Ya he experimentado sobradamente la libertad de no tener opinión, de permanecer siempre callado, a no ser para responder a la autoridad, de ser políticamente correcto, de consumir y competir sin fin, de exhibir mi coche tuneado ante perfectos desconocidos pavoneándose ante mí, montados en sus gigantescas cabinas divorciadas de su camión y rodeados de «Ángeles del Infierno» montados en sus Harleys de diseños gore. Pero al fin regresé con la aspiración de volver a expresar lo que pienso, aunque aquí tampoco siempre fue así.
Hubo tiempos de celebraciones marciales, de misas de campaña y de cursis carrozas en el día de las flores. Doses y treses de mayo tristes y repetitivos, de pantalones y jerséis raídos y de aquella mala leche en polvo con la que nos obsequiaban, a los niños, los precursores de ese espectro de libertad en el que estuve hibernando hasta el día de mi regreso.
Después, poco a poco y a lo loco, nos fuimos adornando con un atrevido halo de libertad, de la genuina, la de ser nosotros mismos, apartando las botas y las casullas de nuestras vidas cotidianas, cantando nuestras ocurrencias como la de preguntar que hacía una chica como aquella en un lugar como este, es decir, en nuestro barrio, en nuestra plaza, donde se escenificaba «La Movida».
Un día nos regocijamos al ver como una compañía de guardias civiles, vestidos con sus más rimbombantes trajes de gala y cargados con todos sus relucientes instrumentos musicales rompían filas, al paso ligero de un ataque de nervios y al son acelerado de sus tambores lejanos, huyendo de nuestro lugar para no volver jamás. Eran los tiempos de un alcalde sabio y poético.
Pero no todo fueron triunfos, tuvimos que escabullirnos, en innumerables ocasiones, de las pelotas de goma e incluso de los disparos de fuego real. Nos atacaban nazis rapados venidos del extrarradio, mientras los más recalcitrantes intentaban prostituir nuestro mundo de pop, punk y rock trayéndonos cupletistas desde el siglo anterior y zombis que bailaban con rigor mortis sus queridos chotis, adecuadamente ataviados de castizos. Fue entonces cuando una pareja quedó inmortalizada en una fotografía al subirse a la estatua en pelotas, mientras todos los coreábamos con ilusión. Eso si que ya se iba pareciendo a la libertad.
Era una enorme y festiva algarabía popular que producía urticaria a las autoridades por su asamblearia espontaneidad, tanto que, cuando decidieron establecer como festividad de la Comunidad de Madrid el día dos de Mayo, huyeron los muy mamelucos hasta un señorial monumento dedicado a los Caídos por España (todos), situado en la Plaza de la Lealtad, justo lo opuesto a nuestro espíritu libertario y aquí no vino a celebrar esa festividad oficial ni dios. Huyeron como ratas ya que siempre aborrecen todo lo que ellos no logran manipular. Pero bien que lo saben destrozar.
Me asomo a la ventana y eres la Plaza de ayer, demasiado tarde para comprender porqué los jacos vinieron a trotar por tu picoteada piel, porqué tus lánguidos seres comenzaron a desaparecer y los niños tuvieron que alejarse de tu campo de minas afiladas y ensangrentadas con las que se podían pinchar. Ni el más conspiranoico de los análisis podía entender esa rápida evolución: ¿Cómo la muerte se había ido apoderando de aquella vida maravillosa y de aquel júbilo de amor?
Esa fase desapareció por pura extinción y un descomunal vacío la sustituyó, hasta que un tal «15M» vino a visitarnos y en el «2M» se aposentó y dibujó un inmenso círculo dispuesto a reinventar todo lo que ya había sido inventado. Querían el pleno empleo que veían amenazado por la tecnificación de las empresas para competir y elevar su ganancia. Giraban las manos o cruzaban los brazos, para aplaudir o desaprobar cualquier proposición. Todo era muy animado y se había vuelto a generar otra gran ilusión (2.0) pero, según las semanas iban pasando, aquel círculo fue haciéndose anoréxico y adelgazó, llegó a ser tan pequeñito que un buen día alcanzó su perfección y en un puntito se convirtió, entonces, el único asistente a las deliberaciones, un solemne discurso se dedicó y sin llegar a despedirse, ni de si mismo, se disolvió.
Ahora, los de la Plaza, todavía se parecen a los de las fotos en sepia de sus padres progresistas, solo que silenciosos y pegados a una pantalla que les dicta sus pensamientos, sus elecciones y su diversión. Autómatas insolidarios que de vez en cuando sueltan histéricas carcajadas desconcentrando a los que miran sus otras pantallas alrededor, cautivados por sus rígidos y rectangulares interlocutores de dominación.
Yo me siento como si una incontrolable fuerza me hubiese propulsado, de vuelta, a la otra orilla del Atlántico, de donde vine con tanta expectación, al lugar de donde quise escapar: el del MIEDO y el del CONTROL, frustrado por este absurdo viaje a ninguna parte y que en ningún lugar me situó.
LOS CÍRCULOS
Lo llamaban democracia y no lo es.
Ahora, el pueblo sentado en círculos,
nos va elaborando los artículos
y todo se lo hemos vuelto del revés.
Hay representantes provisionales
y los cargos son solo ridículos,
cual si fueran unos adminículos
que tan pronto los ves como no los ves.
No hace falta el líder carismático
que, para hacernos creer que nos va a salvar,
nos lanza mensajes enigmáticos,
convencido que nos puede engatusar,
pues ya hemos escalado hasta el ático
y desde aquí lo PODEMOS arrojar.
EL PUNTO CARISMÁTICO
La perfección del circulo es el punto
y alegraos de que aquí tenéis a uno
(que no es sustituible por ninguno),
así que volved a vuestros asuntos.
Ya podéis inscribiros todos juntos
y votar lo que yo crea oportuno,
(lo que en una lista-plancha reúno)
donde está toda la cohorte de adjuntos.
Y aunque solo ha votado el diez por ciento,
esos son los que ya lo han conseguido,
los que tienen el culo en un asiento
por la fuerza del poder atraído.
Los demás rotan círculos al viento,
con miradas de ilusos poseídos.
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