El recorrido del primer beso.

El recorrido del primer beso.

Naty Villaescusa

28/01/2021

El suave sonido de la maquinilla relajó su mente ante la tensión del momento. Agarró la barbilla que tenía delante con una mano y con la otra sujetó firmemente la cortadora de pelo. Comenzó a deslizarla por el rostro varonil que tenía a escasos centímetros de su cara. El vello comenzó a caer como cenizas cubriendo el suelo de un manto gris. Miraba fijamente la barba, concentrada en lo que estaba haciendo. No quería errar y cortarle, bien podría hacerle un buen trasquilón. Él respiraba tranquilo, se dejaba hacer confiado, con los ojos abiertos mirando hacia otro punto. También ella evitaba mirarle. La maquinilla recorría una y otra vez suavemente su cuello, para después ascender por la cara. Repasaba las patillas y el labio superior. Una excitación delicada agitaba su vientre. Segura de sí misma y de lo que estaba haciendo, sintió el control total de lo que ocurría. Lo afeitaba despacio, saboreando el momento, siendo consciente de cada una de las sensaciones, de la presencia de él junto a ella. Deseaba desde hacía meses tocarle, ahora respiraba el instante aspirando su aroma, que la incendiaba por dentro. Se preguntaba cómo podía fiarse de ella para algo tan delicado y personal. Cómo le permitía estar tan cerca de él cuando normalmente la alejaba, rechazando bruscamente sus atenciones. Con una maquinilla le arreglaba el pelo de la barba, siendo esta la primera vez en su vida que lo hacía. Descubrió entonces escondidos entre la rubia barba unos pelitos castaños, pelirrojos y unas cuantas canas rebeldes. Aspiró su olor de siempre, a recién duchado y a ropa limpia. Lo tuvo tan cerca que deseó tocarle más que nunca, lo deseaba desde hacía tanto tiempo que aquella mañana se le antojaba un sueño. Había imaginado mil veces cómo sería el tacto de su cabello entre sus dedos, acariciar la suave espesura que solía esconder sus bellas facciones. Ese día extrañó, consiguió reunir el valor para proponerle aquello y él aceptó. Lo condujo a la terraza, calmado tomó asiento donde ella le indicaba, dejando que la luz del sol le cubriera por completo. Ella fue la primera asombrada de la situación que estaba a punto de suceder y tuvo que hacer un esfuerzo enorme porque no se le notara el nerviosismo que la invadía. El tiempo parecía ir más despacio y el silencio les envolvió. Un compás interno ponía ritmo a la escena mecida por la brisa de otoño. El fluir de la vida decidía por ellos y lo aceptaban satisfechos y agradecidos. Acabado el trabajo dejó la máquina y se acercó cuanto pudo para comprobar su desempeño. Pasó la mirada de la barbilla a las mejillas y de ahí a las patillas. Repasaba el cuello cuando sintió la punzada de una mirada fija que la atravesaba. Se cruzó con sus ojos, tan azules y profundos que el nadador más experto bien podría ahogarse perdiéndose en ellos para siempre. Sereno y seguro de su premeditación, recorrió el camino que les separaba y la besó.

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