El treinta y dos.

El treinta y dos.

Fran Garcés Diez

06/09/2020

Y ahí tienes a Carmen. Si te concentras seguro que puedes verla andar por el camino de todos los días. Hoy se ha podido levantar a pesar de seguir perdiendo su guerra civil contra los achaques. La lucha rítmica de sus andares de costalero la delatan. 

Nada más cruzar la gran puerta de entrada, su pie derecho se contrae de dolor e intenta cerrarse como el puño de una mano, como si así pudiera controlar el calambrazo que ha sentido al pisar descalza la roca del espigón. Mientras le busca asilo al otro pie, los restos mortales de la ola que acaba de romper le empapan la cara de besitos salados, que inevitablemente le recuerdan a su madre y a su reprimenda diaria para que no fuera nunca sin sandalias.

Carmen se relaja y respira con todas sus fuerzas. Los pulmones se le llenan de tanta felicidad que la pleamar le inunda inevitablemente los ojos. Ya no le duele nada. Fíjate como se le mueven las coletas y los volantes del bañador de rayas. Va caminando con las manos y los pies entre las rocas y con movimientos felinos localiza a un cangrejo que la saluda cortesmente antes de retirarse a su cueva. En su mano cerrada siente el baile de un camarón desbocado y cuando por fin llega a su cubito y abre la mano para soltarlo… vaya, no está. 

– ¡El veintinueve! 

El rompeolas desaparece. Si vuelves a fijarte bien en Carmen, la verás en su caminar de mecedora, apoyada en el carrito. La vida pasa vertiginosa adelantándola en todas direcciones, pero ella ni se inmuta, hace años que se mueve a su ritmo sin mirar por el retrovisor. 

– ¡El treinta! ¿Treinta y uno? 

Sabor a bajamar, a cuerdas mojadas, a redes invisibles, a botas de plástico. El padre de Carmen y sus compañeros empujan los grandes rastrillos con el agua por la cintura. Mientras tanto, ella avanza de espaldas junto al chico que le gusta. Con los pies hundidos hasta los tobillos dibujan en la orilla eses infinitas que se borran pasados unos segundos. Las coquinas brotan de la arena como habichuelas mágicas para ser testigos de las miradas que solo existen durante la primavera de la vida. Carmen está enamorada. 

– … 

Me ha parecido escuchar el 32. Quizás tú también lo has escuchado. Pero Carmen, a pesar de sostener entre sus manos marchitas el papelito blanco con ese número, no reacciona. No puede saber que es su turno porque las millones de moléculas de aire que bailan en la pescadería del mercado la han vuelto a llevar de viaje por el tiempo. 

Esta vez hasta los mejores años de su casa. Y ahí la puedes ver, limpiando el pescado con el delantal lleno de sangre. Escucha la radio mientras maneja las manos con la decisión y la fuerza de quien lleva el timón. La estoy viendo mirar el reloj de la pared. Está a punto de avisarnos por la ventana para que subamos a comer.

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