Como el primer astronauta
que viajó al espacio me sentí yo el día que atravesé la puerta de
mi casa, ansiosa por saber que habría fuera, como si nunca hubiera
pisado la acera de enfrente.

Lo cierto es que al pisar la calle no tenía ni idea de que iba a conocer a la inspiración de todos mis poemas.

La estación de verano
seguramente sea la más querida del año, pero no lo era para mí, pues la ansiedad era el único calor que yo en esos días lograba sentir.

No sé cuántas o qué
galaxias y planetas debieron alinearse esa tarde, pero cuando rodeada
de tanta gente, yo, mi mirada con la tuya hice coincidir lo sentí,

no necesité de astrología
experta para saber que alguna galaxia en acuerdo con otra nos había
regalado la suerte de coincidir.

¿Y quién era yo para al
universo reclamarle haberte visto bajo el sol de ese raro agosto?

No sabes la suerte que sentí cuando me regalaron toda la valentía del mundo para acercarme a ti.

No recuerdo cuántas
palabras ni cuáles fueron las que yo usé, pero sé que serían las
imperfectas que una niña nada experta en amor usaría en su primera
vez.

Me pregunto a qué
frecuencia de latidos el corazón tiene riesgo de morir, porque sé
que no era normal como el mío latía esa primera vez que a solas
delante de mí te tuve.

Más me pregunto si tú también te sentiste así, yo siempre he querido creer que sí.

Pero no me importa demasiado, con el amor que yo te tenía era suficiente para mantenerte con vida a ti.

Y todo lo que escribí en
la primera historia sobre ti fue solo un borrador para la saga de
libros que te llegué a hacer.

Pues es que contigo descubrí que la leyenda del hilo rojo algo más que una leyenda podía ser.

Contigo me inundé de tantos besos y palabras que a día de hoy apenas recuerdo.

No sé que nos pasó que la vida decidió que darnos caminos diferentes tal vez era mejor.

No creas que no pensé yo en llamarte cada noche y cada estación del año.

Aunque lo nuestro solo durase un verano.

Todo se complicaba de la nada y tú y yo sabíamos que ya no éramos las mismas personas que habíamos sido al principio de la relación.

Estábamos distantes y parecía que ya no nos conocíamos. Ya no queríamos sentarnos al lado ni aunque en el sofá hubiera hueco.

Fuiste cobarde para despedirte y yo ya casi no te podía mirar a ti.

Como la amarga frase de esa canción de Andrés Suárez “Te di una vida y tú ni me has mirado” todo el tiempo lejos de ti me sentí.

Demasiado daño me costó comprender que no debía depender de un alma que no fuera la mía.

A mí ya no me duele esta historia, espero que tampoco a ti.

Quizá en otra vida seamos todo lo que no pudimos ser aquí.

Tu puntuación:

URL de esta publicación:

OPINIONES Y COMENTARIOS