El mar Egeo, azules las aguas, cálido sol, asfixiante calor, sudores de cuerpos en combustión por el deseo recién estrenado. Antes, ruinas de Acrópolis y noches en las calles de Plaka inaugurando pasiones fueron testigo de los paseos. El mar los meció, saltando de isla en isla, con el inicio y descubrimiento de nuevos sentimientos, alzados sobre ellos, algo diferente, no esperado pero si aguardado desde hace tiempo, cuando todo en Madrid era futuro incierto, donde las salidas eran disimulo y disfraz ante el resto. La luz de las Cícladas los envolvía, y los cegaba, todo era resplandeciente, todo era visión turbada por los momentos que abordaban sin casi buscarlos y que todo lo llenaban.

Todo era perfecto, y los días fueron avanzando y el final se iba acercando, las jornadas se hacían cortas, en el horizonte se veía próxima la conclusión de unos acontecimientos que un mes antes, no eran ni imaginados. Ella le sorprendió con una propuesta ni por asomo presentida por él, cuando le sugirió unas vacaciones juntos. La contestación afirmativa no se hizo esperar y se pusieron a preparar el viaje.

La relación entre ambos era bastante continua desde seis meses antes, pero una proposición de convivencia de quince días era algo que él mismo se sorprendió de aceptar sin ninguna duda inicial, aunque luego, tras la respuesta rotunda y sin concesiones a la vacilación, llegaron los miedos y reparos, en la soledad de sus pensamientos cuando se planteaba qué camino estaba siguiendo, qué derrotero estaba tomando esa relación qué iba tan rápida y vertiginosa, él que huía del compromiso y de la repetición, estaba avanzando de manera directa, sin rodeos ni desvíos, sin ambages que distorsionasen la ruta elegida, o no elegida conscientemente, quizás llevado por la casualidad y acontecer de las situaciones que se nos plantean y suceden, sin que nosotros seamos conscientes de ellas. Nos surgen y les acompañamos o ellas nos guían y dirigen y somos conducidos sin nosotros pretenderlo, como llevados por un destino o providencia que nos transporta y separa de otras sendas y lugares que quedan apartados y al margen. Y sin darse cuenta él, siguió esos pasos tantas veces negados y re-direccionados cuando los intuía invasivos, y cercenadores de su libertad, con anclajes de afectos, que atan y anulan el vuelo. Pero esta vez fue diferente, cuando notó ese futuro que era presente y cambiaba sus pasos, y percibía que algo mudaba en su interior, que lo evitado antaño, no lo quería reprimir, que hoy quería sentirlo y no apartarlo y afrontarlo como un destino deseado y no como antes rehusado, huyendo y eludiendo el compromiso hacía otro, para dejar de ser uno y convertirse en dos, esta vez, no lo sorteó. Y después de esta travesía en su pensamiento, este cambio tan profundo, esta evolución, que lo había dejado con los sentimientos al aire, llegó esa proposición inesperada pero recibida con gran felicidad y a la vez turbación, -¿nos vamos de vacaciones juntos? tú y yo, solos -. Apresurado dijo sí. Y el viaje fue mejor de lo esperado, el lugar idílico, Grecia y sus islas y su mar Egeo fueron el entorno fantástico en el que disfrutar y descubrirse uno al otro, donde el tiempo detenido servía para conocerse más, compartir los momentos que hasta esa ocasión les eran ajenos, todas las horas juntos, todos los instantes unidos, prueba para un posible mañana que aún era lejano.

Y el regreso se hace doloroso, siempre el fin lo parece, uno no quiere volver a la rutina, que asusta y ensombrece, que aburre y disipa el recuerdo grato de lo sucedido, y ese dolor se hace extenuante cuando se agrava, cuando no se entiende porqué pasa lo que pasa, qué hubo, qué se escapó al entendimiento que no se vio en ese momento. Allí casi todo fue perfecto, no entendía la ruptura si no hubo desencuentro, una semana después de volver llegaba el silencio. Barruntando cual era el problema, las llagas ulceraban la conciencia, las llamadas no eran recibidas, las palabras no se decían, y esquivadas las posibles citas no entendía que reparos había en ella. Pasó una semana y otra, y otra más, los mensajes dejados no eran contestados, y la tristeza calló inexorable, y como un cielo tormentoso, quedó gris su día a día, el recuerdo soleado de las fechas pasadas, ya era imagen casi imaginada, era sombra convertida en vaticinio de lo que ya no será, de las luces que estarán en el olvido, deseado, por estar tan dolido y traicionado. Y cómo entender que la dicha, que parecía compartida, de pronto quede quebrada, y sólo haya sido un espejismo, y él, se pregunta si era real su sonrisa, si sus actos eran verdaderos y no fingidos. Cómo pudo no intuir que lo vivido, podía no ser real, solo una puesta en escena. Y se pregunta muchas veces cómo no tuvo un presagio ni revelación que le alertase que algo no sería como creía, como sentía y vivía, que lo que estaba sucediendo no era definitivo ni puerta a un mañana pleno de proyectos e ilusiones, y que al regreso de esos días estivales, todo se convertiría en invierno, crudo invierno, cuando al fin consiguió arrancarle, un – “no quiero verte más” -, y toda la decepción se le vino encima, y todo lo que siente ahora es soledad, y ve las playas y el mar azul, y las ruinas, que ahora son sus ruinas, no ya sólo de imperios antiguos, si no las de su vida actual.

Fin.

**Vega nos pone la música a tanta decepción ante aquel primer paso iniciático al amor y al viaje.

MAR EGEO, ATENAS Y LAS ISLAS CÍCLADAS.

RECORRIDO: ATENAS, MIKONOS, SIROS, NAXOS, PAROS Y

SANTORINI.

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