Diálogo entre los ángeles:

     -Ha muerto

     -Sí, convertido en ceniza.


     Estoy yendo al teatro y ando despacio. Brilla fuera de mí la escarcha en las hojas diminutas sobre los bordillos, brilla cuando la miro. Fuera de mí una torre de agua se levanta impasible entre el trigo y la hierba alta, con el sol del amanecer correteando entre sus pilares. No quiero que llegue ese momento en el que me consumo. Ojalá pudiera congelar este instante y observar para siempre el mundo separado del mundo, desde el sillón del autobús entre los campos de trigo verde, a través del cristal viejo que tiembla, medio dormido y calentito.

     Pero llega, inexorable. Veo el mango dorado de la puerta, yo, en primera persona, desde mí. Como en las películas. Está pasando y todo va tan lento ahora. Mi mano cae sobre el pomo. Siempre llego pronto. Una especie de respeto a la tormenta, al látigo. Aún no hay nadie. Noto el sol débil sobre mi cuerpo frío, agarrotado.


     Un hombre con barba, debe tener unos 50 años, mirando hacia abajo, sentado en el sofá con la espalda encorvada.

-Sabes, no tiene sentido, cariño, no te tortures

(sí, sí)

-te la tiene que pelar

(que pelar, sí)

-lo que diga ese obrero, la vida es una lucha de intereses, una lucha de intereses -está orgullosa – y si le jode pues que le joda, pero tú

(yo)

-estás por encima, no te puedes poner estos pesos sobre la espalda, dos días sin comer, hombre, pareces un niño de cinco años.

(un niño de cinco años, sí)


     Llega el conserje y abre la puerta. Me sumerjo a la fuerza en el mundo. Noto como se ahoga la parte derecha de mi cara, que aún no está segura (intereses. cariño, intereses). Hay que meterse de lleno o se queda la cabeza colgando del nervio, sí (¿seguro que no quieres venir?). En la calle se ven trozos de piel hondeando. Entro.

     Y si no llego a nada nunca.

     Miradme ahora, sentado en el escalón, contemplando el suelo negro de espuma con la cabeza caída, ¿Quién parezco? Dentro de poco se encenderán las luces y yo espero. Más bien estoy. Me pregunto si habrá público hoy. Grito.

-¡Hola! ¡Hola!

     Se me rompen un poco las aes. Nadie responde. Nunca respondéis, cuestión de educación, supongo, al fin y al cabo estamos en un teatro. A lo mejor os avisan antes de entrar, pero a mí nadie me dijo nada. Nunca sé si estáis ahí. A veces veo puntos, pero creo que son sólo manchas negras de mirar al sol. Cuando se enciendan las luces veremos, sí.

     Que ellos miren. Que locura que esta sea la fuente a la que me arrastro, a la que nos arrastramos todos, con los codos ensangrentados. Cuántos grandes se habrán perdido entre la sed y el polvo, cuántos dignos. Cuántas personas nítidas en el escalón, azules en la oscuridad clara, esperando con los ojos cansados. A veces me pregunto si no será un bebé enorme y estúpido el que pulsa los interruptores. Daría igual en realidad, todo sacado de la niebla es diáfano y justo a su manera cruel (veo el cielo en ti, y las nubes rosas y los ángeles y los cuerpos blancos). 

     Miro hacia donde deberíais estar ahora, sentados. Me imagino a un chico al lado de ella, sus brazos se rozan a veces. Él ha recibido de repente todo el aire que se mueve, ve mis perfiles cortados en carne y en cristal. De pronto la realidad toda de golpe. Tiene la boca abierta y siente como un golpe en el pecho, como cuando corre uno con mucho frío y quema por dentro, pero con cojines, y todo de una vez. Y ella está al lado. Ella le ha llevado aquí. Mantengo la mirada a la oscuridad. Le miro a él. Es precioso, toda esta ola transparente. Llora.

     No hay manera. Tiene que ser solo. Guarda tu suspiro, sí, no quiero que sea tu aliento húmedo el que pulse el botón, el que descubra las caras y los bosques. Me iría a la cama sucio.

     Solo, solo, solo. Te quiero, te quiero, te quiero. Eso suena todo el rato por detrás. Creo que es por ella. En realidad no. Es por ti, sí, por ti.


     El sol se refleja en el cristal de su cúpula. Las fuerzas le han abandonado, no tiene guía, se ha desvanecido entre fuegos de colores, chisporroteando. Babea en el suelo mientras algo opaco le oprime la nuca. Sus brazos inertes resbalan por el cristal en lo que podría ser un gesto agónico, pero no es. Hay una extraña sonrisa en su cara.




Ubicaciones:

Toulon, Illinois. La carretera que entra al pueblo, cerca del colegio.

La casa encendida, Madrid. De noche, iluminado con luces naranjas, el ruido de las voces envuelve las caras. Al lado hay un sitio donde se bebe cerveza y hay bocadillos. En la esquina de los contenedores se habla francés o se canta.



     

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