Me quedé observando, cómo una joven le devolvía un beso al aire a su novio, acompañado de una sonrisa. Ella lo veía a través del cristal de un autobús en marcha.
Él, todavía corrió al lado del autobús unos segundos y se detuvo para despedirse agitando la mano mientras tuvo a su novia a la vista.
Ese beso al aire, quiero imaginarme, no fue de despedida, porque sabrían que podían volver a verse. Sería, precisamente, la promesa, hecha el uno al otro, de reencontrarse.
Posiblemente, antes de ese beso, hubo muchos otros. Seguramente, también, abrazos, y se tomaron de la mano, y se dijeron algo al oído, y muy seguido se sonrieron luego de una mirada.
Cuantas historias semejantes se habrán visto esa tarde, o cualquier otra tarde.
Varios días después, se anunciaron medidas para evitar el contagio de COVID, en especial el uso de cubrebocas y mantener una distancia prudente con los demás.
Eso hizo que recordara a la pareja del beso al aire. Me pregunté qué habría sido de ellos.
Pensé que, quizá, ya no hubieran podido verse.
O, quizá, se reunieron otra vez; quizá los dos portando un cubreboca; quizá no hubo besos de saludo ni acercamiento; quizá sólo conversaron sobre la nueva situación; quizá se vieron decepcionados porque no podían saber si el otro sonreía o no; quizá no se atrevieron a tomarse de la mano por temor; quizá esa ilusión por verse como antes, se vio truncada. Quizá.
Quizá hubo muchas historias semejantes esa misma tarde, o cualquier otra tarde.
Quizá, sólo quizá.
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