Lo tengo marcado en el calendario, ese día como siempre tratando de salir temprano para no toparme con el tráfico de las mañanas, los papás llevando a sus hijos a la prepa a dos esquinas, a la primaria de la vuelta, a la guardería a una cuadra, me arrepiento de escoger una zona escolar para vivir. Tengo que apurarme antes de caer en ese caos, necesito subir al auto apenas se vislumbran los primeros rayos del sol, canta un gallo de quien sabe donde y otro le contesta, voy a tiempo, subo al auto,  prendo la radio, hay que limpiar el parabrisas lleno de rocío de la mañana. Arranco el auto y veo el fondo de la calle, nadie ha salido aun de sus casas y los botes de basura están en las entradas, es buena señal; algunos perros ya se pasean, se escucha a lo lejos el ruido del tren, se ve a lo lejos una anciana que todas las mañanas lleva de la mano a un niño pequeño, ella sabe que su andar es lento y cuando halla recorrido las cinco esquinas que la separan de la escuela, será hora del timbre. Doblo la esquina, se me olvida de nuevo ese pequeño bache que adorna la esquina de mi casa. Entonces escucho en la radio algo que llevo días vigilando, el virus esta aquí. Dos esquinas, algunos autos ya están frente a la prepa pero aún no obstruyen el paso, que suerte, avanzo, semáforo rojo, esta el vendedor de periódicos, debo comprarlo, se que lo que dicen en la radio es real pero de pronto me invade una necesidad urgente de que alguien me diga lo contrario, compro de dos diarios diferentes. Por fin llegó a la avenida, de aquí en adelante es camino recto, eso me ayuda a pensar, ¿que tan grave es esto?, de pronto el mundo que me rodea comienza a tomar forma, una forma normal, eso me alivia, conforme avanzo aumenta el tráfico, muchos autos con niños somnolientos en el asiento de atrás empiezan a aparecer, otro semáforo rojo, la señora de siempre tocando el cristal auto por auto pidiendo unas monedas, me pregunto si sabe lo que dicen en las noticias. Avanzo, paso la gasolinera de siempre, hay mucha gente, todos quieren cargar gas temprano, mejor cuando salga del trabajo. Salgo de la ciudad y ese pequeño tramo hasta el hospital aun sin casas ni negocios al rededor siempre esta plagado de trailers, camiones de transporte y autos, siempre he pensando que es una carretera muy estrecha. Por primera vez siento que ese caos es buena señal, el tipo de la radio exagera. En la caseta un grupo de estudiantes de enfermería esperando la entrada, aún no hay fila de autos, aún hay espacio en el estacionamiento cerca de la entrada, que suerte. Me apresuro a entrar y lo primero que hago es marcar en el calendario «27 de febrero del 2020» con una nota «día 1, primer caso». Las horas transcurren relativamente tranquilas, tengo esa sensación de que algo va a pasar pero no pasa. Solo me queda sumergirme en la soledad de mi trabajo y pensar que esto no será como la influenza, no, estamos más «preparados», estaremos bien en un par de semanas y esto será una noticia más, de esas que suenan lejanas, pero, ¿que es esta opresión en el pecho?.

«Día 201, 72 803 muertos» ya no importa mucho que hora es, los gallos dejaron de cantar hace mucho, el sol sale de pronto ya sin avisar y ya es tarde. Abro lentamente la puerta, espero un minuto a que no escuche pasos, espero no cruce nadie mientras salgo. No hay nadie, es extraño, es tan tarde, parece domingo, un eterno domingo de mas de 180 días, no es necesario limpiar el parabrisas, es tan tarde que el sol ya seco lo que quedaba del rocío. Prendo la radio, escucho «ya mejor contamos a los muertos..», mejor lo apago… pienso «entre esos muertos la anciana que caminaba cinco esquinas hasta la escuela, ¿y ahora quien llevara a ese niño a clases?». ¿Que pasa conmigo? ¿Salgo tarde con la esperanza de encontrarme algo de caos?, ¿el sonido de los autos?, ¿los gritos y el bullicio de las escuelas?, ya no hay nada de eso, doy la vuelta y más silencio, extraño el tráfico, el ruido de los claxons, el olor del periódico en la mañana. No se lo he dicho a nadie, pero hace algunas semanas que me detengo en la puerta de la prepa, imagino que me detiende la fila de coches, imagino que cedo el paso a algún estudiante atrasado, que escucho el timbre llamando a la entrada y esa sensación de que voy tarde, ya no hay nada de eso. Paso por el mismo semáforo dos veces siento culpa de no haber ayudado con monedas a la anciana del semáforo, ahora me pesa su ausencia. No me había percatado de lo largo de la avenida, lo ancho que se ve, cuando antes era tan angosta. Ese trayecto al hospital fuera de la ciudad, con la hierva crecida, la carretera llena de baches, parece de otro tiempo. Me acerco al hospital, ahora otra vez esa sensación de miedo, de angustia, me cuesta trabajo respirar y no es por la mascarilla, me tiemblan las manos, ahora si hay cola de autos para entrar, aquí si hay tráfico, aquí si hay caos, el ruido de las ambulancias no me deja escuchar mis pensamientos, me duele la cabeza y no he llegado, y en lo que espero mi turno para entrar cierro fuerte los ojos ya sin la esperanza del sueño y que estoy a punto de despertar, sino por el miedo y la angustia de esta enfermedad que me invade desde hace muchos años pero que en este año en particular no me ha dejado respirar desde hace 201 días… la ansiedad. 

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