Me subí a ese avión completamente afiebrada, por dentro y por fuera; mi cuerpo ardía por él, y todo lo que necesitaba en ese momento era alejarme lo más posible de toda ésta situación pecaminosa, juro que en un principio no me importó el destino, tomé el primero que me ofreció la agencia de viaje en realidad. Al despegar comencé de por sí a sentir un alivio, era como que si ese sentimiento también se despegara de mi y se hubiese quedado en tierra firme. Dormí, tan profundamente durante aproximadamente 7 horas, de hecho como hace días no lo hacía. Al despertar, por una comunicación del piloto que supongo se trataba del aviso de arrivo a mi intespectivo destino, que no logré entender del todo, la azafata me indicaba con señas que debía atarme el cinturon de seguridad, debido a que estábamos próximos a aterrizar. Así lo hice, me compuse y comenzó a bajar el avión a esta tierra desconocida, pregunté a mi compañero de asiento ¿hacia dónde nos dirigíamos? – Isla de Margarita, Venezuela-, me dijo. Gratamente sorprendida, esperé y me dispuse a bajar del avión. Una brisa cálida me arropó en mi descenso por las escaleras, un carro me esperaba para llevarme al hotel, a eso de las 4:00 de la tarde, corta de equipaje; pregunté al chofer desde dónde podría ir a ver el mejor atardecer de la isla, y me recomendó que fuera a la Playa La Galera, y así lo hice, arriesgada sin saber exactamente dónde estaba, tomé un taxi y le indiqué mi destino, porque en el fondo de eso se trataba este viaje; no sólo de huir, sino de arriesgar. Al llegar ya se empezaba a ver un paisaje magnífico, incomparable; esa puesta de sol, ese ocaso, el cierre que buscaba en mi vida.
El sol se puso, en efecto; me regresé al hotel, solté mi bolso y lanzándome en la cama, ordené unos tragos al servicio de habitación, buscando itinerarios para el día siguiente.
Al levantarme me fui a un rinconcito que llaman Playa Manzanillo; una playa de pescadores en donde el calor de su gente es realmente maravilloso. Hice un parada para tomar el desayuno: Unas «Empanadas de Cazón, un café con leche y un jugo de lechosa (papaya)», algo totalmente nuevo para este paladar, pero delicioso en honor a la verdad. Ese día me dejé caer en la arena, leí algunas páginas de Benedetti, y más que todo miré a mi alrededor, me estaba encontrando con Margarita, con sus bellezas naturales, y este encuentro suponía también una integración conmigo misma, con lo postergado hasta ahora, y durante estos 40 años recién cumplidos. Había tantos sitios que visitar en esta linda y pintoresca isla, y para el día siguiente, seleccioné ir un poco más allá de Manzanillo, a Playa la Propia (por supuesto, no sin antes pasar por el desayuno, algo que jamás puede faltar), recomendada por los pescadores de la zona, un paraíso de aguas claras pero frías, con piedras altas hacia donde la brisa empuja la arena hasta volverla un médano, y los niños lo escalan, se deslizan, rien y juegan. Una experiencia hermosa con la naturaleza, y más que todo, el calor de la gente, su amabilidad me tenía gratamente sorprendida.
Este ambiente me daba la sensación de independencia, ese aire de ser libre que yo tanto anhelaba, al levantarme en la piedra, alcé mis brazos y una sonrisa grande salió desde el fondo de mi corazón hasta mis labios; ese día fui total y absolutamente felíz.
Se acercaba el momento de tener que empacar mis cosas, pero antes quise llegar hasta el santuario de «Vallita», sí así le dicen a la advocación Mariana de la Virgen del Valle, no quería irme de la isla sin conocerla, me interné en la iglesia, por fuera imponente y magistral, por dentro íntimamente hermosa, en todos sus detalles: flores, vitrales, banquillos, la pila bautismal… Al llegar a las inmediaciones de la iglesia, te colocan una «estampita de la Virgen» para que te acompañe en el recorrido. Un alto nivel de paz espiritual es lo que se experimenta en el santuario de «Vallita». En la parte lateral, puedes encontrar un museo dedicado a todos los objetos alusivos a la virgen, incluso una habitación donde puedes ver los atuendos (mantos y vestidos) usados por ella en las procesiones; todas las donaciones y prendas valiosas en pago a favores recibidos. Esta ha sido en pocas palabras la experiencia más acogedora que he vivido, el calor de la gente de esta isla es realmente incomparable. Hoy me toca volver a mi país, a mi rutina, a una oficina, a cuatro paredes, a ser un robot, a seguir siendo esclava de un sentimiento mal visto; y estoy tan gratamente impactada, tan tocada por estos paisajes, por la gente y por este país; que he decidido quedarme en Margarita, La «Perla del Caribe», Nueva Esparta, Venezuela. He llegado al final de mi viaje, he encontrado mi destino.
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