Y le robé un beso.

Y le robé un beso.

Y le robé un beso. No recuerdo cuándo fue la primera vez que robé un beso, tal vez fue hoy. Desde el mismo momento en el que nos sentamos en mí restaurante favorito, no pude pensar en otra cosa. Traté de ser educado, de mostrar interés en los diversos temas de los que estuvimos hablando. Escuché las recomendaciones del camarero, sin dejar de mirarle los labios, lo más discretamente posible. Me esforcé en escoger los platos y la bebida correctas. Quería agradarle, buscaba su aceptación. Pero en lo único que podía pensar durante toda la comida, era en besar aquellos labios rojos. Todo fluía, reíamos, coqueteábamos y todo encajaba. El cava, las vieiras, engrasaban las primeras tensiones.

Estos últimos meses, habíamos coincidido varías veces en diversas circunstancias. Las señales en forma de miradas, de gestos, de sonrisas nerviosas, apuntaban a que allí algo había, pero hoy, era nuestra primera cita.

Y llegó el momento. No podía más, ahora o nunca. ¿Que rehusa mis labios?¿Qué me da un sopapo? La vida es riesgo, tirarse al vacío, acertar y equivocarse y hoy… tocaba correr el riesgo. Me levanté despacio, cogí aire, ella estaba frente a mí, me agaché y le dije al oido, voy al servicio, y cuando giró el cuello, le besé, si mal no recuerdo dos veces, un leve contacto, un sí es no es, pero le besé. Y no, no quitó sus labios, miré levemente su rostro y me pareció verle sonreír, tímidamente pero sonrió.

Y fui al baño, levitando y sonriendo como un adolescente. ¡Hay que joderse! No miré atrás, di por hecho que le había gustado.

Un beso, un solo beso, un puto beso…. una delicia de beso.

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