ESO NO ME A DAR A MI

ESO NO ME A DAR A MI

Un niño y su madre tocan la puerta – ¿Señor usted imparte clases dirigidas? Preguntaron – Sí, respondí. Enseguida mostraron una hoja con ejercicios de matemáticas, mirándola, hice dos observaciones: – Vengan mañana, pero con la mascarilla colocada. Ella hizo un gesto de disconformidad, refiriéndose a la pandemia, expresó – ¡Eso no me va a dar a mí!

Transcurría el octavo día de la cuarentena, en Venezuela se decretó el catorce de marzo. El año escolar 2019 – 2020 finalizaba. Oficialmente se informaba que terminaría por internet. Otros padres, madres y representantes también se acercaban con el mismo propósito; manifestaban inquietudes por la educación de sus hijos – Yo no estudie para dar clases, indicó un vecino que trabaja como albañil. Aunque a todos se les atendía con la misma deferencia.

La hermosa señora, de ojazos azules, volvió según lo convenido, el niño traía la mascarilla puesta – Lo vengo a buscar entre una hora, acotó mientras se retiraba. Un detalle: no portaba ningún tipo de protección. Rápidamente resolvimos los ejercicios, dado que la atención es personalizada. Luego, esperando que vinieran por él, conversamos sobre el COVID 19, era el tema de moda, las formas de contagio, sus síntomas, entre otros aspectos relacionados – El coronavirus ya está entre nosotros ¡Hay que cuidarse!, le aconsejé. Al poco rato regresó su mamá.

Antes del mediodía, caminé hasta el Mercado Municipal, debía realizar unas compras ¡Que disciplinada es la gente venezolana! Casi todos con protección facial o antibacterial en mano. Los efectos de la crisis se hacían ver entre mascarillas y antibacteriales, ya que en la mayoría se notaba su confección casera. En la vía organicé mentalmente una especie de investigación, me puse a contar a las personas que se protegían y las que no. Como matemático quería manejar datos, las estadísticas no mienten. Para facilitar el cálculo tomaba muestras de cien transeúntes. De esa manera, tomé dos, en la primera nueve y en la segunda siete, personas sin medidas de bioseguridad.

Los bancos cerrados. Los restaurantes cerrados. La barbería cerrada. Encontré liceos y escuelas totalmente desoladas, sin ni siquiera un portero que brindara información… en la calle algunas personas saludaban, les respondía, más por urbanidad, que por educación, debido a que no los reconocía, porque circulaban con el semblante casi oculto. En la sección de frutas, escuché mi nombre: ¡Eric! Eran mis hermanas ¡claro, si las reconocí! Con ellas aproveché que tenían automóvil, para que me llevaran hasta la casa de mamá.

Alarma y preocupación reinaban. Noticias de todo el mundo se comentaban en el pequeño jardín materno: en España e Italia la cosa esta fea, hay miles de contagios y fallecidos. Igual se referían sobre otros países europeos, en América el horizonte se tornaba oscuro – Si Estados Unidos es la primera potencia del mundo y no puede con la pandemia ¿Qué nos espera?, expresaba mi mamá. Aunque en el país la cifra de contagiados no llegaba a veinte, según el reporte oficial, el pavor era general.

Días después, la señora volvió a solicitar asesoría pedagógica. En esta ocasión eran problemas de Física. De manos, de aquella agraciada mujer, con rostro de modelo de revistas, recibía una guía de ejercicios para calcular la velocidad, distancia y tiempo. En honor a la verdad, una mascarilla habría ocultado tanta belleza. Preferí no comentarle acerca de su desprotección, pensé “¡esta beldad es bastante adulta! como para darle recomendaciones cada vez que venga”. Al momento de partir, alcancé a advertirle en tono medio seductor – ¡Cuídese!

Otros padres, rigurosos en el cumplimiento de las medidas de protección, se organizaron para recibir clases. Luego, ellos explicarían los contenidos a sus hijos. Constituían el extremo contrario de la hermosa mujer. Parecía que estaba dándole clases a unos astronautas. No solo usaban mascarilla, sino que por encima de esta, usaban otro protector facial, sus camisas manga larga y manos enguantadas.

Aunque parezca extraño, mientras el común del pueblo, se quejaba por la difícil situación derivada de la cuarentena, a mí me iba mejor, desde una óptica económica. Me vi precisado a elaborar un horario y publicar un cartel con las normativas: “Sin mascarillas NO será atendido”. Pero…en ciertos momentos sentía deseos de quitarlo, me preocupaba que la hermosa señora se ausentara, no obstante privó el sano criterio. Lo mantuve publicado.

Ofrecía atención en las mañanas, después me dedicaba a tareas hogareñas, o sino a algo más sabroso: disfrutar de la nada. En el patio noté centenares, sino miles de aladas visitantes. El jardín mostraba la misma semejanza. ¿De dónde salieron tantas? Curioseaba entre colores blancos, amarillos, rojizos o castaños ¡Una visión fantástica! En mis 61 años había visto tantas mariposas juntas. En las casas vecinas, y en el horizonte se vislumbraban similares perspectivas. A lo lejos, a plena luz solar, el follaje de los arboles parecía titiritar, por el agitar de alas.

La vida continúo su curso. Las cifras oficiales del COVID 19 no eran tan contundentes como, en países vecinos, la curva venezolana se aplanaba. La disciplina social había funcionado, paradójicamente esa misma disciplina fue relajándose. Ahora muchas personas sin protección se avistaban. Volví con la estadística, de cien personas, conté treinta sin observar las recomendaciones de bioseguridad.

En esa misma tónica me llegue hasta un supermercado cercano. En uno de los estantes observaba los precios, en eso se acerca el niño de las tareas, a su lado una señora, por debajo de su mascarilla se podía adivinar un rostro muy demacrado. El azulino de sus ojos, indicaba de quien se trataba – ¡Señora! Exclamé con asombro. – ¿Qué le pasó? Prontamente en taciturna palabra, contestó – ¡Me contagie con el dichoso… coronavirus! De seguido, relató sobre los espantosos padecimientos de la enfermedad, detallando cada uno de sus terribles malestares. Aunque cavilé, nada le comenté sobre la ocasión, cuando me dijo “eso no me va a dar a mí”. Entonces, entre sus reflexiones, reconoció – Profesor, si hubiese atendido a sus orientaciones, no habría pasado por ese martirio; mientras tanto, yo le confirmaba moviendo la cabeza.

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