Empatía tipográfica

Empatía tipográfica

Silvia Marteniuk

11/02/2021

Laura estaba sentada frente al nuevo documento de Word.
Sostenía el ratón en su mano derecha, expectante de la orden que la habilitara a escribir… mientras su pensamiento deambulaba por un laberinto de imágenes, tratando de elegir un beso que lograra cautivar a sus lectores.
—¡Es un mundo, el de los besos! —exclamó, para si. Y es que cada vez que creía encontrar la salida del laberinto, se topaba con un beso mejor.

Apelando a su racionalidad y desanimada con las definiciones que había hallado, decidió elaborar su propia declaración.
Sin dudarlo, besó su mano izquierda y se concentró en lo que sentía —¡Definitivamente esto no es un beso! —concluyó rápidamente, y tecleó sin pensar: “Un beso debe trasmitir sentimientos”.

Apoyó sus manos en el escritorio como para gozar del avance, pero no tardó en cuestionarse —¿Y si fuera un beso forzado?… o aún peor… ¿el de un pervertido?.
Su cuerpo se tensó hasta lograr fruncirle el ceño —¡No alcanza con trasmitir sentimientos! ¡Que horrible! ¡Esos no son besos!—exclamó indignada.
Sin notarlo, activó Bloq Mayús y escribió: “UN BESO DEBE TRANSMITIR SENTIMIENTOS Y SER CONSENTIDO POR LOS DOS”.

Tardó en reponerse de aquellas imágenes espantosas, pero cuando finalmente pudo hacerlo, pensó en un bebé besado por su madre.
Leyó lo que había escrito, fijó su mirada en la palabra “consentido” y dudó —¿Acaso un bebé puede expresar su voluntad?
Era tan clara la respuesta, que sus manos de deslizaban por el teclado escribiendo en negrita minúscula: “Un beso es un consentimiento tácito entre dos, en el que uno anhela trasmitir sus sentimientos y el otro disfruta de ello, aunque ponga caras raras”.  Esto último, lo añadió teniendo en cuenta cómo reaccionaba su hijo Jeremías, cuando ella lo besaba. Claro, que él tenía catorce años…

A Laura le gustó su interpretación. De hecho, podía verla en cada beso que imaginaba.

Descartando todos los besos que no se ajustaban a la nueva referencia, debía elegir el más importante.
Besos de pareja, besos de madre, de padre, de hijos, de nietos, fraternos, de amantes… de bienvenida, de despedida, furtivos, inesperados, esperados… tímidos, tiernos, salvajes, pícaros, apasionados, volados… alegres, tristes… soñados, robados… ¿Cómo quedarse con uno solo, cuando sus manos no podían dejar de escribir? 
Besos robados… allí fijó la mirada. ¡El “beso robado” era encantador en su acepción habitual! No solo lograba sorprender, sino que tenía tal convicción, que podía persuadir al otro de que valía la pena continuarlo. 

Pero inmediatamente pensó en Norma.
Había pasado un mes desde que su esposo había muerto por COVID y no pudo despedirlo… —¡Pero si sólo tenía diabetes y unas líneas de fiebre, cuando lo hospitalizaron! —pensó.
La mano se alejó del ordenador, abatida por ese sentimiento de impotencia que la alcanzaba. Un virus les había robado “el beso del adiós”.

Laura permaneció inmóvil por más de media hora, releyendo las palabras en la pantalla y se sorprendió al advertir los resaltes tipográficos que había utilizado: mayúscula y negrita. Abrió un documento nuevo.

Utilizó el buscador de imágenes, para conseguir fotogramas de esa película que había visto -un requisito especial de la convocatoria- y escogió el único beso en el que podía imaginar a Norma y a Esteban.

Acercó sus manos al teclado y escribió el título de su nueva obra: “Un beso INDEFINIBLE 

Película: “GHOST, la sombra del amor”

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