Solo teníamos 7 años. En el pueblo, en tu casa, detrás del frigorífico. Nuestras miradas se cruzaron, una energía hizo que tus labios y los míos se uniesen.

Entonces pasaron por mí mente: el momento en el que yo llegaba de la ciudad e iba a buscarte al río. La sensación de llevarme en el soporte de la bicicleta.  Con una mirada nos lo decíamos todo. Cómplices en nuestros juegos.

Un sabor de fresas con nata, nuestro refresco favorito, la ilusión de ir a nadar a  la presa.

Ir a tu casa cuando estabas malo, con el permiso de tu madre, solo con estar juntos te encontrabas mejor, entonces me sentía feliz.

Pero lo que fueron unos segundos de nuestro beso, se transformó en un viaje sobre una alfombra voladora invisible, hacia un lugar lejano.

Era como estar en un sueño, unas veces tú y otras veces yo, marcábamos el rumbo de nuestra aventura.

Primero fuimos hacia las montañas verdes, el olor de las flores silvestres, la naturaleza nos encantaba. Nadie sabía de dónde salíamos ni con quien estábamos, solo que éramos unos niños.

Nos montamos en funicular, solo con meter la mano en los bolsillos, teníamos todo el dinero que necesitábamos. Siempre nos excusábamos para decir con quién estábamos.

Después fuimos al mar, allí conseguimos montar en un velero con nuestra astucia e ingenio en una excursión, para ir a ver a los delfines rosas. Conseguimos verlos, libres en el mar.

Nuestro beso fue mágico, siempre estábamos dados de la mano. Inseparables. Momentos vividos con tal intensidad, que lográbamos hacer, que nuestra estancia en estos sitios fuese suficiente.

Todo llegó a su fin, de nuestra fantasía regresamos en la alfombra voladora invisible, separando nuestros labios. Aparecimos de detrás del frigorífico, sin que nadie nos hubiese echado en falta.

Quiero darte las gracias, por aquellos momentos que compartimos. Tú ya sabes quién eres, si algún día lees esto. Te quise, te quiero y siempre te querré. Pero ahora ya no queda solo entre los dos.

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