Sus ojos estaban desorbitados, la mirada perdida, las pupilas dilatadas, en su rostro no había una expresión definida. Su pequeño cuerpo estaba totalmente desvanecido y medio desnudo en los robustos brazos de su madre.

Su cabeza ladeada dejaba al descubierto una pequeña marca de un ligero color rosado a la altura de su pómulo derecho, que en aquella piel tan blanca ya comenzaba a tornarse un poco más oscuro, la boca denotaba un rictus mortecino que emulaba el gesto de alguien que ha sufrido un intenso dolor.

Los gritos de su madre podían escucharse por toda la calle principal de el Peñón un pequeño pueblo de pescadores situado al este de la ciudad de Cumaná, en el estado Sucre, donde casi todos eran familia y muy pocos eran desconocidos, pero que nadie se escapaba de conocer las historias y desventuras de cada uno de sus habitantes.

-Sálvemela, sálvemela, lléveme al hospital señor Salvador- entre gritos y sollozos era lo único que se entendía en su cruel lamento, mi padre que para ese entonces era de los pocos privilegiados de poseer un vehículo automotor en toda esa calle y quizás hasta dos calles más arriba, haciendo un poco de memoria en estos momentos creo recordar era el único en aquel pueblo para ser exacta; razón por la cual estaban frente a nuestra puerta la desventurada mujer seguida por una multitud que recordaba a las procesiones de los santos patronos muy común en los pueblos fieles a sus creencias católicas, gritaba que la ayudarán a salvar a su hija, mi madre una mujer tranquila y fiel creyente en Dios trataba de calmar su llanto y gritos haciéndole ver que todo estaría bien, pero está solo lograba balbucear que la llevaran al hospital.

Yo contaba con 9 años y no entendía lo que pasaba a mi alrededor, solo veía caras compungidas por la tristeza y lágrimas en solidaridad con aquella desdichada mujer que cargaba una niña casi muerta ante mis ojos, había llegado a la puerta de mi casa para que mi padre la llevara a un centro médico y pudieran revisar el maltrecho cuerpecito, aunque mi atención estaba fijada en la pequeña que ahora tenía una mirada vacía.

La multitud formaba un círculo alrededor de la madre e hija actores principales de aquel acto dantesco ocurrido en un pequeño pueblo que nunca había pasado nada, en ese momento entre tanto alboroto pude escuchar una palabra desconocida para mi en aquel entonces -la violaron, la violaron- dijo una voz que provenía de alguien que la acompañaba.

-Tranquila Mercedes, todo va a estar bien, yo te llevaré al hospital- fueron las palabras de mi padre, que lejos de tranquilizar a la atormentada madre solo lograba que llorara más y sus gritos fuesen más fuertes; mientras tanto yo pensaba cómo podría estar bien si aquella niña le habían hecho algo malo, por que aunque no sabía el significado de aquella palabra que retumbaba en mi cabeza, tenía la plena seguridad que no podía ser algo bueno por la aptitud de aquellas personas.

La niña que necesitaba ser llevada al hospital, tendría en ese entonces unos cinco años y aún cuando era más joven habíamos jugado muchas veces por que sus primas y yo teníamos la misma edad y ella nos rodeaba con sus alegres gritos.

Aquel día no he logrado olvidarlo, era cerca de la una de la tarde y en toda la calle no había un alma, aquel lugar daba la impresión de ser un pueblo fantasma todos después de almorzar tomaban una siesta de casi una o dos horas para luego continuar sus vidas rutinarias, el cual consistía en dormir un rato o contaminar sus mentes con la ráfaga de novelas rosas televisivas donde desenmarañaban mil trabas para llegar a un final feliz.

Solo que para la niña no hubo final feliz ya que en su camino se cruzó con un sin oficio, un verdadero desperdicio de la sociedad, de esos que abundan en cualquier ciudad del mundo, la vio correteando alegre de una casa a otra y sin reparo ni remordimiento logró captar su atención escondiéndola en un terreno baldío, una vez lejos de las miradas escrutadoras de los vecinos comenzó de una manera vil y salvaje a envenenar el alma y cuerpo de la pequeña, dejando una huella imborrable en su frágil cuerpo, irrumpiendo su inocencia dejándola maltrecha para siempre.

Aquella calle fue testigo de tan monstruoso hecho, después de ese brutal acontecimiento nunca fue igual, las puertas de las casas fueron aseguradas, los niños y niñas temían que el “concha e coco”, apareciera otra vez, los que se negaban a hacer la siesta de la tarde estaban casi obligados a hacerla ahora, aquel acontecimiento era un secreto a voces la pequeña no recordaba nada de aquel día quizás lo bloqueo como forma de autodefensa y olvidar el dolor infringido, su vida se transformó volviéndose la hetaira del pueblo sin saber por qué, ni cuándo había comenzado su calvario solo que aquella calle y la memoria de todo una generación tenía la repuesta de su ligereza.

Yo logre alejarme muchos años después de aquel pueblo y de la calle principal testigo del horrendo crimen, pero aún me persigue aquella mirada vacía y retumba en mi memoria la hora del “concha e coco” que viene por las niñas que sin saber y tal vez por desconocimiento de la maldad imperante en seres inescrupulosos son arrastradas hasta maltratar su inocencia, mientras tanto a lo lejos se puede escuchar los gritos de alguna Mercedes desesperada -sálvemela, sálvemela señor Salvador, –

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