Cuando pensamos en historias de besos, nos viene a la cabeza esa imagen apasionada de dos amantes o ese primer beso inexperto, que en algún momento inicia a las personas en el camino del amor.

Si ahondamos un poco más, podemos incluso pensar en el beso que por primera vez nos regala un familiar en nuestra más tierna infancia.

En este caso, la historia del beso que yo os voy a contar, aunque no sea la primera que se nos ocurre cuando mencionamos este tipo de historias, es un relato que muchas personas hemos vivido en algún momento y que muchas otras lo vivirán algún día.

El último beso del que trata esta historia, concretamente se lo di a mi abuela. Es duro despedirse de un familiar al que queremos, y más en este caso, en el que mi abuela fue siempre mi madre.

Después de pasar la noche velándola junto a las personas más cercanas, a primera hora de la mañana llegó el personal del tanatorio para decirnos amablemente que había llegado el momento de despedirnos de ella, y quienes quisiéramos, podíamos hacerlo antes de que se la llevaran.

Hay personas que son más aprensivas cuando llega este momento o que no se ven con fuerza para hacerlo, en otros casos, por desgracia no tienen ni siquiera la suerte de poder despedirse. En mi caso yo decidí hacerlo, y cuando nos avisaron  a través de la puerta que daba al pasillo donde la habían traído, me dirigí hacia allí.

Estaba preciosa, llevaba puesto el traje verde que se puso para mi primera comunión, y parecía como si estuviera dormida. Me acerqué a ella con un pergamino en la mano, el cual escribí la noche anterior entre sollozos expresando todo lo que la quería. Se lo dejé al lado de una de sus manos, acto seguido, con lágrimas en los ojos me acerqué a ella, le di un beso en la frente y le dije: Te quiero abuela.

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