En demasiadas ocasiones habíamos conversado sobre el tema. Amistad, códigos, friendzone. Tenías muy claro lo que yo pensaba, situación que presumí funcionaba a la inversa.

Solo quería ser escuchada. Comprendida, por mi amigo. 

Anhelaba que mi cabeza se detuviera. Quería llorar quizás… sí, quería llorar entre tus brazos. No mucho, con un rato me bastaba.

Luego del sepelio, me llevaste a tu casa. Como tantas otras veces… miles de veces.

Tu mamá me abrazó fuerte. Besó mi frente. Lloramos juntas. Yo quería seguir, pero ella no me soltaba. Te diste cuenta y me ayudaste a desprenderme de ella.

Fuimos a la habitación. Nos sentamos en tu cama, sobre el cobertor de Star Wars que solías usar. Me tomaste la mano mientras yo no podía controlar mi llanto.

Es que… no puedo entender. No.

En un abrir y cerrar de ojos, ayer a las 03:55, él se había ido. 

El accidente de mi padre fue tan inesperado. Toda la vida siendo un prudente camionero, hasta que… una noche… por salvar a un pendejo borracho que se cruzó de carril, tu vida se desvanece. 

Lo último que le dije fue ‘hasta luego’.  Más tarde le envié un sms, que no respondió. Y nada más. Nunca más.

Entonces, en otro abrir y cerrar de ojos, tu puta lengua estaba atravesando mi boca. 

Tenías olor a chicle de frutilla. Ese que siempre usabas para tapar el olor a tabaco.

Te abofeteé. Me pediste perdón. Dos lágrimas recorrían tu rojiza mejilla, pero no me diste lástima.

Es injusta la vida. Papá primero y ahora, esto…

Me levanté y te dejé sentado atónito. Fue un accidente, atinaste a decir. Idiota. Cerré la puerta con todas mis fuerzas, en tus putas narices. 

Corrí a casa. El tv estaba encendido, con las noticias revelando detalles de lo sucedido con mi padre. El abogado del causante del siniestro argumentaba cosas increíbles. Me daba náuseas lo que escuchaba, pero algo me decía que debía seguir atendiendo: afirmaba que el camionero estaba bobeando con su celular al momento de la fatídica ‘contingencia’. 

Pero no, él nunca haría eso. No. Ni siquiera había contestado mi texto.

Escuché el auto de mi tío. Entró y nos abrazamos. Me mostró una bolsita negra, diciendo que la policía le había entregado algunas cosas de mi padre. La dejó sobre la mesa. Se fue.

No pude conmigo misma. Debía saber. Tenía que.

El celular estaba dentro. Sabía la contraseña. Lo revisé.

Fue entonces cuando te llamé para vernos nuevamente. Te dije que casi diez años de amistad no podían terminarse por un error.

Te dije que nos viéramos en el parque cerca de casa. Ya estaba oscureciendo.

Esperé, ansiosa. 

Apareciste con la cabeza gacha, como pidiendo disculpas de antemano por tu atropello.

Dije que estaba todo bien, que entendía. Te pedí que te acostaras en mi regazo.

Entonces, te mostré el mensaje sexual que tu mamá había enviado a mi padre. 

Enviado, 03:54. 

Y en un cerrar de tus ojos, dándote un beso de Judas, sin adiós, blandí el cuchillo que traía detrás de mí… en tu maldita garganta. 

Tu puntuación:

URL de esta publicación:

OPINIONES Y COMENTARIOS