El hombre sin cabeza

El hombre sin cabeza

La calle emerge desde las cavernas de la memoria, la recuerdo : cuatro metros de ancho por setenta de largo ( la medí alguna vez). Mi niñez la transitó a diario. Era el desahogo de mis padres y fue por consiguiente, mi puerta al nuevo mundo. Era la que me permitían, las otras escapaban del control de ellos y yo lo aceptaba de forma tácita. 

Es la calle más importante de mi vida, ya que ella ha sido la referencia de las otras conocidas por mi. Era muy particular, tenía vida propia, se mostraba muy alegre los días de trabajo, silenciosa los fines de semana. Había una escuela del otro lado de la acera, frente a mi casa. La calle se alegraba con el alboroto, al momento del recreo de los alumnos. Había algunos árboles, de ellos  resaltaba un almendrón. Recuerdo como rugían sus ramas con las brisas de mayo. Al lado del árbol había un alumbrado que emitía una luz amarilla, que en las noches semejaba el ambiente de las novelas de Allan Poe. 

De este escenario, surge la historia. Era una noche lluviosa con viento fuerte, se movían las ramas del almendrón con tal intensidad,  que el poste  que sostenía la lámpara de luz, iba y venía con tanta fuerza que, con su movimiento creaba sombras y luces intermitentes, difusas en el suelo. 

Yo dormía en la segunda planta de mi casa y mi cuarto tenía un balcón hacia la calle. Por el intenso ruido salí a presenciar el espectáculo de la noche y fue en ese momento que advertí la presencia del «hombre sin cabeza,» aquel con el que amenazaban a los niños en mi niñez . ¡ Lo había visto!!!, ¡era cierto!

Por supuesto, corrí hacia el cuarto y simulé dormir, como para espantar a todo espíritu. Mi calle, aquella de setenta por cuatro  metros, al día siguiente estaba llena de hojas sueltas y no había espíritus, no se escuchaban comentarios de los vecinos y la vida transcurría normal. 

Años después vi una escena parecida,  pero en otra  calle,.  Cómo en aquella ocasión ,  el fuerte viento dificultaba la caminata,    arreciaba la lluvia,  pero  la iluminación artificial  era mucho más clara que aquella que mostraba la calle de mi  niñez. Al momento lo observé a la distancia,  apareció de nuevo el «hombre sin cabeza».  En esta oportunidad  no corrí, me apresuré  hasta alcanzarlo, pues  era mi intención enfrentarlo.  Al momento de tocar  su espalda,  su cuerpo giró hacia mi y fue en ese momento,  que   lo supe todo : era alguien que se protegía de la lluvia con su gabardina  y ocultaba su cabeza. 

No hay dudas, aquellos tiempos de la niñez eran de poca luz, pero de mucha imaginación.

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