El sonido del disparo se oyó a las 10.35 a.m. El olor a pólvora en el aire era denso y poderoso. Lili caminó despacio hasta su habitación. Se sentó en su tocador y comenzó a cepillarse el cabello. Una…dos…tres…hasta cien veces debía contar las pasadas por su pelo cano. Se lo había enseñado su madre, así crecería fuerte y brillante..
Abrió con la llave ,que llevaba en una cadena colgada en su cuello, el cajoncito del tocador y allí dejó el revólver. Sacó un lápiz de labios color rojo sangre y lo deslizó sobre su pálida boca. No notó que apretó con fuerza el labial y que le quedaron algunos grumos, también sus dientes se mancharon un poco.
Lili siguió observándose en el espejo. Las arrugas habían hecho estragos en su rostro, el que antaño había sido bonito e inteligente. La vejez había llegado como un viento arrasador, un huracán que se llevó a su paso todo lo fresco, lo terso y dejó colgajos de piel que disimulaban la expresión. Solo los ojos eran un camino hacia el alma. Lili se guiaba mucho por los ojos de las personas, en ellos se fijaba para decidir si alguien le gustaba o no. Y no era su color, eso no importaba, sino lo que transmitían esas esferas brillantes. Había miradas oscuras, malvadas; había ojos bondadosos y solidarios; los podías encontrar inocentes en los niños. Los ojos siempre expresaban algo, siempre. Sus ojos esa mañana tenían la mirada perdida, en comunión con la muerte. Pero ella no sentía culpa, ni tristeza. Ella estaba más allá de todo. Lili hablaba con su madre que había muerto hacía 40 años. Le sonreía a través del espejo:” Ya voy mama, ya voy con vos.”
El cuerpo tirado en la habitación de abajo formaba un charco de sangre. Había caído al lado de la cocina blanca con 6 hornallas estilo industrial. El rostro se apoyaba en el piso y los ojos ,ay Lili lo había logrado,esos ojos ya no la mirarían nunca más como lo hacían.
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