Bebo el café rápidamente, debo salir inmediatamente para tomar el transporte público. Llego al trabajo, servir mesas, nada especial. Cada día me esfuerzo para qué sea diferente. Nada distinto sucede, otra vez, beber el café apresuradamente, salgo de casa corriendo, el mismo chofer del autobús de ayer; limpiar las mesas del restaurante, servir bebidas, barrer, volver a casa.
Hoy es mi día libre, quiero dormir hasta tarde, me duelen los pies. Después de la pandemia todo mundo se aferra a celebrar en las cafeterías, la llegada del sol hace que la humanidad luzca optimista. Yo me voy quebrando por dentro, sin ilusión. Decido quedarme en casa, recuerdo que debo hacer la compra, ya no hay café en la despensa.
El supermercado me aturde, voy directa a la estantería del café, en mi camino aprovecho para coger tomates, pan, aceite. Y al llegar a la caja, olvidé el café.
–Lo siento señorita, olvidé coger el café.
–Vaya, le guardo las cosas, sólo tendrá que ir deprisa.
Estoy preparada, llego, y me miras. Tomo el paquete, me giro, y vuelvo a ti, ahí están tus ojos y tu sonrisa. ¿Qué hago? Decido volver a la caja, me esperan. Nunca antes me ocurrió fijarme en una chica, menos en una de apariencia altiva. Ahí estabas, en el pasillo del café con tus labios pintados en rojo terciopelo y peinado de salón.
El pensamiento tiene el poder de crear. Las palabras lanzan conjuros, el silencio es poder. Yo te pensaba, quizá tu a mí. Volvimos a vernos. Días después, llegaste al restaurante donde trabajo, te sorprendiste igual que yo. El chico qué te acompañaba era realmente guapo, elegante. Nosotras, sólo teníamos ojos la una para la otra. Algo le dijiste, que se marcho, antes paso por caja y hasta me dejó una propina generosa. Tu seguías ahí con tu copa de vino blanco, atravesando con tus ojos mi piel, rasgando suavemente mis huesos. Yo limpiaba las mesas con caricias, apasionadamente. Saliste del restaurante, dejando una estela de deseo a tu paso frente a mí, feromonas.
Casi media hora después termine mi turno. Tu estabas en tu auto. Me viste venir y te bajaste, a comprar una botella de tequila en el super express de la esquina. Te esperé apoyada en el capó del auto. Al volver con el alcohol me invitaste a subir. Tú tan elegante, yo tan sensual. Al momento rozaste mi mano, yo me aparté dulcemente, son los juegos del coqueteo.
Aparcaste bajo las estrellas, fuera de la ciudad. Reímos, bebimos la botella, me quedé dormida en tus brazos. Yo desperté, tú despertaste, en nuestro beso, sin prisas.
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