanas.

Alguien se asomó a la ventana del cuarto donde estábamos, tratando de observar a mi niña con sus gafas feas de lentes gruesos, se fijaba en su pequeño cuerpecito, en su hermoso rostro, él a través del vidrio de la ventana la miraba como extasiado, era una persona importante para nosotras, yo lo vi de reojo estaba haciendo muchos movimientos con sus manos, y con una señal muda le respondí que eras niña, él sonrió con una actitud de orgullo en su rostro, en ese instante el doctor pasaba a su lado y lo invitó a entrar al cuarto donde nos habían llevado, ¡era hija mía, tu padre!

—Hola, doctor. —Saludó tu padre al médico con una voz temblorosa, sin dejar de mirarnos—. Como están, puedo acercarme a ellas.

—Tranquilícese, todo ha salido muy bien —dijo el doctor sonriéndole e invitándolo a que se acercara más—. Que preciosura de niña han tenido ustedes, vea sus ojos, son azules, iguales a los de su madre.

—Gracias, doctor puedo tomar la niña en mis brazos —pidió casi suplicando y dando unos pasos suaves se dirigió a tu cunita, como si no quisiera despertarte. 

—No hay inconveniente puede cargarla, aunque aún está un poco dormida. —autorizó el doctor, retirándose de la sala después de dar las recomendaciones necesarias—. Que pasen buenas noches, mañana nos vemos y le damos la salida.

El té tomó en sus brazos, yo observaba sonriente como te miraba, había en su rostro una expresión de felicidad y de amor; mi chiquilla bella tú lo veías con esos ojazos azules y le acariciabas su rostro, pellizcándole sus grandes orejas.

Cariño, cuando llegaste a nosotros yo era una joven de veinte años, tu padre tenía veinticinco años, fuiste hija única, mi milagro de la vida, te vi crecer a mi lado, te alimenté, pasé muchas noches cantando para que te durmieras, me embobabas con esa figurita risueña, pequeñita y endeble, sobre todo cuando me mirabas con esos ojazos azules, te asustabas con cualquier ruido y corrías gritando desesperada hacia mí buscando protección.

Cariño, escuché en tu boquita los primeros balbuceos, te enseñé a caminar, aunque muchas veces lo hacías con poca armonía y garbo, pero al fin aprendiste a dominar el arte de las dos piernas. Luego de que aprendieras a caminar todo lo que encontrabas a tu paso lo ponías boca arriba, al revés y hasta el gato corría despavorido cuando te acercabas a él.

Cada vez que te miraba algo nuevo detectaba en ti, fuiste creciendo muy rápido, no sé en qué momento lo hacías, solo lo noté cuando un día te pusiste a mi lado y me abrazaste; que impresión, ya estabas casi de mi estatura, cambiaste tu forma de vestir, hablar, caminar, tu risa se volvió estrepitosa y festival, pero aún conservabas tu expresión infantil, aunque seguías siendo el terremoto de la casa, y mi niña pequeña.

Finalizaste tus estudios iniciales, esas primeras letras que con tanto orgullo presumías al mostrarme tus tareas, luego comenzaste los siguientes grados, donde te mostrabas altiva al salir para el colegio, aquí el tiempo se me hizo tan corto, se fue volando, ya empezaba yo a tener ese presentimiento que pronto volarías lejos de mí, esa sensación se fue metiendo en mi corazón, pronto se iba a dar esa separación que tanto temía y que no quería aceptar.

Ya estabas en tu misteriosa adolescencia, tenías todas las manifestaciones maravillosas de dicha etapa, tus amistades copaban tu tiempo, yo escuchaba en silencio como hablaban y hacían planes futuros, pensé tristemente, no pertenezco a esos proyectos.

Terminaste tus estudios superiores y llegó el momento, mi aguilita pronto alzaría el vuelo, el día que no quería que llegara, mi corazón palpitaba fuertemente, ya tenías tus planes, estabas organizando tu camino, pronto partirías lejos de mí. Un extraño día me dijiste, madre quiero hablar contigo, quiero irme a buscar mi futuro en otros lugares, probar suerte y prepararme más, te quedé viendo, quise decirte que no, pero quién era yo para frustrar tu sueño, simplemente con mi corazón roto, asentí. Aunque en el fondo no aceptaba tu separación, internamente me decía que pronto regresarías.

—Madrecita, tú sabes lo mucho que te quiero, eres lo más importante de mi vida —expresó la joven con sus ojos llorosos y en su voz titubeante se percibía una profunda tristeza—. Madre, me aceptaron en la universidad de estudios especializados y me voy a matricular mañana.

—Ósea que debes irte pronto mi reina —manifestó su madre con poca convicción, y sollozando—. Amor, cuando debes viajar, recuerda que debes hacer todos los trámites y yo deseo acompañarte.

—Madre, ya he adelantado dichos trámites, solo quería informarte de mi partida —agregó la joven, acariciándole el cabello y dándole un beso en su mejilla—. Tranquilízate que sabré defenderme, ya contacté a mis amigas que viven allá y ellas me ayudaran a ubicarme.

—Cuando es el viaje hija —preguntó mirándola directamente a los ojos y limpiándose unas lágrimas que caían por sus mejillas.

—Madrecita, viajo el fin de semana. —comunicó con voz trémula—. Ahora quiero hablar con mi padre, para que él también conozca la noticia.

Los tres hablamos un largo rato, observé a tu padre muy triste, pero enseguida empezamos los preparativos del viaje. El día del vuelo llegamos temprano al aeropuerto, donde despedimos a nuestra hija, yo quedé destrozada, un pedazo profundo de mi alma había sido arrancado.

Hija mía, te marchaste, fueron pasando los días, semanas, meses y los años; todos los tenia marcados en mi calendario, no había ninguna señal de tu regreso, sin sorpresa supe que te casabas en tierras lejanas. Tu padre y yo viajamos muy lejos, para asistir a tu matrimonio, esto me convenció de que te había perdido para siempre, si aún me quedaba un atisbo de esperanza de tu regreso, este desapareció al ver en la ceremonia tu cara de felicidad.

Tiempo después de regresar de tu boda, tu padre se enfermó, empezó a padecer una enfermedad desconocida, lo llevamos al hospital, pero después de varios días de estar internado, el médico me dio la nefasta noticia de que había fallecido, en ese momento sentí un dolor intenso, perdí el conocimiento. Fuimos pocos los que lo despedimos, por la situación en que vivimos tú no pudiste venir a su entierro y te comprendo, pero la mitad de mi alma la desprendieron de mí; me quede sola, lo he llorado mucho, me falta escuchar su risa estridente y su voz llamándome para que le ayudara a comer o vestirse.

Ahora tengo la compañía de mi anciana hermana, pero mi pequeñita, quisiera tenerte a mi lado, escuchar tu voz, recibir tus abrazos cálidos, que me hablaras con esa vocecita chillona que ponías cuando conversábamos, que te acostaras a mi lado y acariciaras mi cabeza ya llena de cabellos grises blancuzcos, y que me cantaras las canciones que tanto me gustaban.

Sé que estás lejos y no puedes hacerme compañía, pero a cada momento pienso en ti, mis sueños giran en torno tuyo, aún conservó tus cosas tal cual como las dejaste, hasta café te he servido y las dos sentadas en la mesa grande lo hemos conversado plácidamente, cuanta falta me haces, en este momento quisiera ser yo quien busque tu protección, como lo hacías tú cuando eras una niñita.

Amor mío, te comentó que mi cuerpo se ha ido envejeciendo, mi pelo cambia de color rápidamente, ya se me olvidan las cosas, empecé a caminar diferente, mi espalda no la soporto, sufro de una serie de enfermedades que me hacen lenta, torpe, no escucho bien y veo poco, el insomnio me sigue por todas partes, mi sueño se hace más ligero y me quedó muchas horas en la cama pensando en la nada. 

Recuerdas el jardín hermoso que teníamos y cuidábamos las dos, hace mucho tiempo no he podido visitarlo, ya que mis piernas no responden muy bien, y me estoy trasladando de un lugar a otra con la ayuda de un horrible armatroste metálico, al cual le tengo mucho temor debido a que me he caído muchas veces al usarlo. 

Te he escrito gran cantidad de cartas en hojas papel, para enviártelas a dónde vives, no quiero utilizar ningún medio tecnológico, eso se me hace muy impersonal. Una noche me senté en la mesa a escribir una de las cartas que nunca te he enviado, cuando de repente mi mano se detiene, no quiso seguir escribiéndola, entonces llorando le pregunté a mi mano, ¿Qué pasa, por qué te detienes?, y ella me respondió casi gritando, es que un corazón triste y lloroso no me deja continuar escribiendo. Si supieras amor, cuantas cartas te he escrito sin envío, todas están bien amarraditas y guardadas en una cajita, para que las leamos juntas cuando regreses. 

Estoy segura, de que todo ha encajado en nuestras vidas, los sucesos que nos han ocurrido desde el momento en el cual fuiste concebida, hasta este momento en que aún disfrutamos de la vida ha sido un aprendizaje constante, todas esas experiencias vividas ya sean mágicas, emotivas, felices, agradables, desagradables, horrible, trágicas, han sido los ladrillos con los cuales hemos construido nuestro edificio material y espiritual, y estoy segura de que si yo retirara cualquier ladrillo, nuestro edificio inmediatamente se caería. 

Sigue tu vida mi reina, disfrútala junto a tu compañero, con toda tu familia; mis dos nietos deben estar grandes, si más no preciso tendrán unos veinte años, recuerdo las últimas vacaciones que pasaron con nosotros dos, pero de eso ya hace mucho tiempo.  

Te amo cariño, pronto voy a cumplir los setenta años de edad, tu padre me hace falta, ahora no está conmigo para festejar este acontecimiento, aunque la verdad es que me lo encuentro por toda la casa, hemos hablado muchas veces y hasta me ha preguntado ¿Amor, cuando te vienes conmigo, te estoy esperando? 

Amor, ahora que te estoy escribiendo otra carta, empiezo a escuchar nuevamente ese retumbar silencioso de las campanas, igual que retumbaban el día en que naciste, como si estuviesen anunciando de que algo importante nos va a suceder.

Gustavo Herrera

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