Esta mañana temprano para lo que tenía que hacer en la ferretería, decidí comprar pan y dar una vuelta, mientras esperaba que pasaran los diez minutos necesarios.
Me acordé que tenía que retirar un cuchillo de Fraga y Lacroze, y deseando que ya estuvieran atendiendo, allá fui.
En el antepecho de una enorme ventana de lo que antes fuera un banco, y ahora un supermercado, había una mujer sentada con tres bolsas de esas que acompañan, inevitablemente, a la gente que duerme en la calle.
Las personas pasaban de largo ignorando a esa mujer desaseada que hablaba sola, gesticulando como si atendiera una ventanilla de alguna oficina fantasma.
El pelo grasiento, estirado hacia atrás, mostraba una cara normolinea, agradable casi.
Me detuve unos segundos y acariciando mis pancitos recién comprados, tomé uno y se lo alargué
-¿Quiere un pancito?-dije.
-bueno-contestó normalmente como si le correspondiera recibirlo en una mesa recién puesta.
Seguí caminando, retire mi cuchillo y debía pasar por el mismo lugar. Semi protegida de su mirada, me detuve atrás de unos andamios de madera. Quería ver qué hacía esta pobre mujer; esa curiosidad estúpida que a veces lucimos los humanos.
Ella seguía sentada, hablando sola con mucha energía, y mi pancito estaba apoyado en la ventana, sobre unas hojas secas, con una palicera clavada imitando un candelabro…
Evidentemente su hambre no era de pan.
Sola. Sucia. Vieja y loca. Me sentí también sola, también sucia y también loca.
Fui a la ferretería que ya estaba abierta.
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