Era una mañana fría de primeros de otoño. A los geranios casi no les quedaban flores y los pétalos rojizos y blancos se arremolinaban en el patio.

Estaba barriendo cuando la vi calle abajo y la invité a desayunar. La piel canela, el escote precioso.

Hablamos poco, ella debía coger un tren.

Y así fue cómo la conocí Ms Marple, por casualidad.

—Y aquel mismo día ya… 

—¡Por Dios!— ¿Hasta dónde sabe de nuestras vidas?

—La vi entrar sobre las diez, ya habías cerrado la pastelería hacía un rato…

—¿Y qué más vio?— insistí.

—Estaba estupenda, con su vestido esmeralda, su pelo rojizo en cascada. Había un gran bol con cerezas sobre la meseta, un volcán de harina, huevos en un cuenco… ¿ De verdad quiere que siga Tom…?

No hizo falta que Ms Marple me diera más detalles: todo regresó a mi memoria, fresco como un bizcocho. Las braguitas de encaje, su perfume a jazmín, su lengua lamiéndome los dedos embadurnados de chocolate caliente… Nos gustaba rebozarnos con la harina, ardientes sus pechos cubiertos de nata…

—Alguien le dió el chivatazo ¿sabe? alguien se lo espetó a Philip, y todo se fue al traste— me lamenté yo.

—Dígame: ¿Cómo reaccionó su marido?— me preguntó sugerente.

—Al principio estaba fuera de sí. La llamó zorra, y de un puñetazo me reventó el labio… luego se echó a llorar arrodillado en el suelo.

—¿ Y ella?

—¡Ella! Se puso el vestido sin ropa interior, y le suplicó que la perdonase y le aseguró que yo no significaba nada…. ¿Cómo pudo decirle eso? ¡Ella me amaba! Y luego apareció Ruth en mi vida, como un huracán, sin permiso.

La luz de la tarde caía sobre las baldosas de ajedrez. Puse café en la cafetera.

Mi gato se acercó a sus piernas, y se restregó contra mi invitada, ronroneando.

—Ruth y usted…

—Apareció una mañana lluviosa. Entró y me encargó media docena de hojaldres y me lo confesó todo: Que ella y Philip habían sido amantes y que Lilith estaba al corriente de todo y furiosa, se había liado conmigo, para darle celos a su marido…

Su piel sabía a pan. Lo hicimos en el suelo. Dos icebergs derritiéndose juntos.

Le puse a Ms Marple una porción de «Selva Negra», su tarta preferida, y una taza de café humeante.

—¡Deliciosa!— exclamó Ms Marple saboreando mi especialidad. Luego consultó su reloj dorado y se despidió.

La miré mientras se alejaba calle arriba: La niebla desdibujando su figura, su sombrero burdeos y el paquetito bailando en su brazo al compás de sus pasos.

Lilith salió del almacén.

—¿ Crees que nos dejará en paz, Tom?— su voz aterciopelada.

—Sí… al menos mientras siga regalándole mi Selva Negra.

—Y… ¿es verdad, eso que dijiste, los icebergs derritiéndose ?

—Por Dios, Lilith, pura literatura romántica, le dije mientras besaba su cuello.

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