Todo comenzó en la calle de la Esperanza, una calle de adoquines maltrechos y desvencijados como las piezas de un puzle mal encajados. Y es que, uno de los socios de la empresa Los Buitres Leonados no encajaba en el Barrio Central cuando paseaba por allí envuelto en una capa negra y bajo un paraguas gigante del mismo color. La tarde se oscureció de repente y, al socio que se llamaba Babel, se le encendieron las esmeraldas que tenía por ojos al pasar por uno de los edificios del Barrio Central. Allí vio pasta, mucha pasta.
Al día siguiente, Babel se puso en contacto con Manuel Gómez, uno de los hermanos Gómez, propietario de ese edificio del Barrio Central, su obsesión era comprar aquel edificio. Babel estaba seguro de que sacaría buena tajada de una operación que ya brillaba en sus ojos maliciosos.
La reunión se convocó un lunes a las diez de la mañana en las oficinas de Los Buitres Leonados. Los cinco hermanos propietarios del edificio de la calle Esperanza subieron a la décima planta. La puerta plateada del ascensor se abrió dando directamente a una oficina sobria y oscura. Los cinco hermanos saludaron y se sentaron frente a los hombres trajeados. La operación se realizó rápidamente, solo discutieron un par de puntos y, con la firma de los hermanos sobre el papel, dieron por finalizada la transacción.
En el edificio, los vecinos y vecinas del Barrio Central ajenos a la operación millonaria, continuaban con su rutina diaria: el trabajo de la pareja del segundo, el paseo del perro del cuarto, la familia del primero, el joven de los dos hijos del tercero B, los amigos del segundo A.
Pero la rutina del vecindario llegaría a su fin cuando un día, los vecinos del segundo A se encontraron un burofax en el buzón. Entonces decidieron hacer un grupo de whatsapp, y reunirse para hablar del futuro de sus hogares y de sus propias vidas. Esa misma tarde se reunieron en el portal:
Había un plan.
La peluquera expresó su preocupación por el hecho de que, era cierto que, los buitres leonados se merecían lo peor, pero al mismo tiempo, ese plan, a su juicio, era un plan macabro y a la larga irían todos a la cárcel. El marido de la peluquera la calmó diciéndole que nadie iría a la cárcel si el plan lo llevaban a cabo de manera metódica y muy estudiada.
La primera propuesta era quedarse en el edificio por la vía legal, contratar a un abogado o abogada: 14 votos.
La segunda, hacer piña con todas las asociaciones vecinales de la ciudad en las mismas circunstancias y hacer fuerza: 16 votos.
La tercera, secuestrar a Babel, pedir su rescate y comprar el edificio con el dinero del rescate.
-Pero eso es totalmente absurdo, -protestó Antonio, el contable , ¿en qué cabeza cabe semejante plan? Iremos todos a la cárcel.
El divorciado del primero respondió: -Claro-dijo- esto es tan absurdo como el plan que tienen ellos, porque no me dirán que echar a todo un vecindario de sus casas es algo legal-algunos murmuraron y hablaron entre ellos-y por eso mismo también ellos tendrían que ir a la cárcel, pero a ellos los ampara la política corrupta y los intereses económicos, no hay ley para el más débil.
-Eso es-prosiguió el camarero, el novio de la cocinera también opinó. Si ellos lo hacen mal, nosotros también. Ojo por ojo y diente por diente.
-Vamos a deliberar entonces, vuelvo a hacer la última pregunta: La tercera, secuestrar a Babel, pedir rescate y comprar el edificio y poder quedarnos en nuestras casas: 25 votos.
A la semana siguiente el presidente del gobierno decretaba el estado de alarma y un confinamiento total. La calle de la Esperanza se quedó vacía, solo llena, cada tarde, por los aplausos que ahogaban el llanto. Cuando todos salían a los balcones a aplaudir, los vecinos del edificio de los buitres leonados de la calle de la Esperanza gritaban desde los balcones consignas al unísono:
¡ Queremos vivir en nuestras casas! ¡Buitres a la cárcel!
El plan del vecindario tuvo que pararse, como se paró el Barrio Central, el país y el mundo entero.
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