La receta del tomate

La receta del tomate

Silvia Marteniuk

19/01/2021


“¿Cuál beso prefieres?—preguntó la niña, y él no le quiso decir”.

Están regresando de la travesía en bicicleta, y solo piensan en tomar una chocolatada.
Juan es el dueño de casa y entra primero. —Mamaaaá—grita, pero nadie responde. Se dirige a la heladera en busca de la botella con leche, y en la puerta ve la nota manuscrita: “Hijo. Me voy a casa de la tía. Te dije que no apagues el teléfono”
—¡Se fueron todos! —exclama exultante, al tiempo que vierte la leche fría en dos vasos enormes y pregunta  —¿Cuántas de cacao?
Pablo está inmerso en el juego de su móvil pero le responde —Cuatro está bien— con algo de delay.
Cargando un pesado vaso en cada mano, Juan logra llegar hasta la mesa sin derramar ni una gota, y aprovechando que no hay nadie más, igual susurra para preguntar —¿Ya viste eso? Lo del beso ¿Lo averiguaste?
Pablo continúa jugando y le contesta sin mirar —Ayer hablé con mi hermano. Me contó lo de la receta del tomate.
—¿Cómo que “la receta del tomate”? —pregunta Juan, nervioso.
—Mi hermano dice que para saber dar besos, hay que practicar con un tomate. El secreto es comerlo sin usar los dientes —responde.
—¿Solo con la lengua? —interroga Juan, usando voz de misterio.
—Con la lengua y los labios… ¡sin usar los dientes! —enfatiza con fastidio.
—Y vos…. ¿Lo practicaste? —continúa Juan impasible.
—¡Todos saben que mi única novia es la bici! —exclama Pablo, mientras teclea el móvil con desesperación, hasta que finalmente lo arroja sobre la mesa, y agrega —No lo puedo creer ¡me acaban de matar!

Los dos se “tragan” la escueta merienda, y Pablo se va.
Con más dudas que certezas, Juan se queda solo en la casa. Toma el móvil, abre el buscador de internet y escribe: “¿Cómo dar un beso?”.
Una pestaña inicia con “Receta del tomate” y es allí dónde toca. La página está llena de detalles, pero la receta es la misma, ¡es oficial!. Se levanta a buscar un tomate y se sienta en el sillón.
Le cuesta apoyar los labios en la fría piel del tomate, pero decide acatar las indicaciones a rajatabla y enciende la tele “para no enamorarse de la hortaliza”. Entre movimientos de labios y lengua, intuye que no va a ser tarea fácil, pero se concentra en la misión.

La piel del tomate empieza a ablandarse, y para su agrado ya no está fría, pero aún no la puede deshacer. Abre la boca más grande, muerde con los labios, succiona, empuja con la lengua y realiza los movimientos envolventes, tal como figura en la receta.

Entonces escucha el chirrido del portón —¡Mi mamá! — dice en sobresalto, aunque de inmediato cae en la cuenta de que “sólo está comiendo un tomate”.
Entra la mujer cargando unas bolsas de ropa y lo mira con intriga —Hijo —le pregunta —¿no era que el tomate no te gustaba?
En ese preciso instante, la piel del tomate se rompe… y Juan con la sonrisa empapada de triunfo, le responde entusiasmado — ¡Ya tengo siete años, mamá! 

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