Nota del Autor: Amigos, esta es una nueva historia de Ruperto Santillán, el personaje de «Sabueso de Oportunidades». Abrazo a todos.
Terminado el confinamiento, todo iba regresando a la normalidad. Afuera del humilde restaurant, apurados transeúntes con mascarilla evadían vendedores ambulantes y artistas de dudoso talento.
Siempre daba gusto verlo comer. Pese a estar disfrutando ambos del mismo menú, el oficial López tenía la certeza de que el Agente Santillán disfrutaba el sabor de aquel platillo no solo de manera diferente, sino, cómo decirlo, de una forma dimensionalmente más enriquecida.
-¿Sabes que resulta incómodo disfrutar de un almuerzo cuando te están observando? -Preguntó divertido el agente Santillán.
López aterrizó la mirada en su plato totalmente desconcertado, la relación que mantenía con Ruperto era de lo más amable y cordial pero la admiración que el invidente agente despertaba en todo el Departamento de Policía demandaba un respeto intrínseco indudablemente. ¿Cómo lo hace? pensaba López.
-Cuando me miras de frente, tu respiración llega casi en paralelo con mi nariz mi querido López. Cuando miras tu plato, tus resoplidos rebotan en la mesa de vidrio y termina acariciándome la barbilla. No hay mucho misterio realmente, lo que sucede es que ustedes los videntes, hablando en el sentido literal de la palabra, terminan pasando por alto no solo la información brindada por los demás sentidos, sino también la intuición, que es incluso más importante.
López lo miraba aún más sorprendido.
-Solo… por si te lo preguntabas. -Culminó Ruperto.
Ruperto seccionó una finísima lonja de huevo duro con el filo del tenedor y la hizo descansar suavemente en el utensilio, López ojeó decepcionado el huevo en su propio plato, a diferencia del de Ruperto, su huevo pareciera haber recibido una detonación nuclear desde el centro mismo, escupiendo polvo amarillento y trozos blancos gelatinosos a un indignado montón de arroz.
-¡Hablando de intuición! Ahí llega Melinda, mi informante. Un placer olerte nuevamente querida, por favor, siéntate. Él es el oficial López, oficial López, Melinda Martínez.
Ruperto era apodado «Sabueso de Oportunidades» por tender siempre a conferir una nueva oportunidad a los ciudadanos humildes que cometían actos delictivos menores. La admiración de sus colegas y compañeros provenía de una mistura entre su habilidad para cazar delincuentes siendo él invidente, y su humanidad al momento de impartir gracias y castigos.
Veintidós años atrás, cuando ingresó a trabajar a la institución policial gracias a una Ley de inclusión de discapacitados en las organizaciones gubernamentales, le adjudicaron la labor de ascensorista. Ruperto no se pudo mostrar más en desacuerdo con tremenda reclusión a su gema más preciada: Su sensorialidad. El agente Santillán respiraba calle en su estado más puro desde que comprendió la hiper sensibilidad de sus cuatro sentidos restantes, añadido a esto, o más bien, consecuencia de ello, una enorme y enigmática intuición se había alojado en su aura, en la atmósfera que lo rodeaba, creando consigo un microambiente alimentado por aromas, caos, frecuencias, fragancias, decibeles y presunciones. Maniatar aquella jungla, encerrándola dentro de una caja de aluminio ocho horas diarias fue verdaderamente traumático. Semanas después fue transferido al departamento de narcóticos y a pedido expreso del mismo Ruperto, trabajó como agente incógnito bajo el papel de mendigo. Ya en la calle, el sabueso que vivía dentro de él encontró una ruta de escape acechando a los enemigos de la sociedad y sobre todo, rastreando desdichados individuos quienes podrían aspirar a una redención.
-Llegas en el momento preciso, Melinda. Estamos a punto de pedir el postre.
-¿No deberíamos estar ya partiendo hacia la Estación? -Anotó preocupado el oficial López.
Ruperto tenía la fama de ingresar a los circuitos del tren subterráneo y recorrer aquellos serpenteantes túneles de cemento para finalmente arribar a la Estación Central con algún villano en la bolsa. El subsuelo de la gran urbe era su «hábitat» y luego de las confidencias brindadas por su nueva informante, resultaba evidente esperar que el «Sabueso» iniciara la más productiva y sencilla de las cacerías. Había detenido a Melinda con un maletín de estupefacientes poco antes del inicio de la pandemia. Fue en la ruta desde los barrios altos hacia el centro, eran seis años de prisión pero el buen agente se los canjeó por jugosa información que le permitiera acercarse a los verdaderos peces gordos.
-Con la información que encuentres en este bloc de notas, eres tú, mi querido López, quien arribará a la Estación Central con un verdadero pez gordo, adelántate ya mismo y toma el tren desde la Estación Misiones del barrio bohemio, no deberás pasar tres o cuatro estaciones sin que identifiques claramente al objetivo, seguramente andará en jeans y saco.
López salió raudo del local. Mientras corría esquivando adolescentes de cuarenta años solicitando alguna colaboración monetaria por su arte o danza, el oficial entendía ahora el porqué el Sabueso le había solicitado que acuda al restaurant de la esquina de Insurgentes y Peralta con zapatillas deportivas. Tenía todo planeado.
-¿Quieres eliminar la competencia de tu amiguito eh? -Ruperto calló un instante, el suficiente para constatar que Melinda había empezado a llorar. -Sigues trabajando para él ¿no es así? Ahora lo ayudas haciendo que vaya tras sus competidores.
-Bue… Bueno… van a detener a un gran comercializador de drogas, un cabecilla.
-López lo detendrá seguramente en poco más de una hora, así es. Pero yo detuve hoy a tu pareja en horas de la mañana, nadie lo sabe, lo hice con otro destacamento para no poner en riesgo este atraco.
Melinda se descompuso.
-¿A qué hora lo hiciste?
Ruperto tragó una porción de tarta de manzana y realizó un guiño a la mesera que se encontraba metros más allá. «Exquisito» le gritó.
-Muy temprano… Apenas te fuiste.
-¿Cómo lo supiste?
-Cuando te apresé, el maletín de estupefacientes y tú tenían un peculiar olor, mi intuición me indicó que era el aroma de mi verdadera presa, cuando terminó la cuarentena volviste a oler así, simplemente indiqué que te siguieran.
-¿Me darás otra oportunidad?
-Si. Pero antes de dártela, tendrás que esperar seis años en prisión.
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