Volver a ninguna parte

Volver a ninguna parte

En aquella habitación, padeciendo una mórbida quietud, se encontraba Juan. Cuando esa mañana milagrosamente pudo despertar, dejó de soñarla. Aturdido, no asimilaba esa realidad desquiciada que lo envolvía. Y la preocupación se le coló en los huesos cuando, sin éxito, quiso enderezar su cuerpo lánguido. Apenas, podía susurrar algunas palabras confusas. 

Luego, observó con detenimiento el escenario: la cama, los aparatos y cables que lo invadían, el olor inconfundible, y supo con certeza donde se hallaba.

Pero, ¿dónde estaría Laura? Era la única voz que necesitaba oír. Ignoraba cómo terminó postrado en esa pesadilla.  

Se consumía la tarde cuando ella se asomó disimulando cierta incomodidad. Dio varios pasos hasta situarse al costado de la cama. Juan la observó y le costó reconocerla. Diez años ausente no parecen tanto, pero la notó rara. Un cambio que a simple vista, no lograba precisar con exactitud. Supuso, que sería un efecto adverso por tanta medicación.

Ella se le acercó y lo besó en la mejilla. De inmediato improvisó una suerte de síntesis del tiempo perdido. Su voz, de a ratos temblorosa, fluía en un torrente sin respiro.  Mientras que Juan solo la admiraba. Era un niño que ansiaba ese juguete inalcanzable.

Entre tanto palabrerío hubo un detalle que Laura descuidó, quizás por los nervios o por la inexperiencia en el oficio de ocultar verdades. ¿Tan solo un beso en la mejilla? Él, ya más lúcido y calculador, enumeró algunas posibles evidencias: pasaron diez años, ella soltera, ella carismática, él un vegetal. Hilvanó puntos. Era probable que no estuviese sola, que alguien ocupe su cama, corte su césped, lea sus libros en su sillón de terciopelo verde. 

Solo pasó media hora, cuando todas sus dudas se confirmaron. Laura en un gesto involuntario por acomodarse el flequillo, reveló sin querer, una sortija de compromiso en su dedo.

Él comprendió porque tardó en reconocerla apenas la vio asomarse. No era su pelo, ni el tiempo, ni la ropa, sino su mirada. Su mirada era otra, ya no le pertenecía. Y en ese acierto, advirtió una pesadumbre sobre el pecho, pero prefirió que ella continuara hablando para no incomodarla. Entendió que Laura estuvo a su lado. No cabían reproches pues, eran sus palabras las que llegaban como sueños a ese mundo que lo tenía prisionero, al igual que los versos de García Márquez, cuando ella durante horas, le leía en esa habitación. 

Por un instante dejó de lado las preguntas de lo que pudo ser ¿De qué servía ahora? Las cartas estaban echadas. Y tras comprender que su vida comenzaría recién cuando logre atravesar la puerta de esa habitación; pero sin Laura, sin sus besos; se dio cuenta de que su despertar milagroso fue en el tiempo equivocado. Y es por eso. Por no tener la fuerza de transitar un camino nuevo, se despojó de su valentía, y cerró los ojos lentamente para hundirse en aquella otra realidad que ya lo tenía acostumbrado. Donde aún flotaban aquellos versos de García Márquez y donde ella lo miraba con ese único brillo, aquel… con el que es imposible mirar a los demás.

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