Estrella, Sol y Luna

Estrella, Sol y Luna

Ana Mil Días

16/12/2020

Sol pensó que Estrella se pondría muy contenta al ver la foto. Y encargó una copia para ella. Ese fin de semana la había visto con Gero en la barra de aquel bar de verano y sin dudarlo inmortalizó la escena.
Sol le llevó la foto esa semana, a la salida de su trabajo, y decidieron ir a pasar el rato al caserón deshabitado que tanto les gustaba,   y que contaban algunos vecinos que estaba encantado. Se encontraba en la colina de San Nicolás en la calle Comas, la última y más alta de esa zona residencial. La casa era muy grande. El salón tenia una chimenea de mármol , y una puerta lateral por donde se accedía a la cocina. Una amplia escalera de madera conducía a la primera planta donde se encontraban los dormitorios y una sala de estar, y en el segundo piso una única habitación con cuatro grandes ventanales, uno por cada pared, aportaba unas maravillosas vistas: el Castillo de Denia por el noroeste; el mar ínfinito y azul  y su escollera por el norte . El Montgó, tan hermoso y elegante, por el sureste, y por el oeste, el colegio en el que Sol había cursado la E.G.B.
Llegaron en un Peugeot 205 con su amiga Luna, y mientras fumaban en una de las terrazas de la casa abandonada, Estrella entusiasmada no paró de hablarles de Gero. Que si era tan guapo. Que si que ganas de verlo otra vez. Que como sería eso de hacer el amor. Que solo quería hacerlo con él. Que si que se creía él. Que ella no sería una más. Que si que guapo que había salido en la foto…
Pasado un tiempo, la casa fue derruida. Sol nunca supo exactamente en que momento la tiraron. Un día paseando la buscó con la mirada desde el paseo de la playa, y sus ojos incrédulos no la hayaron. Ese día parte de su adolescencia se desvaneció y con ella un par de sueños olvidados… Sin embargo el lugar donde había estado la casa continuó allí, manteniendo  las fantasías de juventud  que continuarían sobrevolando su cabeza de niña traviesa. Y a ese lugar mágico seguían acudiendo los jóvenes a apoyarse en algún pedazo de pared que quedó en pie, marcada por alguna frase romántica escrita con la pintura y la pasión de algún amor adolescente. Y a ese rincón, a ese  vacío inmenso que aquella antigua casa de cuento de hadas había dejado, continuaban llegando nostálgicos a contemplar ese trocito de cielo en la tierra que se asomaba desde allí.
Y desde alguno de sus muros antiguos, Sol lo alcanzaría, cuando Gero detuvo su coche para abrazarla, en el mismo lugar donde un día le entregaba la foto que Estrella abrazó con la fuerza de su amor infinito… Hasta que escucharon a una pandilla llegar en sus motos. En una de ellas iba Estrella.

– Es Estrella. Corre, escondámonos Gero, que nos va a ver- le dijo presurosa.

Se escondieron donde había estado tiempo atrás la pista de tenis, mientras abrazados y acurrucados escuchaban al grupo conversar con sus voces alegres y sus risas de cascabel.
Al día siguiente Estrella le contó entusiasmada a Sol que había estado con unos amigos en el mirador de San Nicolás. Sol sonriendo le explicó.

– Antes de que la tiraran era la casa de mis sueños…

– Ya me lo has contado mil veces, mamá- le cortó Estrella.

– Es verdad, es verdad- y sin saber de donde obtuvo el valor continuó- Yo también estuve ayer allí.
– ¿Túuuuuuú ? ¿Y qué hacías tu allí? Si ahí vamos los de mi edad- le preguntó sorprendida Estrella.
-Estuve con Gero- le dijo su madre.
– Tal vez sea el regalo que te ha enviado tu amiga  Estrella por haberme puesto su nombre- contestó su hija.

Nota de la autora:

La última vez que la vi, me gastó una broma. Se marchó esa madrugada, casi perfecta, dejando atrás todo aquello que no le dio tiempo a vivir. Eva será eternamente joven para todos aquellos que la recordamos, y así nos permitirá mantener una pizca de esa juventud en nosotros para siempre. Mi hija también se llama Eva,  de esta manera, aunque sólo sea a través de ese nombre que ella hizo tan suyo, siento que nos hemos hecho el regalo de no dejar nunca de nombrarla.

Con todo mi cariño y agradecimiento a Eva.

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