B&B over the Channel

B&B over the Channel

Meto gases, alabeo a la derecha y, con el sol a mi espalda, me lanzo en picado sobre mi oponente, que todavía ignora que la muerte acaba de tirar los dados. Y mientras corto el aire como un cuchillo y acerco el dedo al gatillo aparece de nuevo.

Ahí está otra vez: ese olor. Recurrente, simple, abriéndose paso, poderoso. Superpuesto al del aceite y el combustible que entra a raudales en el motor. Llega de repente, sin avisar, inunda mis sentidos, me hace volver al firme suelo, quince mil pies por debajo.

  • Hey Mike, pásame otra tira de bacon – le digo a mi compañero de escuadrilla, que lleva el traje de vuelo puesto, como hacemos todos, a pesar del sol que ya empieza a apretar.
  • Ahí tienes jefe, tostadita, como a tí te gusta – me dice con esa gran sonrisa suya, aunque los ojos denotan el cansancio de la falta de sueño y la tensión extrema.
  • Oh my God, si no fuese por estos momentos.

El bacon chisporrotea sobre las brasas mientras apuramos las pintas de cerveza negra, densa, amarga; sentados en incómodas banquetas junto a nuestros aviones. Michael y John se ríen de un chiste subido de tono. No lo he escuchado, la sensación de camaradería, de amistad, de saber que estamos participando en un momento único me tiene atrapado. Siento, pero no veo. Solo el olor y el sabor de la comida circulan con un runrún de fondo por mi consciencia.

Aprovechamos cada momento de libertad entre vuelos para disfrutar de nuestros amigos, de los dardos y los naipes, de estos preciosos momentos de vida entre vuelos de muerte. Bacon en tierra, balas sobre el Canal. En unas horas cualquiera de nosotros podría estar hundiéndose en el Atlántico.

¡¡¡AUUUUUAAAAAAUUUUUUAAAA!!!

De repente se alza: vociferante, por encima de todo lo demás, la alarma que nos señala que el enemigo se acerca. Todos saltamos como un resorte, apresurándonos hacia nuestras máquinas, sabiendo que saliendo rápido evitaremos muchas desgracias a nuestras familias y compatriotas.

Y mientras trepamos a nuestras cabinas todo lo demás se desvanece, el bacon sigue chisporroteando pero a nadie ya le importa. Conecto la ignición y los doce cilindros del motor rugen, ahogando todos los demás sonidos. Echo un rápido vistazo a la derecha, donde mis compañeros hacen señales al personal de tierra que se afana para liberar a los pájaros de sus ataduras. Me pregunto a cuántos volveré a ver cuando, en un rato, vuelva a la base. Atraviesa mi mente, rápida, la duda de si yo mismo volveré.

Pero todo eso ya quedó atrás. Me sacudo el recuerdo, junto con el olor del bacon y el sabor de la cerveza, me concentro en los próximos segundos, mientras veo como mi oponente hace una brusca maniobra evasiva: me ha visto. Seguramente él también ha dejado camaradas atrás a los que no verá más.

Me concentro en el baile que vamos a librar, del que solo uno saldrá indemne.

Allá voy.

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