UN VIAJE DE CUERPO Y ALMA

UN VIAJE DE CUERPO Y ALMA

KAREN MANTILLA

27/07/2016

Después de mucho tiempo de arduo trabajo y asfixiante encierro entre las grandes paredes y ventanales del edificio en el cual trabajaba; en uno de esos días en los que me sentía exhausta, abrumada, y en el que el cuerpo ansiaba un descanso y el alma me “pedía a gritos alimento”, me descubrí hablando con una amiga de quien hace mucho tiempo no tenía noticias. En aquella conversación “superficial” que solemos sostener la mayoría de veces, me contó que iba a hacer un viaje ese mismo fin de semana y me invitó a que la acompañara; no sin antes decirme que no era cualquier viaje y que se necesitaba mente abierta y mucha “berraquera”. Yo, en el estado en el que estaba, no dudé en aceptar su invitación y nos dispusimos a coordinar los detalles de nuestra aventura.

Entusiasmada, preparé todo: compré un sleeping, un morral para camping, algunas herramientas que sugería que lleváramos y me dispuse para el viaje.

Partíamos un viernes después del trabajo, por lo cual acudí a trabajar con una morral considerablemente grande. Después del trabajo salí hacia el sitio de encuentro, porque este no era un viaje cualquiera, era uno particular con un grupo inmenso de jóvenes entusiastas que se reunirían en aquel sitio. Llegué y poco tiempo después llegó mi amiga; llegó en tacones y con una maleta muy parecida a la mía, tipo mochilera. La combinación me causó gracia, dado que yo había decidido cambiarme en la oficina, antes de salir. Me dijo que aunque teníamos comida incluida, era bueno llevar algunas cosas para “picar”, así que nos ausentamos para hacer algunas compras.

A medida que pasaban las horas, eran más y más los jóvenes que se aglomeraban en este sitio. La energía que se sentía en este lugar, era increíble. Alegres, entusiastas; bailaban, gritaban, cantaban y se saludaban unos a otros con efusividad.

Después de varias horas, por fin nos dividieron en grupos y partimos en buses de acuerdo al sitio al que habíamos sido asignados. Tardamos aproximadamente dos horas en llegar; todo era nuevo para mí y no sabía qué debía o no hacer, sin embargo, pasaba desapercibida dado que nadie notaba mi existencia (En el buen sentido de la expresión).

Cuando llegamos era aproximadamente media noche, así que no pude apreciar detalladamente el lugar al cuál habíamos arrivado, pero podía ver claramente una calle inclinada, sin pavimentar. A lo lejos se escuchó que alguien decía: “El bus no puede subir más por las condiciones del terreno. Nos bajaremos aquí y subiremos a pie. Tomen su maleta y al bajar, pasen a recoger las herramientas que puedan llevar. La escuela está unas cuadras arriba”. ¿Herramientas? ¿Escuela? aunque no entendía, hice lo que me dijeron; bajé con mis cosas y pasé a la parte de atrás del bus donde me dieron un par de “ahoyadores”. (En ese momento no tenía idea qué era o que así se llamaba).

Subí con gran esfuerzo y llegué a una escuela donde nos dispusimos a dejar las herramientas y a ubicar un salón en el cual pasar la noche. Colchones inflables, sleeping, colchonetas, todas juntas de forma que teníamos que pasar sobre las mismas si queríamos salir del salón.

Al día siguiente, el despertar fue bastante particular; fue a las 5 am y por medio de un joven que pasó por el salón con una grabadora a todo lo que daba (En volumen), pidió que nos levantáramos pronto y estuvieramos listos para tomar el desayuno que estaba a cargo de los “intendentes”.
Posterior a esto nos separaron en grupos y nos dieron instrucciones claras: no puedes bañarte, debes dejar todo limpio, no tener sexo, no hablar de política o equipos de fútbol en el sitio al que iríamos y dar buen ejemplo. Nos entregaron las herramientas y partimos hacia los lugares asignados.

Caminamos algunas cuadras y llegamos a la “casa” con mi cuadrilla. Era un terreno empinado, lleno de maleza; aún sin el espacio necesario despejado para construir la “casa”. ¡Si! nuestra aventura consistía en construir una casa o lo que una familia llamarían su casa y lo que para muchos de nosotros podría ser fácilmente una habitación (6mx3m).

“Mi familia”, es decir, para quienes íbamos a construir la casa, estaba conformada por 4 niñas, y sus padres. Los conocimos y nos dispusimos a trabajar.

Fueron tres días de cavar, medir y levantar las paredes de madera de la casa prefabricada que la familia esperaba con ansias. Días en los que vi la escasez, las dificultades; días en los que escuché la historia de sus vidas, días en los que viví en carne propia, qué era sentir frío realmente; noches en los que el frío que calaba en los huesos no te dejaba dormir, en los que el piso era mi cama; días en los que me caí una y otra vez camino a la casa debido a la falta de vías transitables; días en los que conocí el “otro lado de la moneda”; días en los que aprendí a valorar tener un techo, abrigo y comida.

Yo sabía que en tres días terminaría y regresaría a mí realidad, a la comodidad de mi hogar; sin embargo, lo que yo viví en tres días, era la realidad de aquellas niñas y de muchas otras familias con las que estaban los demás jóvenes y otras tantas que no habían sido seleccionadas o si quiera tenían la opción de ser seleccionadas para que se les construyera “una casa”.

El último día, cuando caía la noche, por fin terminamos la casa. La felicidad de las niñas, de sus padres, durante su inauguración y el sin fin de palabras de agradecimiento, hicieron desaparecer el cansancio y el dolor del cuerpo para darle paso a la plenitud del alma.

Este, sin lugar a dudas, ha sido el mejor viaje de mi vida. Viaje corto para el cuerpo y trascendental para el alma.

BGOTÁ, COLOMBIA

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