Siempre a punto de ser, a un segundo de corporizarme. Sentía que era un imán pero no para atraer metales, sino bocas, labios anhelantes que podían encender leños con solo aproximarse.
Los acompañé durante un tiempo que pareció interminable. No entendía esa prohibición de ser al que ellos parecían confinarme, mientras era testigo del temblor de la piel cuando se acercaban, de las miradas que penetraban los ojos negros de ella y los pardos de él como lanzas al cruzarse. Por qué __me preguntaba__si presentían el sabor y la humedad de esas bocas confundidas en una, si deseaban la frescura de esa cavidad, enredados en la barrera de los dientes, si buscaban todos los pretextos para estar a solas y hablarse casi en susurros, nunca dejaron que yo fuera lo único a lo que estaba destinado a ser. Durante esos encuentros el mundo se paralizaba y solo ellos dos cobraban vida, una vida que los atraía y los perturbaba, seguramente por cuestiones que no podían modificar, pese a haber creado un mundo propio. Por su comportamiento, el mundo exterior parecía tener sobre ellos un gran peso que los agobiaba.
Siempre que se presentaba la situación perfecta para que yo apareciese, uno u otro, o ambos, dejaban caer sus párpados, suspiraban y se alejaban. Juntos escuchaban canciones en silencio y muchas veces lloraban.
Las melodías, los lugares, algunas circunstancias repetidas, formaban parte del idioma que habían creado para los dos y en el que yo no entraba. Parecían preferir a mi pariente lejano: el que actúa en la mejilla, siempre breve, porque la cercanía de las ansiadas bocas podría arrastrarme y, eso, era algo que ellos no parecían dispuestos a permitir.
Una tarde otoñal, lluviosa, en un café solitario, en medio de llantos, pretextos y justificaciones, se despidieron. Yo pasé a ser el recuerdo de lo que no fue, la duda de lo que podría haber sido, el remordimiento y la culpa de no haber podido ser lo que deseaban que fuera, el melancólico recuerdo que los cubre de nostalgia en algunas tardes, más allá de la infinita distancia que los separa.
A veces me parece verlos con las miradas perdidas, tarareando «No hay nostalgia peor, que añorar lo que nunca, jamás, sucedió»
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