MI VECINDARIO

  • Buenos noches Julio –

Saludo al portero del edificio, quien después de responder con una amable sonrisa y un cálido saludo se dispone a accionar el mecanismo para abrir la puerta a este mi paraíso.

Este relato empieza en la Unidad Residencial donde resido feliz, en unión a mi hijo, mi nuera y mi pequeño nieto que con sus tres adorables años de edad es el amor de mi vida. La Unidad se compone de dos torres de dieciocho pisos cada una y nosotros ocupamos un apartamento en el piso quince, de allí puedo traer con la vista el mar que fue mi hogar por muchísimos años y el que ahora lastimosamente solo contemplo desde mi balcón, desde allí ensimismado navego horas enteras en el mar de mi recuerdo, mientras el parque de la planta baja se llena de risas infantiles, carreras y de algún llanto producto de alguna caída que no falta. Antes de subir al apartamento me siento en una banca del parque que se alegra con la presencia de niños de todas las edades que orquestan la alegría y la esperanza de nuestro diario vivir, y mi mente se llena de sueños y recuerdos. Desde ese cómodo banco en que me encuentro recorro con la mirada la fachada de los muchos apartamentos imaginando la vida familiar de todos aquellos amigos que allí amorosamente habitan. En el tercer piso Doña Carmen que con sus ochenta años permanece asomada al balcón y se regocija por horas viendo como esas personitas alegran su existir, desde allá saluda con su mano llena de historias. Otros vecinos van pasando cansados del arduo día de trabajo saludan y siguen con la brújula puesta en su hogar anhelando el merecido descanso.

Pero un terrible día del mes de Marzo toda esta felicidad se vio turbada ¡Oh Dios! Por el más terrible mal que ha visto la humanidad, nace en lejanas tierras del oriente y en forma de virus inmisericorde azota al mundo entero, cegando la vida de millones de personas, una guerra contra ese mal incontrolable acaba de empezar, y la única arma para protegerse es el aislamiento, que horror encerrarse en su hogar que lleno de amor se convierte en una cárcel donde otrora se vivió la libertad de amar y soñar ahora se ve convertida en un refugio en el que obligados empezamos a morir. Mi banca en el parque vacío lamenta la ausencia de sueños al igual que el mismo parque llora con infinita tristeza la soledad que lo agobia. Todo lo que florecía hacia afuera ahora debe florecer hacia adentro. Pasan los días y las noticias nos agobian, el miedo traspasa las paredes, unos desconfían de los otros, aquel amor profesado entre vecinos se tornó en desconfianza y temor, se acabó el saludo y más aun la sonrisa, el temor al contagio es abrumador, algunos médicos fueron estigmatizados y muchos que días atrás fueron sus amigos exigían su salida según ellos porque esos héroes de la salud que luchaban por protegernos podrían traer a sus casas el horrible mal. ¡Que tristeza¡, los valores se invirtieron y las personas desencajadas perdieron el rumbo, las noticias de los diarios eran cada día más alarmantes y por supuesto acrecentaba el mal espiritual que nos absorbía. Las viviendas de muchos se adaptaron como campos de juego para aliviar el desenfreno infantil de esos pequeñitos que no podían entender porque su mundo se había limitado a cuatro paredes.

Anoche, nefasta noche en que el enemigo logra entrar al vecindario, afectando a Doña Carmen, la tristeza amasada con el miedo se apoderó de todos los vecinos, fueron divididos los sentimientos muchos querían sacarla y otros la rodeamos con afecto aunque lejano, con reservada aceptación. A los pocos días fallece y todos lloramos de dolor y miedo, veíamos que en cualquier momento podría entrar a nuestro hogar. En ese momento los ojos, los brazos y el corazón se elevan buscando a Dios, como única luz de esperanza y consuelo para nuestras almas atribuladas. Pasan los meses y hemos aprendido a vivir con el miedo, no hay solución a corto plazo, los científicos trabajan día y noche buscando la vacuna que nos libere del mal.

Han pasado siete largos meses de confinamiento y al decir de los científicos después de muchos estudios, mediciones y no sé cuántos métodos más, decidieron que la curva de la pandemia se había aplanado y que ya se podían retomar las actividades productivas, así que empezaron a salir las personas a sus trabajos, solo quedábamos encerrados los viejos y los niños. La necesidad y el tiempo fueron venciendo al miedo y aprendimos a convivir con el mal. Al poco tiempo ya los niños fueron habitando nuevamente el parque, y sus carreras y risas cerraron el paréntesis abierto por el miedo. Tan solo los viejos quedamos viendo el mundo desde la ventana como testigos de un mundo que no se parecía al nuestro, todas las personas endurecieron la mirada, su cara cubierta no permitía ver la expresión de sus rostros. Los niños con sus caritas cubiertas por el tapabocas ocultaban sus hermosas sonrisas, tan solo en ellos florecía la esperanza.

  • Buenos días Julio –

Y el portero con la sonrisa de siempre ahora cubierta por un tapabocas acciona el mecanismo que abre la puerta y da la bienvenida a la nueva versión del mundo.

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