Vueltas en la plaza

Vueltas en la plaza

Matias Ojeda

18/01/2018

Ya lo había visto pasar, perdón: lo habían visto pasar el primer día que fueron a la plaza para pasar la tarde. Aquella vez no le prestaron atención, se lo tomaron a broma: «¿Y este? Ja, seguro es un atrevido, le gusta mirar parejas en la plaza» le dijo entre sonrisas a su novia para tranquilizarla.

Seguían debajo de aquel árbol cuando, unos minutos después volvió a pasar, caminando a unos metros y aún mirándolos. Esa vez le prestaron atención y notaron que, al alejarse, dejaba de observarlos y transitaba lo mas normal, mirando de soslayo de vez en cuando hasta pasar nuevamente y observarlos precisa y constantemente a ellos.

Su sorpresa radicaba en que no observaba a otras parejas, algunas incluso más apasionadas que ellos sino que sólo los miraba, y casi sin disimulo ni vergüenza solamente a él y a ella. Pronto se cansarían y seguirían con lo suyo mientras ese muchacho volvía a pasar entre unas seis y nueve veces mas antes de irse.

Tal fue su sorpresa ese miércoles, unas dos semanas despues cuando -haciendo un día gris y la plaza con poca gente- lo habían visto otra vez haciendo lo que para él quizá resulte gracioso o quién sabe con que fines lo hacía, pero esta vez disimulando más porque iba acompañado de un labrador rubio, de esos con el pelaje de ‘oro’ tan bonitos.

Esta vez el ‘chiste’ de Nico habíase dicho sin la misma sonrisa en la cara y cambióse el «¿Y este?» por «¿Otra vez este tipo?», y Sofi se lo tragó -si bien ni la primera vez le había parecido gracioso- con amargura y paranoia. Ya no podía no estar nerviosa, ¡era demasiada coincidencia!

Y peor fue cuando notaron que -a pesar de estar debajo de otro árbol esta vez- la distancia a la que pasaba de ellos era metro y medio más corta que la vez anterior. Ese miércoles también, luego de ocho vueltas a la plaza -esta vez las contaron- de repente cesó en su recorrido para desaparecer, lo que tenía cierto sentido porque ya empezaba a oscurecer y se plagaba de esos tan queridos mosquitos.

Su próximo encuentro fue cuatro días más tarde, un domingo después de ir al cine.

ERA IMPOSIBLE QUE ESTE OTRA VEZ AHÍ, DANDO VUELTAS Y ¡MIRÁNDOLOS! ESPECIFICAMENTE A ÉL, A ELLOS. Pero ahí estaba, solo que esta vez, sin disimulo alguno, a la cuarta vuelta, cuando Nico se iba a parar para decirle algo para ‘frenarle el carro’ el individuo se sienta en uno de los bancos con mesita que había próximo a ellos y, ¡qué va! Dirigía toda su atención, cuerpo y mirada hacia ellos. Literalmente estaba frente y de frente a ellos, no podía ser más incómodo.

Sofi le apretó la pierna a Nico, de verdad estaba demasiado nerviosa, le sudaban la mano y las sienes, y le dijo -creyó que susurrando pero en realidad por poco se lo grita- que haga algo, que esta vez debía ir a decirle algo, o tendrían que cambiar de plaza, irse a otro lado. Pero Nico parecía no escucharla, estaba de perfil a ella y miraba al tipo muy seria y concentradamente, como una mezcla de odio con algún tipo hipnosis.

Se vio allí sentado, al lado de Sofía. Ella, tan hermosa como era y como iba vestida en esa ocasión, la veía tan enamorada y aferrada a su pierna que sintió un escosor, pero al tocarse la parte de la pierna que le dolía cayó en la cuenta de lo que estaba pasando… ¡Por Dios! ¿Cómo que se estaba viendo, literalmente sentado al lado de su chica, su Sofi, debajo del árbol en el que se encontraba hace segundos y todavía se encuentra?

Entonces miró para abajo, donde estaban ‘sus’ piernas y vio el short de river, con las rodillas flexionadas noventa grados, sentado en aquel banquito próximo a donde estaba sentado con su chica, pero, y aunque lo intentó con todas las fuerzas que lo mantenían vivo, no pudo gritar; solo ‘sus piernas’ le respondíian, no podía dejar de observar a la pareja que tenía delante, de observarse junto a Sofi, SU Sofia, la persona que tanto amaba. De repente se sintió celoso de si mismo, de tenerla como novia, de estar ahí, con ella, besándose en una plaza del conurbano bonaerense, y se vio levantarse y, al estar de pie, su chica le dio una palmadita en la cola como diciendo «vamos amor, has que deje de mirarnos».

Se vio la espalda, se había volteado, le había besado la boca a Sofi y se acercaba a si mismo, se veía acercarse al banco desde donde se observaba con su novia.

– Maestro, ¿se puede saber por qué se empeña hace semanas en mirarnos tan fijamente? – Se oyó decir.

No se pudo responder, lo único que quería era irse de allí.

En ese momento solo sus piernas le respondían, su mente ya no era capaz de comprender qué estaba pasando.

2018

Tu puntuación:

URL de esta publicación:

OPINIONES Y COMENTARIOS