Aquella noche de noviembre.

Aquella noche de noviembre.

Bluebird Kiang

20/11/2020

El reloj de la farmacia marca las 9:30 de la noche. Las calles están ya vacías, al haberse instaurado el toque de queda a las 10 en punto. Una chica camina sola, de regreso a su hogar. Es alta, su cabello se encuentra recogido en una cola de caballo y cubierto por la capucha de la sudadera azul. Sus ojos, de un color miel oscuro, están cristalizados. ¿La responsable?

La música que escucha en ese mismo momento. Morat, por supuesto. En especial, la canción  «Cuando el amor se escapa». Una frase, una maldita frase, la causante de que a esta adolescente se le llenen los ojos de lágrimas.

“Vuélveme a querer cuando hayas olvidado, que si un día lloraste yo fui la razón”.

Sus recuerdos la han traicionado, haciendo que volviesen a aquel maldito 3 de marzo del 2018. El día en el que cumplía 4 meses con el primer chico que había conseguido corresponder su amor loco y desenfrenado. Y el día en que todo terminó.

Y todo por obedecer. ¿Quién le mandaría escuchar a sus primas mayores y seguir su consejo? Nadie, absolutamente nadie. Quizás, si todo hubiera ido bien, sin ningún problema, cumplirían dos años de relación. Y todo se fue al garete por un simple consejo. ¿El resultado? Le hizo daño a él, se hizo daño a sí misma, y consiguió noches enteras empapando la almohada.

Pero bueno, pasado pisado, o al menos eso cree ella.

Cursa 1º de Bachillerato. Está deseando llegar a casa para sentarse frente al ordenador y abrir Instagram para charlar con Carlos y Mario. El primero, su mejor amigo, y el segundo, el mejor amigo de él. También quiere terminar el capítulo en el que está inmersa de la aventura con sus amigas. Y, por supuesto, ver si “esa persona” le ha hablado. En definitiva, la típica vida de una adolescente de 16 años. Recuerda que tiene muchos exámenes y suspira. Tendrán que esperar las conversaciones. Primero van los estudios.

Suspira y en ese momento comienza a soplar una pequeña brisa que hace que tiemble bajo la sudadera. No le gusta volver sola a casa, porque nunca se sabe lo que puede pasar. Sus dos amigos varones la llaman cobarde. Bueno, quizá sí sea, pero un poco nada más.

Se coloca bien la mascarilla. Odia tener que llevarla, pero con la pandemia que hay es imposible no llevarla. A menos que quiera llevarse una multa. 

Y pensar que todo comenzó en Marzo… Ocho meses en los que no ha perdido el tiempo, la verdad: ha comenzado una nueva etapa en la empieza a valorarse más. Y todo gracias a su mejor amigo. Al final, la pandemia en la que el mundo está inmersa ha servido para algo. Es verdad que deja muchísimos muertos, pero espera que el ser humano por fin comprenda la gravedad del asunto. Mientras tanto, sólo queda esperar. 

Un movimiento. Es suficiente para que todo su cuerpo se ponga en alerta. Ve una sombra cruzar rápido la calle. Comienza a respirar más rápido de lo normal. Espera un momento, son más de una. Alcanza a contar y el resultado son seis figuras. Intenta acelerar el paso, pero quizá eso las alerte de que hay alguien en la calle.

La luz de una farola distante ilumina el rostro de una de las personas y nuestra protagonista suelta un grito ahogado. Son hombres, con restos de sangre seca en su ropa y boca. Desde la distancia que se encuentra, se puede percibir un tufo a alcohol muy fuerte.

Con el mismo miedo grabado en los ojos, observa cómo los hombres la miran fijamente y se acercan a ella. Su cerebro emite una sola orden, que acata sin dilación.

“Corre, no mires atrás”.

Comienza a correr. Sabe que no durará mucho corriendo. Pero se lo exige, y el resultado no tarda en aparecer: dolor en el costado y agarrotamiento en las piernas. Escucha los pasos ir más y más cerca suya, hasta que siente que la agarran del cuello.

―¿A dónde ibas, preciosa? ¿Necesitas que te acompañemos a casa? ― oye que le preguntan, y quiere salir de allí. El terror la invade por completo.

Otro de los hombres acerca a su rostro una navaja y le da un puñetazo en el estómago, causando que se doble por el dolor.

No quiere responder. Quiere que la dejen y correr a su hogar. Ir a los brazos de su padre. Que aquel hombre con el que comparte apellido y sangre la salve.

― Papá… Por favor papá… ― en medio de todo el terror que la invade, sólo alcanza a llamar a una persona, quizá, la más importante. Las lágrimas comienzan a brotar de sus ojos ―. No me abandones, por favor… Te necesito…

Un ruido seco, y todo se vuelve negro.

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