Siempre disfruté la vida, lo cotidiano, mis alumnos, de quienes en muchos casos termino siendo su confidente. Los paseos en mi moto que cuando la conduzco me regala una bella brisa, otorgándome una sensación de libertad enmarcada en caminos viboreantes, custodiados por añosos y frondosos árboles.

Mis horas de soledad en casa me recargaban las energías para la jornada siguiente.

La visita que te hacía en forma diaria, exactamente a las diez de la mañana se había convertido en algo impostergable. Observar esos ojos claros, en donde me sumerjo, buceando en busca de esa mirada cómplice que me permita creer que es posible llegar a besar esos labios perfectos, dejarte sabiendo que se repetiría el encuentro una y otra vez.

Pero todo se ha interrumpido abruptamente, ese virus que me parecía tan lejano, tan cruel con otra parte del mundo, pero ajeno a mi realidad sudamericana, llegó también a estas tierras y lo que es peor, sin intenciones de irse.

La cuarentena se multiplicó y mi soledad hoy es absoluta y me pesa, no hay alumnos, mi moto espera inerte apoyada sobre su único pie,  y a ti, a ti no te he vuelto a ver, el lugar donde te encontraba está cerrado. Me agobio pensando como estarás.

Una sola salida diaria a comprar víveres, manteniendo la distancia social. Todo el paisaje de mi pequeña Ciudad se ve triste, gris. Puedo percibir el temor en los pocos transeúntes. Solo veo sus ojos, pero ninguno como los tuyos.

Te escribo poemas que no leerás, te pienso a cada hora y no lo sabrás, solo espero sobrevivir a esta pandemia maldita y regresar a nuestro punto de encuentro. Deseo hallarte, como siempre, como antes, bella, plasmada en esa hermosa tela, engalanando la pared de la galería de arte.

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