¿Qué se… siente!

¿Qué se… siente!

Marvan

31/12/2020


El que siga buen camino tendrá sillas
Peligrosas que lo inviten a parar
Pero vale la canción buena tormenta
Y la compañía vale soledad



Cuando encontré mi cámara en una compra venta dejé de ir a la universidad, no del todo, exagero, empecé a ir de vez en cuando. El resto del tiempo me la pasaba en la calle tomando fotos. La cámara que me compré era una F1 canon algo destartalada. Eso sí, solo el cuerpo, nada de lentes. Los lentes me los prestó un amigo. Dias antes escuche en la radio una entrevista que le hicieron a Abdú Eljaiek. Un fotógrafo de vieja data, de rollo, esos que anduvieron a lomo de mula y echaron pata por cuanta parte de Colombia haciendo lo que sabían hacer, reportajes. Abdú decía » Yo siempre trabajé con una F1 canon, la misma que usaba Robert Capa. Son un tanque de guerra esas máquinas» decía entre risas. «Una vez fuimos al monte en un helicóptero del ejercito, tuvimos que regresar pronto porque empezó un tiroteo entre los militares y las Farc. Cuando el helicóptero despegó la cámara se me resbaló de las manos, tenía tantos nervios que no pude hacer nada, imagínense esa locura… En medio de una balacera como esas lo único que uno puede hacer es taparse los oídos, eso fue lo que hice sin darme cuenta qué no me había colgado la cámara del cuello. Se cayó al suelo desde unos 20 metros, que totazo tan tenaz. El piloto acerco la nave al suelo de pura buena gente y de puro loco. Alcancé a manotearla de milagro, mejor dicho, con las uñas. La cámara, en últimas valía cinco, lo más sorprendente es que no nos pasó nada y a la F1 afortunadamente tampoco, apenas se le hundió una lata, pero las fotos seguían saliendo nítidas y buenas, como siempre». 




Yo no podía creer que me pidieran tan poca plata por la cámara que estaba en la vitrina de la compraventa refregándome los ojos. En la cerrera de medios audiovisuales era un afiebrado al cuarto oscuro porque no tenía una reflex para tomar fotos. Me la pude comprar gracias a una amiga que pasaba por ahí como un milagro, llevaba el pelo suelto y los nervios eléctricos de siempre, estaba divina. Me vio tan emocionado que después de que le conté el motivo de mi felicidad me dijo «yo te presto la plata y cuando tengas tu estudio te  visito… y de paso me tomas unas fotos». «Claro que sí» le contesté  con el cuerpo de mi cámara  ya entre las manos y el de ella  esfumándose a lo lejos. Después de unos meses la llamé, me tocó mentirle con el tema del estudio porque eso de tomar fotos encerrado definitivamente no era lo mío, pero igual sus fotos quedaron buenísimas. Apretar el obturador y escuchar ese «clack» me causa placer, es un momento intimo con el instante, es como un orgasmo irrepetible. Mi pezón de Aquiles, así bauticé a mi cámara.



En esos tiempos salir a la calle a tomar fotos todos los días era  un suicidio, bueno hoy también. El peligro no me asustaba tanto como el precio de los rollos, eso es algo muy venenoso. Siempre he tenido buen gusto para las cosas finas y comprar los rollos rebobinados que le vendían a los primíparos no era de todo mi gusto. En ese tiempo arrendaba un cuarto en Teusaquillo, un barrio viejo de Bogotá. Dejé de pagar el arriendo por mi vicio de tomar fotos, estaba realmente jodido y ademas convencido de que aún era muy joven (eso era cierto)y que pronto, en cualquier momento, sería re famoso. Seguro vendería mis fotos por montones de plata entre las galerías y las mafias del arte. Ilusiones. 



Aparte de tomar fotos me gustaba hurgar entre los escombros que se amontonan a las orillas del andar, también hacía esculturas. Aveces encontraba buenas cosas que con un par de lijadas y ajustes quedaban como nuevas. Un día nos encontramos la poltrona vieja, (la  de las fotos), tenía intenciones de arreglarla pero la verdad que estaba vuelta nada. Como iba con un amigo al que también le gustaba tomar fotos la rescatamos de entre un montón de escombros. Él usaba términos más refinados que los míos… «hagamos arte conceptual, intervenciones en el espacio» Lo miré con la cara revuelta, ¿qué carajos estas diciendo? le pregunté con ironía, «pues que la vamos paseando por ahí y le tomamos fotos, si que eres bruto» ¡Ahhh bueno!… Y le decimos a la gente que se siente y le preguntamos ¿qué se siente!? Le repliqué emocionado.



La bautizamos la silla de la abuela Ruth en honor a mi abuela, una pendejada que se nos ocurrió a la pasada como para que la gente no sospechara que la habíamos sacado de un basurero. Apenas la sacudimos un poco y listo. Nos fuimos de caminata por entre las calles y el gentío Bogotano.



 Un día mi partner me dijo que Abdú  Eljaiek era su profesor de fotografía, «¿Por qué no le decimos que se siente en la silla de la abuela?  «¡De una!… Le voy a decir y te cuento». Escondimos la silla entre unos arbustos y quedamos de vernos al otro día.La llamada entró como al medio día «¡dijo que si!… es un bacan!



Quedamos a la una pm pasadas. A manera de contarle a Abdú de qué se trataba el proyecto le mostré uno de mis contactos, «¿Qué hace está señora aquí? hace años que no la veo» me preguntó  mientras señalaba con la punta del dedo una foto de la hoja de contactos «La conozco» dijo sonriendo, «es mi mamá» le dije muy sorprendido. » Yo iba a su finca a comprarle verduras y alguna vez te enseñe a tomar fotos ¿Te acuerdas?». «¡Tienen  la tarde  libre!» le dijo a sus alumnos. Piadosamente les dijo que le había  salido un asunto muy importante, ir a tomar unas fotos con unos amigos. «Caminen, vámonos a echar pata por ahí, esto de dar clases es algo que me toca hacer porque toca pagar el arriendo. ¡Háganle vamos a callejear, a tomar tintico!… apuren»




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